Un columpio entre la nada y el universo
La gran poeta finlandesa Edith Södergran, nacida hace ciento diez años, recreó en sus conmovedores poemas, algunos de los cuales se reproducen en esta página, las dramáticas peripecias de su vida marcada por tragedias familiares, tensiones ideológicas y el torbellino de la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial
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"Si usted me devuelve el poemario, lo consideraré como una muestra de gran enemistad de su parte", concluía el mensaje que acompañaba a un manuscrito recibido por el asesor literario de la editorial Holger Schildt. Felizmente, la "muestra de gran enemistad" no se produjo y así, en la Navidad de 1916, apareció, con el sencillo título Dikter (Poemas), el libro con que la poesía de vanguardia se abrió paso en Finlandia. La audacia de las imágenes de esos poemas, que la crítica posterior compararía con los de Rimbaud, Pound y Mayakovski, no tardó en despertar el rechazo de los grupos tradicionales, que los calificaron de "líneas lunáticas". Pero el poeta y novelista Ture Janson, en el principal diario sueco, y el poeta Erik Grotenfelt, en el Dagens Press de Helsinki, los saludaron con comentarios entusiastas. Su autora, Edith Södergran, la que había osado escribir versos como "Dios es un columpio vacío entre la nada y el universo", vivía en Raivola, un pequeño pueblo de la provincia de Carelia, tenía 24 años y era aún una desconocida para los intelectuales de su patria.
Una patria de fronteras políticas y culturales complejas, porque cuando Edith nació, el 4 de abril de 1892, esa "lejana Finlandia cubierta de estrellas" (como la llamó en su poema "¿Cuál es mi patria?"), era un gran ducado autónomo incorporado al imperio ruso desde 1809, cuando Suecia, que había conquistado esas tierras durante los siglos XII y XIII, se había visto obligada a cederlas a los zares. Por su cercanía con Rusia, en Carelia -como en Edith, nacida en San Petersburgo, de padres finlandeses de habla sueca- confluían las lenguas y tradiciones suecas, finesas y rusas. En esa provincia, más exactamente en la dacha que su abuelo había adquirido en Raivola, transcurrió la infancia de la futura poeta, en estrecho contacto con la naturaleza que tanta importancia tendría en su obra.
En 1902 su madre, Helena Holmroos, la llevó a San Petersburgo para que comenzara sus estudios en la escuela más elegante y prestigiosa de la ciudad, la misma a la que había asistido Lou Andreas-Salomé. En la Petrischule, un plantel selecto de docentes impartía clases en alemán a estudiantes que provenían de diversos países europeos. Las lenguas y las literaturas modernas ocupaban un lugar destacado en los ambiciosos planes de estudio, que incluían clases de baile a cargo de una profesora del Ballet Imperial Ruso, frecuentes visitas al Ermitage, la asistencia a teatros y conciertos. Los años vividos en la Venecia del norte fueron cruciales en la vida de Edith Södergran. Allí la joven, que a los 15 años hablaba alemán, francés, ruso y algo de inglés, comenzó a escribir poesía, como lo demuestran los 250 poemas escritos entre 1907 y 1909, la mayoría de ellos en alemán, que se conservan en un diario, rescatado por su madre de la quema a que la poeta condenó sus papeles y de la evacuación de Raivola durante la guerra ruso-finesa de 1939. Allí también la sorprendieron dos pérdidas que signaron su vida.
Algún tiempo antes de viajar a San Petersburgo, los Södergran habían tomado bajo su protección a Singa, una huérfana que Edith, hija única, consideraba su hermana. Pero la niña huyó, trató de regresar a Raivola siguiendo la vía férrea y un tren la arrolló. A esa tragedia, que seguiría resonando muchos años en los poemas ("No, no, no, gritan todos los ecos del bosque:/ yo no tengo hermana./ Recojo su vestido de seda blanco/ y lo abrazo impotente"), se sumó en 1907 la muerte de Matts Södergran, que había contraído tuberculosis. Un año después, la misma enfermedad obligaba a Edith a interrumpir sus estudios e internarse en Nummela, el sanatorio donde habían atendido a su padre. Pero el "horror atroz y supersticioso" que el sitio le inspiraba, según confesó en una carta, la llevó a desarrollar una actitud tan negativa ante los tratamientos que el director de la clínica recomendó en 1911 su traslado a Suiza.
