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Pablo Ureta: una vida de sacrificios, desafíos y apuestas que lo llevó a convertirse en un triatleta incansable y ganador
Viajó casi sin dinero a Europa, no le reconocieron el secundario y debió repetirlo, hizo una carrera universitaria, vendió bicicletas propias... Todo para participar cada año en el Mundial de Ironman
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Nadó en una carrera de aguas abiertas en un lago de Suiza y corrió 60 kilómetros de trail en Nueva Zelanda, ganó la maratón de la muralla china y participó en un triatlón de distancia olímpica en Dominicana, una maratón en Marruecos y un triatlón Ironman (3800 metros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42 corriendo a pie) en Sudáfrica, un duatlón en Panamá y un medio Ironman en Eslovenia. La lista de competencias de Pablo Ureta podría llenar varias páginas: supera los 500 arcos de llegada en más de 40 países. Demasiado exitoso como para sospechar que también durmió en un bosque, escondido de la policía suiza.
Este cordobés de 43 años exigió su cuerpo en rincones del globo de Canadá a Lituania, de Singapur a Dinamarca, de Costa Rica al principado de Mónaco. Llenó cuatro pasaportes. Claro que no sale a pasear y sacarse fotos: en casi doscientas carreras terminó entre los tres primeros, en casi cien cruzó el arco antes que el resto. Y todo eso surgió de una localidad de cuatro mil habitantes, cuando un nene de 14 años miraba a Pancho Ibáñez relatar, en El deporte y el hombre, cómo decenas de deportistas nadaban 3800 metros en el Pacífico Norte, pedaleaban 180 kilómetros por campos de lava solidificada y corrían 42.195 metros en una maratón que atravesaba la isla de Kona, Hawaii. “Yo vivía en Huerta Grande, un pueblito de Córdoba”, expresa Ureta. “Para mí, Hawaii estaba en la otra punta del universo”, grafica.
Pero desde ese pueblo chico se animó a soñar en grande. El Campeonato del Mundo de Ironman se realiza cada año, desde 1978, en Kona. Nadie puede meramente pagar la inscripción y correr; antes tiene que ganarse el lugar en otra carrera. “Le aposté a un amigo cuando estábamos en la secundaria: si me clasificaba, él tenía que pagarme el pasaje... Nunca me lo pagó”, recuerda Ureta.
Pero él se tomó muy en serio su apuesta. Desde que cumplió los 21 años, logró clasificarse en cada temporada excepto en el 2007, hasta el Mundial que se largará este sábado. Ningún hombre en Sudamérica (sí una mujer, la brasileña Fernanda Keller) accedió más veces a ese mítico certamen de Kona. Pero la historia no fue tan fácil: a los primeros mundiales no pudo ir, por falta de plata, y en un par de caso tuvo que vender una bicicleta para pagar el pasaje.
Pablo iba al secundario y negociaba con sus padres. “Ellos no querían que corriera. Me decían que era muy inteligente como para perder el tiempo corriendo”, recuerda el cordobés. “Así que negociaba: si sacaba el mejor promedio, me compraban la bici. Y así conseguí mi primera bicicleta”. Por esos años los Ureta recibían cada tanto la visita de un familiar que vivía en Suiza. “Yo veía venir a mi tío, que hablaba alemán, y me hacía ver que había otro mundo”. Así fue como salió de Huerta Grande, para conocer ese mundo, más grande.
Vendió la bicicleta, juntó plata y se fue a Buenos Aires con una lista de 13 embajadas para golpearles las puertas. Terminó saliendo rumbo a Suiza con 600 dólares en el bolsillo. Se tenía fe con su dominio del inglés; no por nada sus amigos siempre lo usaban como traductor. “Pero allá, en la primera cena social, me senté al lado de un hombre que hablaba siete idiomas a la perfección, y me di cuenta de todo lo que me faltaba”.
