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Boca ganó su última Copa Libertadores en 2007. Si lograra levantar el trofeo el año que viene, habrán pasado 19 años desde aquella consagración en Porto Alegre ante Gremio, con un Riquelme imperial, el mejor de todos los Riquelme. En ese caso, serán los mismos 19 que debió esperar River entre 1996 y 2015, el espejo en el que los dos colosos se miran todo el tiempo. Traducido: eso que se convirtió en una obsesión de los últimos años -”hay que ganar la Copa sí o sí”- es una pretensión tan estimulante como nociva: no se puede encarar un proyecto deportivo valorando un solo desenlace posible, cuando las variables que se cruzan en el camino son infinitas.
En estas horas de dolor e introspección, los dardos que disparan los hinchas de Boca tienen destinatarios múltiples. Lógicamente, Gago ocupa un lugar central, con justicia: lleva 22 partidos como entrenador y todavía no logró armar un equipo reconocible por su idea, que represente algo. “Hay que estar convencido de que en el fútbol, generalmente, se pierde. Es una cuestión lógica, muy pocos equipos ganan a lo largo del año”, dijo anoche, a modo de justificación. No le falta razón, pero sí contexto: su equipo había sido eliminado en la fase preliminar de la Copa ante un entusiasta y modesto rival, no en la semifinal ante el mejor Santos de Pelé. No hay manera de que semejante impacto no lo dañe, quizás decisivamente en el rol que desempeña. Las consecuencias de esta eliminación destrozan la planificación del año, sin certámenes continentales a la vista hasta 2026, en el mejor de los casos. Nadie sale indemne de semejante choque contra la realidad.
Después del técnico -antes, en realidad- está el espacio casi intocable que ocupa Riquelme. Fácil es recordar su sentencia de cuando hacía leña con su lengua: “Ganar la Copa Libertadores vale como 10 campeonatos argentinos”, sentenció una vez, cuando Angelici presidía y él escrutaba todo desde afuera. Se trata del mejor futbolista de la historia del club, un título honorífico que siempre lo dejará a salvo de la lapidación de la Bombonera. El “que se vayan todos” que bramó en la medianoche, con los jugadores en retirada, lo salpica inevitablemente. Pero difícilmente el público salte esa barrera y le ponga su apellido a una canción acusatoria. Eso no debería impedirle hacer una autocrítica.
La lista sigue con los jugadores, naturalmente, y con apellidos rutilantes. Si Cavani resulta intrascendente -y encima falla inexplicablemente en una jugada decisiva-, si Rojo se la pasa más en la enfermería que en la cancha, si Ander Herrera tiene calidad pero su cuerpo no aguanta 90 minutos, si Velasco -el futbolista más caro del mercado de pases- es suplente en el partido cumbre y luego ingresa y define la serie con un penal mal pateado, si el mejor jugador de la noche es Milton Delgado, un chico de 19 años y 19 partidos en Primera, si…
En este uno por uno, hay otro nombre propio que en estas horas divide opiniones: ¿por qué Agustín Marchesin se sacó solo de la cancha? Lo que hizo habla de sí, de su sentido de pertenencia a un grupo, de poner los caballos delante del carro y no al revés, como la vanidad invita cuando las luces se enfocan sobre uno. El excelente arquero de Boca priorizó lo que su mirada integral le indicaba: darle el lugar en la definición por penales a Leandro Brey, un incipiente especialista en la materia. El año pasado, cuando defendía a Gremio, a Marchesin le patearon 18 penales: atajó uno, otro se fue desviado y los restantes 16 terminaron en gol. Si se pone el foco en las definiciones como la de anoche, la estadística es todavía peor: durante 2024 le patearon ocho penales en dos series, no atajó ninguno y Gremio fue eliminado en ambas oportunidades. ¿Y Brey? Su cara se hizo conocida el año pasado, cuando atajó los cuatro que le pateó Gimnasia en la tanda de definición de un partido de Copa Argentina que lo vistieron de héroe por una noche.
Esas dos informaciones, presentes en la cabeza de quien se adueñó del arco de Boca, impulsaron su decisión. No faltan los que señalan a Marchesin como tibio, o de falta de carácter para afrontar la responsabilidad. “El fútbol es para hombres” es una falsa idea que vincula el género con un tipo de personalidad avasallante. Esos que lo señalan omiten que se trata del mismo arquero que es con diferencia el mejor jugador del equipo en lo que va del año. El que fue figura en el partido de Lima, con atajadas antológicas, y que ayer resolvió un mano a mano clave con el partido 1-1. En todo caso, lo que le sobró a Marchesin fue grandeza, cuando lo fácil hubiera sido mantenerse en la cancha: el peso de la derrota jamás le habría caído. ¿Qué hará la Bombonera cuando sus altoparlantes lo nombren el viernes? Si prima la sensatez, será aplaudido. Sobre él debería erigirse la reconstrucción, ahora que todo es cenizas.