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Lucas Matthysse: la historia de un guapo quebrado en su último acto y condenado por la desilusión popular
No resultó cómodo acercarse al chubutense Lucas Matthysse para obtener alguna confesión interesante después de su derrota con el estadounidense Danny García, el 14 de septiembre de 2013 por la corona de los welter junior del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Dos mesas unidas por el silencio del traspié y el dolor estrechaban al boxeador con algunos curiosos que por lo bajo comentaban: "Su pómulo está totalmente destrozado".
Los laberínticos pasillos del casino MGM de Las Vegas oponían estas escenas desoladoras con el júbilo exultante de los eunucos de Floyd Mayweather, qué había ridiculizado al mexicano Saúl "Canelo" Álvarez en una brillante demostración del arte del boxeo en la pelea central de esa reunión.
La caída frente a Danny García: fisura orbital del ojo derecho
Como pocas veces ocurrió, nos rendimos ante el rostro de Matthysse. Debíamos criticar a un hombre proyectado para ganar que finalmente perdió. Su pómulo derecho estaba totalmente desfigurado, tal si el hueso saliese a la superficie en cualquier momento. Su piel lucía brillosa. Muy brillosa. El ojo casi cerrado y la mandíbula, también dañada, cooperaba con la poca fuerza que le quedaba para deglutir el menú único de las 4 de la madrugada: pizza de queso, mitad tibia y mitad fría. Había que juzgar – técnicamente– a un hombre que combatió 6 rounds en esas condiciones ante uno de los "niños mimados" del boxeo de esos días. Encontramos un parte médico elegante y acorde para definir tal situación: "La tomografía efectuada revela una fisura del piso orbital del ojo derecho. Se estima que no hay desplazamiento óseo, pero se seguirán los estudios en Argentina". Matthysse sólo atinó a decir "Estoy en paz".
El noqueador patagónico, caracterizado por terminar sus combate con un solo golpe, admirado públicamente por Mike Tyson, Oscar de la Hoya y Bernard Hopkins, tapa de la revista "The Ring", se había recibido de guapo esa noche. Guapo es aquel capaz de recibir 200 trompadas en la cara, con el pómulo quebrado y seguir combatiendo sin dar síntomas de dolor. ¿Se imagina lo que significaría para cada uno de nosotros –lectores y reporteros– recibir sólo un impacto de puño en esa situación?
Matthysse tenía 30 años y salió a flote casi en modo milagroso, duplicando su entrega en sus peleas épicas posteriores, como aquellas ganadas ante John Molina, en Carson, California, un año después. Tras caer en el tercero y quinto round, sangrando de un severo corte en su ojo izquierdo, pudo noquear en modo antológico en el undécimo round. O como cuando batió al ruso Ruslan Provodnikov en un match inolvidable catalogado como la "Mejor pelea del 2015". Sobró siempre corazón, valía y tecnicismo ofensivo.
Sin embargo, Lucas, el pibe con alma de león, sufrió un inesperado revés ante el ucraniano Viktor Postol, recibiendo –consciente y en la lona– la cuenta del KO en el décimo round a fines de 2015. Y esto constituyó un severo llamado de atención.
Borró ese imprevisto desenlace con una gran KO en una muy mala pelea, consagrándose bicampeón mundial (welter AMB) ante el tailandés Tewa Kiram, en el viejo Forum de Inglewood de Los Angeles a comienzos de 2018. Los fantasmas agoreros de lo peor abrían un acertijo abusador tras este combate. ¿Que quedaba vivo y en pie de aquella máquina de pelea perfecta e inquebrantable?
La caminata hacia el cuadrilátero del Axiata Arena de Kuala Lumpur, Malasia, el 15 de julio de 2018, ahuecó su mente de peleador en ese nervioso recorrido; jubiló su corazón de guerrero y aceleró su raciocinio para entender que su ciclo pugilístico comenzaba a apagarse. Se vació como una probeta de ensayo que pierde todos sus químicos. El ocaso no pide permiso para entrar en el espíritu de los artistas.
La noche en la que fue un títere de Pacquiao
Su pelea con el filipino Manny Pacquiao se había convertido en su suceso para la Argentina. De consumo pasional y comparable con los cotejos cumbres de Luis Ángel Firpo, Ringo Bonavena, Carlos Monzón o quién sea. No hay guapo que valga cuando la mente del boxeador dice basta. Cuando el reflejo se va y al temperamento ya nada le interesa. Todo eso se aglutinó al mismo tiempo y Matthysse se convirtió esta vez en un títere de Pacquiao. Cayó en el tercero, en el quinto y en el séptimo, ante embates primarios del filipino. Sin reacción, el árbitro Kenny Bayless lo retiró del match.
Nadie puede precisar como empiezan las leyendas de los valientes del ring, pero quizá se pueda presumir porqué se acaban: porque los boxeadores se cansan de las hazañas y porque sus cuerpos ya no resisten los golpes que antes subestimaban.
La pobreza del último acto de Lucas Matthysse adosó declaraciones poco lúcidas y absurdas que lo "enterraron" hasta donde jamás imaginó en aquella trasnoche malaya. Y esa efigie aún mantiene viva su condena popular.
La ley de los guapos reserva poca memoria en la opinión pública, que olvidó la gran entrega de un peleador valiente que se quedó vacío a la hora de su ofrenda decisiva y cuando todos ansiaban que ganara. Por eso nadie perdonó que perdiera de esa manera.
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