Así fue como escuchaba francés en su walkman mientras pedaleaba en Suiza e intentaba hablarlo en el trabajo: “Recién al final hice un año de francés en la universidad”, cuenta. En esa universidad se anotó en una materia dictada en alemán sin dominar esa lengua, para empezar a ablandar el oído. Terminó entendiéndolo. El italiano fue el más fácil: “Les dije a mis compañeros de la región italiana de suiza que no me hablaran más en francés”, apunta. Pero por más idiomas que sumara, para ingresar a la universidad suiza no le validaban el secundario de la Argentina. Por lo cual, volvió a cursarlo, completo, en el país helvético, y entonces ingresó a la carrera de Administración de Empresas. Se recibió y se fue a Alemania para hacer un máster en Negocios Internacionales y Organización de Eventos Deportivos. Eso ocurrió en el 2007, el único año en que Pablo no se clasificó para Kona: mientras aprendía a organizar acontecimientos deportivos, se perdió ir al que más le gustaba.
Dicho así, parece que en Europa todo iba de maravillas. “La verdad es que no tenía un mango. Llegó a pasarme salir con una chica a tomar un café pero no tener ni para pagarlo”, rememora. Eso explica también por qué se escondía de la policía en un bosque.
Para tomar parte en un triatlón, el día previo hacía 150 kilómetros en bicicleta hasta el lugar de la carrera y dormía alejado de la ruta, entre los árboles. “Allá es delito dormir en la calle”, advierte. Comía las barritas de cereales que le regalaban en la exposición del evento y con eso disimulaba el hambre. “Pero en la carrera me sentía acompañado, con tanta gente... No sé si hoy volvería a hacerlo, pero eso me enseñó que la plata va y viene”, valora Pablo.
* * *
Hawaii está lejos de casi todo. Por caso, de Los Ángeles, que parece estar cerca, se encuentra a 4000 kilómetros. Y de Córdoba o Suiza, ni hablar: unos 12.000. Por lo cual, así como clasificarse para el Mundial de Kona es muy difícil, pagarse el viaje tampoco es fácil. Como se mencionó, en los primeros dos años en que se ganó un lugar en Hawaii no consiguió dinero para el viaje. Y su compañero de secundario nunca cumplió aquella promesa de pagarle el pasaje...
Recién tras la tercera clasificación pudo ir. También en el 2009 estaba cortísimo de fondos, pero no quería volver a perderse, por plata, lo que había conseguido con sus piernas. Así que vendió su única bicicleta y sacó el pasaje. Ya vería sobre qué pedaleaba los 180 kilómetros en Kona...
Su historia llegó a los oídos del manager de la marca de bicicletas Argón, justo a tiempo. Y éste le consiguió una para largar. A lo mismo se arriesgó en el 2011: vendió su bicicleta para pagarse el traslado a Kona. También la pasó mal en el 2012: acababa de aterrizar en Utah, Estados Unidos, y cuando abrió la caja que llevaba su bicicleta en el avión, el cuadro estaba quebrado, al medio.
“Eso era un jueves a la tarde. Me fui a una bicicletería pero no tenían nada”, enuncia Pablo. Llegó al hotel, desahuciado. Lo recuerda en detalle: “La puerta de al lado de mi habitación estaba abierta. Vi un par de zapatillas con la bandera de Brasil y me quedé con la vista perdida ahí. El dueño me vio y me pregunta si necesitaba algo”. El argentino le contó la historia, y sucedió la alineación planetaria. “¿Podés creer que me dijo que él acababa de comprar una bicicleta justo para mi tamaño y me pidió por favor que la usara, así la probaba y él la llevaba tranquilo a Brasil? ¡Era una bici de 4000 dólares!”. A Pablo le quedó bien el vehículo, y en Utah el cordobés logró nuevamente acceder a Hawaii.
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Cuando era chico, el juego era bajar corriendo los cerros de Huerta Grande. Luego, subir. Para volver a bajar, más rápido. Hoy, teniendo internet, quizás los chicos no encuentran divertido ese pasatiempo, pero para Pablo era de lo mejor que podía hacer por las tardes. Por eso las carreras en montaña le son aun más naturales que los triatlones. Alemania, Italia, Austria, China, las islas Malvinas...
La maratón de la muralla incluye 20.518 escalones entre los 42.195 metros. Un escalón cada dos metros. Así, a lo largo de 6h11m17s. Eso le llevó a Ureta ganar la prueba por segunda vez, en 2018, y establecer el récord del circuito. Dato extra: hay 6000 metros de desnivel positivo (en ascenso). “Es un circuito que se adapta mucho a mis condiciones. Lo que más me sorprendió es lo exótico del lugar. Es el monumento construido por el hombre que más me impactó”, comenta.
