El curioso caso Newell’s: sin mucha posesión ni demasiado juego, lo sigue de cerca a Boca
El aplomo y la serenidad son dos factores que compensan esa carencia del equipo rosarino a la hora de generar fútbol
Habría que contratar a un historiador o a un detective privado para que alguno de ellos nos informe si esto alguna vez ya sucedió: que un Grondona perdiera cinco veces sin parar. El Arsenal de un hombre que tiene 59 años pero al que todavía llaman Humbertito no sólo no puede engañar al tiempo con ese apodo –que el tiempo no avance, que vivamos en la bonanza por la eternidad– sino que no puede con nada, nada más: ni con el temblor del descenso directo, ni con Newell’s , que con un puntinazo de futsal de Maxi Rodríguez , un juez de línea estrábico y un gol testimonial de Ignacio Scocco lo derrotó 1-0 en Sarandí. Mientras el equipo dirigido por Diego Osella le pisa la sombra a Boca, el de Grondona hará cuentas en la libretita que su padre se jactaba de usar: tiene un partido más y los mismos puntos que Olimpo, que mañana visitará a Defensa y Justicia, y está a tres unidades de Quilmes, que hoy a las 18.15 jugará contra River en el Monumental. Se ha activado la cuenta regresiva: son 11 partidos los que le quedan para evitar retornar a la B Nacional.
Hay partidos en el fútbol argentino cuyos análisis demandarían, de antemano, que el cronista estudie tres años en la Universidad de Yale. ¿Cómo se explica que un equipo que casi no tuvo la pelota, un equipo en el que sus laterales no pasaron nunca al ataque, un equipo que sólo tuvo un jugador que se la dio siempre a los compañeros esté a dos puntos del líder de uno de los torneos más competitivos del fútbol mundial?
El cronista, que no estudió en Yale, arriesga una respuesta: el aplomo, la serenidad. Newell’s tiene dos equipos –la defensa, acá; el ataque, valiente y solitario, allá– que no se alteran por nada del mundo. Sebastián Domínguez y Moiraghi son dos centinelas que siempre están ordenaditos y, suceda lo que suceda, el delantero que se les ha animado igual pateará incómodo, apurado o con una cicatriz que ya advertirá.
Ayer jugó mejor Arsenal, pero en lugar de entregarse definitivamente a Wilchez –era una belleza verlo recibir caminando atrás de Elías, lanzar a Brunetta, unir a Fragapane con Rolón– se apuró. Grondona alegará que hubo un zurdazo de Wilchez, tres derechazos de Sánchez Sottelo, un cabezazo de Marín que certifican que sus dirigidos pudieron y debieron haber empatado, pero el tema es que podría haber mantenido la autoridad de un partido que Maxi Rodríguez les robó sin ayuda de nadie más. Sólo Quignón, en el primer tiempo, rompió su línea e intentó unir hilos, pero mientras todos se amuchaban por el medio, cerrándole la cancha, Nehuén Paz y Marín acaso creían que cruzar la mitad de la cancha fuera una expedición sólo digna de Indiana Jones.
En limpio: el local tenía opciones de pase y la visita, no. En limpio (el inciso): la visita lucía serena y el local, no. Al equipo de Grondona le ganaron sacando pelotas para el capitán de Newell’s, que luego la dormía o se ponía a pasársela con Scocco y Formica; eran los típicos grandulones que le roban la cartuchera al débil del curso y se la tiran por arriba de la cabeza para subrayarle que no se la devolverán.
Por último, un servicio a la comunidad: hubo algunas imágenes que los noticieros no deberían olvidar. Una del caño de Quignón a Rolón, otra del que le hizo Amoroso a Marín y una –fabulosa– que concentra todo lo que pasó. Cerca del área de Newell’s, los médicos atendían a Wilchez. Moiraghi le había pegado. El partido estaba detenido y, mientras todos esperaban que el jugador lesionado se levantara, Maxi Rodríguez se había sentado arriba de la pelota, manso sobre el córner, la jugada con la que todo se iba a reiniciar. A menos de dos metros, diez hinchas de Arsenal se apretaron contra el alambrado para contarle algunas cositas que en ese momento pensaban de él.
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