
Una utopía necesaria
A partir de un diagnóstico desgarrador, Revivir las aulas llama a recuperar socialmente el valor de la educación
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Pesimistas, escépticos y desconfiados: abstenerse. Para leer Revivir las aulas, hay que estar dispuesto a una dosis de utopía. También, a correrse de los clisés y estereotipos sobre la "crisis de la educación" en el país, a poner en entredicho la supuesta superioridad de las escuelas del pasado y a pensar si la pasión por aprender puede ser un motor más poderoso para educar hoy que la meritocracia.
Como director del Programa de Educación de Cippec, el autor, Axel Rivas, pasó más de diez años recorriendo escuelas en todo el país, trabajando con directores, docentes, alumnos, funcionarios y ministros de Educación de las provincias, y visitando otros países. Los resultados se plasmaron en libros anteriores y documentos de trabajo, que circulan y son bien conocidos en el ámbito académico. Este libro tiene otro público en mente: escrito sin las convenciones de los textos científicos (hay sólo algunas pocas notas al pie), el texto alterna experiencias y recuerdos personales, una diversidad de fuentes -de estudios científicos a videos en YouTube- y una argumentación persuasiva.
El estado de situación de las escuelas en el país -"desbordante, arrasador y en fuga permanente"- es detallado, contraintuitivo en muchos de sus planteos y por momentos desgarrador. Docentes impotentes y faltos de herramientas pedagógicas frente a alumnos ausentes, desmoralizados o confundidos; escuelas que resisten a puro voluntarismo o gracias a un director carismático; lazos de confianza rotos en las aulas, donde muchos chicos no quieren estar y muchos docentes no quieren ir; la exclusión implacable que no respeta ni la experiencia del aula; la desigualdad de aprendizajes como la marca que identifica la educación argentina en la región.
En estas páginas, que incluyen un análisis de lo que significan y lo que no muestran los hiperdifundidos resultados de las pruebas PISA, están los puntos más altos del libro, sobre todo con la descripción del impacto que tienen en la escuela los cambios culturales y las violentas rupturas de los lazos sociales de las últimas décadas. Y la idea de que para mirar la educación hay que incluir en el paisaje cuestiones como la coparticipación federal, el narcotráfico y las adicciones, la vida familiar y la desprotección social de la infancia.
La segunda parte se instala en el terreno de lo que vendrá, y lo que debería venir. Se impone el tiempo futuro y el lenguaje va derivando a un llamado imperativo para iniciar ya los cambios bien concretos, algunos incluso con análisis de costos, como renovar y hacer más exigente la formación docente, poner en el centro la pedagogía y la capacitación de directores, difundir las mejores prácticas docentes a través de la tecnología y establecer una evaluación de todas las escuelas cada dos años.
Con todo, el lector puede quedarse con algunas preguntas: ¿no hay mayor responsabilidad en los sindicatos y en los propios docentes, más allá del trabajo admirable de muchos, en la situación escolar que se describe? ¿No caben críticas más profundas al kirchnerismo, más allá del señalamiento de su "conformismo educativo defensivo"? ¿Puede ser el aumento presupuestario el mérito para seguir resaltando tras once años de gobierno, cuando el retrato de las escuelas es el de "islas pedagógicas" que sobreviven a su propio cuidado?
"La pobreza en la infancia deja una estaca clavada en el pecho. Una de las tareas de la escuela es removerla. Es cambiar destinos", escribe Rivas. A la luz de la estacional repetición de "conflictos docentes" y desigualdades escolares ya naturalizadas, que el autor conoce bien, aun al lector más entusiasta le puede resultar difícil decidir si la utopía es una distracción o, por el contrario, la herramienta más necesaria.