Edith Södergran llegó así a Davos-Dorf, el lugar que Thomas Mann inmortalizó en La montaña mágica , el único sitio donde dijo haber encontrado "el coraje de vivir". Enamorada de su médico, el doctor Ludwig von Muralt, casado y mucho mayor que ella, se convirtió en una paciente modelo que respetaba minuciosamente las curas y prescripciones, aunque también se dedicara a tomar fotos horribles de la esposa del médico y enviárselas o robarle sus guantes para colocarlos bajo la almohada. Así como había aprovechado la biblioteca de Nummela para conocer autores decisivos en su obra, como el romántico sueco C. J. Almqvist, en Davos estudió italiano e inglés (la lengua que Von Muralt hablaba con su esposa), leyó a Dante y descubrió a Dickens, Shakespeare, Whitman y Swinburne.
Pronto los acontecimientos políticos quebraron esa tregua. En el verano de 1914, ya en vísperas de la Primera Guerra Mundial, Edith regresó a Finlandia, donde se negó a proseguir su tratamiento. Jamás volvió a ver a Von Muralt, que murió tuberculoso en 1917, pero conservó siempre su foto en la cabecera y le dedicó hermosos poemas ("¿Qué se puede hacer/ cuando las tormentas destruyen y los rayos hieren?/ Claro que he visto este árbol en el bosque,/ y lo recordaré/ mientras las canciones conserven sus raíces"). En mayo de 1917 estalló la Revolución Rusa y la tensión entre rusos y finlandeses fue creciendo día a día hasta que en octubre, al tomar el poder los bolcheviques, Finlandia reivindicó su soberanía y declaró la independencia en diciembre. En enero de 1918 comenzó la guerra civil. Las Södergran, cuyos recursos estaban invertidos en acciones en Rusia y Ucrania, perdieron todos sus medios de subsistencia. La única propiedad que les quedó era la dacha de Raivola, ciudad aislada y desabastecida que se había convertido en campo de batalla.
Pese a los riesgos, Edith, cuyos versos juveniles retratan crudamente a Nicolás II ("Con el día, firma en masa/ las condenas de muerte,/ y sueña la noche siguiente/ que su pueblo lo ahorca"), se empeñó en viajar por última vez a San Petersburgo. "Es terriblemente interesante vivir en una época como ésta", escribió, convencida de que la guerra era el doloroso preámbulo a un mundo nuevo ("Dios quiere crear de nuevo. Quiere transformar el mundo en un signo más resplandeciente", afirma en su poema "El mundo se baña de sangre"). El esfuerzo agravó su enfermedad. Al mejorar, en septiembre, viajó a Helsinki para conocer por fin el mundo literario. Cenó con los poetas Hemmer y Grotenfelt e incluso se presentó sorpresivamente en la casa del crítico Hans Ruin, que había elogiado su libro. Pero Edith hablaba con admiración de Nietzsche, de los expresionistas alemanes, de los futuristas rusos y de Severjanin, el creador del egofuturismo; como notó Hemmer, "sus raíces eran diferentes de las nuestras".
Entre tanto, había enviado a Schildt los poemas de Lira de setiembre , autorizándolo a omitir los que considerara flojos o que podrían ofender. No obstante, reaccionó indignada cuando el editor publicó 31 en lugar de los 51 que le había mandado. El libro provocó gran controversia. Los detractores lo llamaron "31 píldoras para reír" y, ante la carta abierta que la poeta publicó en el Dagens Press , la acusaron de "loca discípula de Nietzsche" y de "contaminación bolchevique". Grotenfelt y Ekelund salieron en su defensa y H. Procopé, Schildt, Mörne y Sven Lidman, entre otros, firmaron una lista de ahesiones. El Dagens Press encargó la reseña de Lira... a la joven escritora Hagar Olsson, en quien, pese a algún malentendido inicial, pronto Edith sintió que había reencontrado a una hermana. Su libro siguiente, El altar de rosas (1919), contiene una parte titulada "Fantastique", dedicada a esa amistad profunda, exigente y posesiva por parte de la poeta.
