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Dos imágenes servirán de apertura. Por el hoyo 15, hermoso y complicado, Eduardo Romero camina en busca de la pelota dada para birdie; lo acompañan aplausos, pero el cordobés quiere más, convoca gritos con sus brazos; está a segundos de igualar la primera posición con Bernhard Langer y sabe que su rival escucha en el 16. Romero intuye que el torneo se ganará con más corazón que técnica. Reclama presión. Pocos metros a su izquierda, el alemán demuestra que de frío no tiene nada. Acepta el convite de poner el alma en cada golpe y pega con el putter desde fuera del green. Nada de arrimar; a embocar, claro. La pelota va por la línea correcta y Langer se estira con los brazos en alto hasta que arroja su visera y una maldición, entendible en cualquier idioma, al fallar por centímetros. Era el tiempo de vencer o perder por agallas.
Y le tocó resignarse a Romero. Después que el segundo tiro en el 16 se pasó de agresivo y falló en el approach. El a todo o nada propuesto lo dejó sin copa, pero con la seguridad de que no escamoteó esfuerzo. Está bien, hubo otro bogey en el 17 -donde en el ’92 le dio a Craig Stadler el abierto argentino- y quedó obligado a buscar el milagrosa águila en el 18. Guapeó de nuevo y casi logra un albatros de aire. Pero sirvió nada más que para mantener el suspenso hasta el último golpe. Para aportar el mayor dramatismo deportivo a la coronación de Langer en el Torneo de Maestros-Miniphone.
Apenas un golpe fue la medida que puso el saco azul en el cuerpo de quien ya se colocó dos blaizer verdes. Fue una jornada final emotiva, digna de un campeonato vivido con las ganas de un reencuentro. Pasaron 20 años hasta recuperarlo. Valió la pena la espera. Con Langer, Romero, González, Alvarez, Cañete, Cabrera y Stewart como principales colaboradores para poner en uno de los niveles más altos de juego y sensaciones regalado en los últimos años.
Habrá que agradecer muchísimo la pasión de Langer. Porque aquí llegan varios consagrados con intenciones turísticas. No fue el caso de este alemán con antecedentes en los que no entra una línea para marcar un certamen argentino. Pero los que poseen vocación ganadora sufren hasta al no acertar la patente del primer automóvil que pasa. Por eso Langer se automotivó en cada hoyo.
Se agarró la cabeza cuando erró para birdie desde dos metros en el 1. Saltó y gritó cuando bajó el 14 desde doce metros. Se comprometió en el juego como el profesional que es. Como no todos lo hacen -recordar a Vijay Singh el año último-, vale destacar su actitud. Tanto como su coraje para atacar todas las banderas.
Asaltó la vanguardia en el 6 y fortificó su posición con sensacionales tiros cortos, esos que entregaron ocasiones para birdies tanto como recuperaron algunos desvíos. Su compañero, Alvarez, no podía presionarlo; González penaba por mala suerte, evidenciada cuando su segundo tiro en el 9 en lugar de quedarse a centímetros del hoyo pegó en la pelota de Romero y salió del green; Cañete se desbarrancó en el 14 al igual que lo hizo su pelota de ese green; Cabrera y Stewart tampoco preocupaban con sus ascensos, por lo que mirar -y escuchar los sonidos de la cancha- a Romero fue la premisa.
Como para distenderse estaba Langer; si conocía que el Gato lo había alcanzado con birdies en el 8 y en el 9. Los dos con -5 y con la promesa de atacarse. El puño desafiante de Langer provoca al bajar el 11. Pega en el 12 después de que el masivo "oooh..." le dice que Romero falla desde 2,5 metros para birdie. Sale del par 3 del 13 con una mirada al leader board que le marca el birdie de Romero en el 12. Palo a palo, se diría en la tribuna sin hacer consideración alguna sobre lo que se lleva en la bolsa, sino en referencia a condiciones anímicas.
Pisaron los hoyos finales con un hierro que los caddies no pueden alcanzar: el del temperamento; el que no cualquiera tiene a mano. Uno en el 15 y el otro en el 16 exhibieron por qué son distintos del resto. Se equivocó Romero y triunfó Langer, ya se consignó. Al fin, sólo había un saco disponible. Sin embargo, compartieron el premio que reconoce la valentía.
¿Qué en el golf los brazos, hombros y caderas sirven más que el pecho? Quien lo piensa no estuvo en el Olivos Golf Club. Se perdió seguro este duelo de guapos.
Atrás quedaban 18 hoyos recorridos con las pulsaciones estableciendo récords en cualquier escala. Eduardo Romero definía su vuelta, pero el alemán Bernhard Langer ya se sentía seguro y firmaba autógrafos con su inmutable amabilidad, dentro de la carpa que sirvió como lugar de recepción para las tarjetas de los jugadores. Escuchó el lamento del público por el intento de águila fallado por el Gato, y, con el triunfo confirmado, siguió estampando firmas en cuanto papel o sombrero le arrimaron.
"Cuando pisé el green del 18, pensé que tenía un solo golpe de ventaja sobre Romero, pero cuando estaba por jugar el putter, escuché el murmullo de la gente y al mirar el leader board descubrí que en realidad tenía 2 golpes menos, y eso me dio más tranquilidad. Allí tuve la victoria casi asegurada porque, aunque traté de hacer un birdie, con el par me alcanzó", comentó con la naturalidad que le dan casi 22 años en el circuito europeo y cuatro éxitos en esta temporada.
Ganador del Masters de Augusta en 1985 y 1993, no se cansó de elogiar la calidad del torneo y la buena presentación de la cancha: "Para mí es un honor haber ganado el Torneo de Maestros-Miniphone, porque aquí descubrí un excelente nivel de jugadores, y una cancha muy complicada por las exigencias que demanda. Es muy difícil encontrar en Europa un campo en tan buenas condiciones, con greens fantásticos y un diseño muy bonito".
Además, tuvo un comentario para el público: "Aparte de las dificultades de los fairways y los greens, noté que hubo mucho público y seguramente entre ellos algunos que se acercaron por primera vez a ver golf. Hubo más movimiento al borde de la cancha que el acostumbrado, pero esta no es una crítica, en todos los países pasa algo parecido y siempre es bueno que gente nueva se acerque al juego, y más aquí, que demuestra ser tan apasionada".
Además del Masters más tradicional, el alemán obtuvo triunfos en torneos similares en Alemania, Australia y las Islas Británicas: "Si hubiera torneos de maestros en otros países, seguramente los ganaría", bromeó.
Alguien quiso robarle el secreto de su concentración permanente, aun en los momentos más difíciles del juego, y Langer no tuvo problemas en contarle su método: "No tengo una manera infalible de concentrarme. Aunque no parezca, tengo mis momentos de distracción. También puedo ponerme mal si algún tiro no entra, como me sucedió en el hoyo 16. Trato de controlar mis nervios cuando no me salen las cosas, y de no excitarme demasiado si estoy jugando bien. No hay secretos, sólo que dentro de la cancha trato de controlar mis emociones. Intento mejorar cada día y no quedarme de brazos cruzados. Dios me dio el talento natural, pero yo lo perfecciono", aseguró antes de irse entre más pedidos de autógrafos.
En pocos días estará en su país para disfrutar de dos semanas de vacaciones, para luego partir hacia Sudáfrica y jugar el Sun City Challenger, un torneo que ganó en 1991. Seguramente, volverá allí a demostrar que es un verdadero maestro del golf.


