BernardiniJugar contra la muerte
Superó desgracias familiares, lesiones muy delicadas y un accidente con graves quemaduras; ahora lucha para ser otra vez goleador
Me parece que Dios debe estar muy ocupado atendiendo otras cosas como para fijarse en mí. Además sería muy egoísta si le pidiera algo cuando siempre lo ignoré. Si le reclamara ayuda me sentiría una mala persona...Pero, te digo que en muchos momentos sentí que lo necesitaba..."
Pasó ya un año del infierno que lo atrapó en la ruta 9, cerca de San Nicolás. Hoy sólo es un horrible recuerdo aquel accidente que lo dejó inmovilizado dentro del auto mientras el fuego consumía su cuerpo con diabólica voracidad. Y como un designio maldito, las huellas de las quemaduras de tercer grado y las nueve operaciones para injertarle piel son ahora testigos del horror en las piernas de Ariel Bernardini, un basquetbolista, ganador de dos títulos en la Liga Nacional, que siempre se destacó por la asombrosa capacidad de salto. Sin embargo, después de tres meses en terapia intensiva y de otros siete de ardua convalecencia y minucioso tratamiento, Bernardini recuperó la alegría de preocuparse por "insignificancias", que a otro torturarían, como jugar pocos minutos en Peñarol, de Mar del Plata, su nuevo club.
"Y uno se olvida de lo que le pasó. Ahora quiero jugar, me siento bien y no tengo problemas físicos ni dolores. Desnudo paresco una asado a la parrilla porque la piel que me colocaron en las piernas me la sacaron de la espalda, el pecho, el abdomen y un muslo... Igual no me voy a hacer problemas para ir a la playa. Hay tantos otros que andan con cara de traste y salen igual."
Bernardini es el exponente basquetbolístico más fuerte de la fortaleza humana, de la voluntad y el amor propio, del valor para sobreponerse a los castigos más crueles del destino.
"Siempre fue así y no sé por qué me tocó todo a mí. Debo estar pagando por lo que hice mal yo y muchos otros. Primero se separaron mis padres; a los 12 años perdí a mi mamá por un cáncer, después viví durante algún tiempo todas las porquerías de la calle y como jugador soporté de todo".
En 1994, Bernardini pasó 15 meses de inactividad por la rotura del tendón de Aquiles derecho, lesión que se complicó tras la primera operación, por lo que debieron intervenirlo dos veces más y sin que los médicos pudieran asegurarle la continuidad de su carrera deportiva. También a ese infortunio se sobrepuso y poco después festejó su segundo título, esta vez con Boca.
"Jamás pensé que podía ser tan fuerte para soportar todo eso. Me salvó la cabeza, el corazón y el amor de mi familia. Además pensé en otros que fueron tan fuertes, como Pichi Campana, que padeció tantas operaciones y sigue siendo un monstruo, o León Najnudel, que le peleó a la vida con una garra tremenda y no le ganó a la leucemia por una cuestión de edad. El me llamó por teléfono, creo que para despedirse, cuando yo estaba en el hospital. Lo quería mucho a León. El me había dirigido en Sport Club, San Andrés y Gimnasia de Comodoro. No hablamos nada de basquetbol. Hablamos de la familia, de los hijos, de que eso era lo más importante de la vida. Me parece que estaba algo dolido por cómo vivió eso. Me quedó en claro que no todo pasa por la pelotita, que hay que dar prioridad a la familia y los sentimientos porque si no te vas a quedar solo como un perro. A mí me salvó el cariño de la gente y de mi familia."
Un ejemplo de vida, un referente para cualquiera que sienta flaquezas o pretenda quejarse de su infortunio. Un pibe que no tuvo una gran formación cultural, que conoció los vicios de las calle que tiene claro el sentido de la vida y habla sin resentimientos. Aunque tiene un miedo por superar: "Mi temor es volver a salir campeón y que después me pase otra cosa grave. Siempre que gané el título tuve que sufrir, no sé por qué es así. Otros lo consiguen tan fácil y sin pagarle tanto a la vida. Porque te digo que es muy duro, muy feo, bancarte tres meses solo en una cama sin que tu familia te pueda visitar por una cuestión de asepsia. O no poder ver durante tres meses a tus hijos más que a través de un vidrio. O que el nene (Matías, de 5 años) no te quiera dar un beso cuando terminó la terapia porque tenés olor o porque te sangran las heridas de los injertos. O que la nena (Magalí, de dos años) no te reconozca. Es muy feo... y muchas noches me las pasé llorando.
Aunque a él mismo le cueste creerlo, hoy lucha por volver a ser protagonista, vestido de jugador y tratando de romper cualquier defensa a puro triple, como antes, como siempre.
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