Otra competencia. Ocho días, casi 300 kilómetros, cruzando los Alpes. La Transalpine Run del 2014 partía de Alemania y terminaba en Italia, luego de atravesar Austria. El itinerario estaba claro. Lo que no leyó bien Pablo fue la letra chica, que indicaba que había que llevar una colchoneta para pasar las noches. La organización conseguía un techo, pero no una cama. “Pregunté a los organizadores que podía hacer y me contestaron «vas a pasar frío». Cada noche buscaba alguna alfombra, o lo que fuera para taparme”. Ocho días corriendo y siete noches durmiendo en el piso.
Año 2012. Se cumplían tres décadas de la guerra de Malvinas. En las islas se estaba celebrando una maratón. En el pelotón de punta marchaban tres ingleses, un keniata y Pablo Ureta. Dos ingleses quedaron rezagados. En el podio, Ureta era el tercero; el africano, el segundo, y el británico, el vencedor. “Fui con los veteranos de guerra a ver las trincheras y el cementerio”, recuerda el cordobés. “Logré muy buena onda con el ganador y me contó en confianza que la marina británica había llamado a los mejores corredores de su cuerpo porque quería que la realización del 30º aniversario fuera ganada por un inglés”, rememora. Y señala un detalle: “Si al final alguien les ganaba a los ingleses, debía ser el keniata. Su misión era ganarles a todos”.
* * *
Pablo recorrió los cinco continentes para competir. En Centroamérica protagonizó un duatlón en Panamá, un medio Ironman en Guatemala (“el más lindo de mi vida, entre las ruinas de Tikal, una belleza de los mayas”), un trail en Costa Rica y un triatlón olímpico en Dominicana. En América del Norte, un Ironman en México y otro en Canadá. Én África, uno en Sudáfrica y una maratón en Marruecos. En Oceanía, una en Australia y un trail de 60 kilómetros en los fiordos de Nueva Zelanda. En Asia, un Ironman en Malasia y una maratón nocturna en Singapur. Y en Europa, una media maratón en Portugal; carreras en España, Francia e Italia; una competencia de aguas abiertas en Suiza; otras carreras en Austria, Países Bajos, Bélgica, Alemania, Grecia, Bulgaria, Estonia, Lituania, Dinamarca, Suecia, Inglaterra, Escocia, República Checa y Mónaco, y un medio Ironman que une Eslovenia con Croacia... El sólo mencionarlo ya cansa.
* * *
–¿Cuál de todos ésos es el lugar perfecto para vivir?
–Es utópico un lugar perfecto. Tengo mi lugar en Córdoba, pero voy viajando y aprendiendo. Me adapto a todos lados pero no me siento de ningún lugar. Hoy elijo Argentina por el clima; no me banco más el invierno suizo. Pero quizás Hawaii sería mi lugar en el mundo.
–¿Qué opina tu familia?
–Mi novia me decía «muy lindo el viaje, pero ¿cuándo juntamos para una casa?». Y mis viejos me preguntan a qué edad voy a tener hijos. Yo les digo «cuando sea grande».
–Tus padres no tienen opción, pero tu novia decidió ser ex novia...
–Y... sí. Es difícil encontrar una con quien puedo moverme. Pero siento que quedarme quieto me hace entrar a una zona de confort.
–Muy lindo llevar esa vida, Pablo. Pero ¿de qué vivís?
–Muchísima gente piensa que soy millonario o que vengo de una cuna de oro. No es así. Tuve un montón de trabajos en distintos lugares. Ahora organizo carreras de montaña. También compré como diez pasajes en plena pandemia, en el 2020, cuando casi no despegaban aviones. He aprendido a viajar más barato. Conozco mucha gente que tiene mucha más plata que yo y que me dice que envidia mi vida, pero no quiere vivirla. Amigos tienen bicicletas de 10.000 dólares; yo nunca tuve una de más de 1500. Para mí, ser exitoso en la vida es ser coherente en lo que uno quiere, y a eso no lo da la plata. No creo que haya otra vida, así que tengo que aprovechar ésta. Y si hubiera otra, la viviría igual.
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