Una mirada singular desde el río sin orillas
Por María Rosa Lojo Para LA NACION
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Juan José Saer, residente en Francia desde 1968, jamás dejó de colocar el eje imaginario de su vasta obra narrativa en el paisaje rioplatense fluvial y pampeano. Como tantos otros latinoamericanos célebres -desde Lucio V. Mansilla hasta César Vallejo? murió, sin embargo, en París. Retornaba a la Argentina periódicamente, las más de las veces para presentar un nuevo libro o para recibir algún galardón literario.
Reconocido y premiado en la Argentina y en el extranjero, concitó en los últimos años la máxima atención de nuestra crítica académica: es, quizás, uno de los autores contemporáneos sobre el que más monografías, ponencias y artículos universitarios se han escrito y se siguen escribiendo. Fascinación justificada por la densidad y complejidad de su prosa, sus juegos de perspectivas, el entretejido de tiempo y espacio en una percepción verbal que expande el instante, lo aparentemente mínimo, hacia la totalidad de la experiencia humana y los laberintos de la memoria individual y colectiva.
Autor de memorables cuentos y novelas -"Lo imborrable" (1993), "Las nubes" (1997) y "Lugar" (2000), entre sus últimos títulos-, escribió también poesía "propiamente dicha" (en realidad trabajó siempre la ficción narrativa desde la exigencia poética), y libros de ensayo, como "El río sin orillas" (1991) y "El concepto de ficción" (1997).
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No puedo evitar volver a "El río sin orillas", pensando que quizá esa inmensidad, ilimitada y siempre enigmática, debió de estar entre sus últimas imágenes. Este ensayo revisa lúcidamente lo que el ámbito rioplatense significó en la historia para sus primeros pobladores o sus eventuales visitantes, y lo que significa hoy para nosotros mismos. Un intrincado mapa de experiencias, valores y representaciones simbólicas se va desplegando sobre la tierra plana, para desacomodar algunas percepciones consolidadas y confirmar otras.
Aun hoy -dice- sentimos lo caótico, lo imprevisible, incongruente y contradictorio de una realidad que, desde su descubrimiento europeo, pareció hecha para estar "de paso". Un mundo inhóspito y desmesurado, cuyo nombre de plata era solamente una ficción del deseo. Un mundo cuyo origen fue una farsa sangrienta (la primera fundación de Buenos Aires, con sus escenas de cainismo y de canibalismo), y donde la violencia colectiva se instaló como una marca genética, hasta terminar convertida, por obra de sedicentes nacionalistas nostálgicos, en culto del coraje. Murena, y Martínez Estrada (elogiado y admirado por Saer) han dejado su huella en estas reflexiones.
Ellas se enlazan con su magnífica novela "El entenado": historia apócrifa de un español que pasa diez años de cautiverio entre los indios rioplatenses, en el siglo XVI. La coraza de la cultura y de la tradición heredada estallan, inservibles, ante ese escenario en el que ya no sirven las antiguas certezas. Los indios sólo esperan de su cautivo que sea el fiel testigo de sus vidas y les otorgue sentido y permanencia con su mirada, con su lengua, con su memoria.
La fugacidad, la desaparición de lo humano ante una naturaleza abrumadora, no estimulan el mito de la libertad ante la grandeza del espacio, tanto como podría creerse, sostiene Saer. Predomina el sentimiento de opresión, la sensación de haber caído en una "gran cárcel cósmica" donde el cielo "ocupa" la tierra vacía. Sin embargo esa tierra se va poblando de huellas y de voces, y se convierte en tierra propia para muchos migrantes de todas las patrias, que siguen teniendo "miedo a naufragar en la inexistencia", dominados por la incertidumbre.
Tal es, sin embargo, desde siempre, la condición humana, y los argentinos lo saben o lo han sabido acaso, antes que otros, en las "inmediaciones del río sin orillas" donde la escritura de Juan José Saer arraiga, para recordarnos que no se vive en vano mientras el temblor extraño de nuestras vidas reverbere, todavía, en las palabras.