En Raivola la pobreza asediaba a las Södergran que debieron alquilar la dacha y refugiarse en una cabaña, casi un cobertizo anexo a la propiedad. Hagar, que viajó allá en agosto, contempló con horror la situación de su amiga que, desesperada por hacer algo redituable, traducía, mandaba críticas al Dagens Press , hacía de fotógrafa local e intentaba vender objetos tan ínfimos como un frasquito de perfume y una tira de encaje. No obstante, Edith había hallado un nuevo guía espiritual: el filósofo y pedagogo austríaco Rudolf Steiner (1861-1925), padre de la antroposofía, en cuyas obras creyó hallar el sentido de esa búsqueda de unión mística con la naturaleza que atraviesa su poesía. A fines de 1920 apareció La sombra del futuro , el libro más influenciado por Steiner, pero a medida que Södergran profundizaba su misticismo, ese interés se enfrió y derivó hacia la figura de Cristo y la lectura de los Evangelios. Mientras tanto, su salud seguía deteriorándose pese a lo cual, cuando en marzo se escucharon los cañonazos de la rebelión de los marineros del Kronstad, se movilizó para ayudar a los refugiados hambrientos y logró hacer intervenir a la Cruz Roja sueca.
En marzo de 1922, Elmer Diktonius (1896-1961), joven poeta y revolucionario relacionado con los grupos vanguardistas europeos, llegó a Raivola enviado por Hagar. Del encuentro surgieron una profunda amistad y un poderoso estímulo para Edith, que comenzó a traducir al alemán una antología de poesía suecofinlandesa en la que incluyó 16 poemas de Diktonius y La Mujer y la Gracia de Hagar Olsson. Bogs, un industrial alemán que había conocido en Davos, se ofreció como intermediario ante el editor Rowohlt Verlag. Pero dificultades editoriales hicieron inviable la publicación y Edith, que llegó a ofrecer subvencionarla con 5000 marcos que la Sociedad de Escritores le había donado, indispensables para su subsistencia, cayó en la depresión. Sus amigos lograron interesarla en un nuevo proyecto: la revista bilingüe Ultra , que reunió a los escritores de ideas avanzadas. Allí Södergran publicó sus "Pensamientos sobre la naturaleza", traducciones de Severjanin y algunos de sus últimos poemas, que años más tarde formarían, junto con otros inéditos, el volumen La tierra que no es (1925), editado por Diktonius. Probablemente consciente de que sus fuerzas se iban agotando, Edith se dedicó a destruir sus manuscritos. Murió la noche del 21 de junio de 1923. Bajo su almohada se hallaron dos poemas: "La tierra que no es" y "Llegada al Hades".
Traducciones en castellano
Edith Södergran, el corazón desmedido, por Carmen Díaz de Alda Heikkilö. Madrid, Torremozas, 1992. Importante introducción y antología de 53 poemas.
Antología poética , trad. de Jesús Pardo, Visor, 1992.
Quince poetas finlandeses (trad. de F. J. Uriz), Ed. El Bardo, 1986 (17 poemas).
Poesía sueca contemporánea (trad. de F. J.Uriz), Ed Litoral Unesco, 1990. (12 poemas)
Nosotras las mujeres
Nosotras, las mujeres, estamos muy cerca de la tierra parda.
Preguntamos al cuclillo lo que espera de la primavera, rodeamos con nuestros brazos al pino desnudo, buscamos en la puesta del sol signos y consejo.
Una vez amé a un hombre que no creía en nada...
Llegó un día frío con los ojos vacíos, se fue un día pesado con el olvido en la frente.
Si mi hijo no vive, es suyo...
Deseo
Quiero ser libre: por eso no me importa el noble estilo, me subo las mangas.
La masa del poema fermenta...
Qué pena no poder amasar catedrales...
Grandeza de formas.
Objeto tenaz de deseo.
Niño del presente: no tiene tu espíritu la corteza apropiada? Antes de morir yo hornearé una catedral.
Llegada al Hades
He aquí la orilla de la eternidad, aquí murmura a su paso la corriente, y la muerte toca en los arbustos su misma monótona melodía.
Muerte, ¿por qué te quedas silenciosa? Hemos venido desde tierra lejana y estamos sedientos de escuchar, no tuvimos jamás una nodriza que supiese cantar como tú.
La corona que nunca adornó mi frente la deposito en silencio a tus pies.
Tú me mostrarás un país maravilloso donde las palmeras son altas, y donde entre hileras de columnas, los deseos se precipitan en oleadas.
(Traducción de los poemas de Carmen Díaz de Alda Heikkilä)



