Río 2016-ateltismo: Ibargüen y el premio por el que luchó toda la vida

RÍO DE JANEIRO.- Terriblemente encantadora y seductora. Siempre lo fue. Le faltaba concretar esa obsesión de su vida: la medalla dorada olímpica. No le resultaba suficiente la plateada de Londres 2012. Sentía interiormente que su lucha desde pequeña merecía terminar con la mejor historia. La colombiana Caterine Ibargüen desparramó su talento y su simpatía en la final del salto triple y fue la otra gran protagonista de la noche de los 100m. A un costado de la pista, del otro lado donde brillaban los velocistas. Pidiendo a todos que la acompañaran en éste, su último sueño, a los 32 años. Casi que el destino se propuso regalarle tamaña satisfacción en América del Sur, no tan lejos de sus afectos.

Con una niñez dura, difícil, de muchas carencias materiales y afectivas. Oriunda de Apartadó, debió sobrellevar los efectos colaterales de los tiempos violentos de Antioquía. Al igual que le ocurrió a la triple medallista dorada en gimnasia artística y figura en estos Juegos, la norteamericana Simone Biles, Ibargüen debió crecer sin sus padres. Por razones de superviencia, William se radicó en Venezuela, mientras que Francisca, la mamá, realizaba tareas domésticas, de ciudad en ciudad, y prácticamente no tenía contacto con Catherine, que fue criada por su abuela, Ayola.

Desde su 1,80m, el atletismo llegó a su vida en segundo orden, después de incursionar con suceso en el voleibol. Su plasticidad llamaba la atención. Un día la invitaron a un concurso atlético y copió la técnica de salto en alto con una rapidez llamativa. Evidentemente había una materia prima para explotar. También experimentó el salto en largo, hasta llegar al salto triple que cambiaría su vida. De la plateada en 2012 al oro en 2016, con un salto de 15,17, superando claramente a la venezolana Yulimar Rojas, con 14,98.

Un día la invitaron a dar una charla sobre valores y Caterine desarmó a todos. "Me enseñaron el valor de las cosas, que todo debe lucharse para conseguirse y que llega en el tiempo preciso. Y a mi mamá y mi abuela, las amo con mi vida. Siempre salgo a una pista a dar lo mejor para que ellas se sientan orgullosas. Unas mujeres que tenían que levantarse a las 5 de la mañana para trabajar y volvían de noche. Y en el momento que tenían para darme un consejo, me decían: 'Haz las cosas bien, lucha por lo que quieres'. Y aún hoy, antes de competir, necesito sentir esa voz de aliento, así que siempre las llamo. El mejor regalo que puedo hacerles es ser un ejemplo para la sociedad. Y eso trato cada día de mi vida".

Tiempo para todo. También para esa medalla dorada que luce tan brillante como una sonrisa que cautivó al mundo.