El día después de Boca vs. River: aquel que pierda no saldrá ileso
El próximo miércoles se disputará uno de esos partidos inoportunos a los que entrenadores y jugadores deben enfrentarse simplemente porque las leyes del mundo en que vivimos son así, muchas veces crueles. Un encuentro con algunos futbolistas recién llegados que todavía no terminaron de acomodarse, que cae cuando ambos están empezando a construir sus ilusiones en la Copa Libertadores y entrando en la recta final de un campeonato. Un duelo que hubiera sido decorativo el 10 de febrero pero ahora no lo es y que dejará cicatrices, porque aquel que pierda no saldrá ileso.
Cualquier análisis previo indica que Boca llega algo mejor, pero solo eso, porque su juego tampoco entusiasma y ha acentuado sus dudas desde que arrancó 2018. El diagnóstico de River ya fue comentado la semana pasada: un conjunto con deficiencias de todo tipo, sin un funcionamiento al cual agarrarse si las cosas se ponen mal.
Sin embargo, se trata de un partido único, y eso modifica la perspectiva. En el fútbol, la victoria y la derrota siempre son posibles. Es lo que da esperanza y a la vez temor, una ambigüedad que te acompaña antes de cada partido. Más aún en una final que se decide en 90 minutos. Saber que la gloria está ahí, al alcance de la mano, cambia la predisposición mental del jugador. Uno limpia todo, se resetea y sale a la cancha consciente de que no necesita un gran esfuerzo ni una estabilidad a largo plazo para consagrarse.
La variedad de ingredientes disponibles complican la previa de esta Supercopa . En cambio, resulta más factible imaginar el día después, aunque esto implique por una vez entrar en el mundo de la ficción, de las hipótesis, y también de alguna manera fogonear la industria del dramatismo en función de un resultado al que se puede llegar por infinidad de circunstancias y detalles. Incluso a través de una disparatada definición por penales que dificulte el reparto de críticas y elogios y aun así condicione el futuro.
Los dos tienen cosas para ganar y perder, sobre todo a partir del nivel de fanatismo que inunda un Superclásico. ¿Qué escenarios pueden entonces darse una vez que termine el partido?
Para Boca levantar el trofeo sería quitarse el peso del pasado reciente. Buena parte del actual plantel arrastra el karma de no poder ganar competencias internacionales y de fallar en series cortas. Le queda esa asignatura pendiente. Todos sabemos que el objetivo grande es la Libertadores, pero derrotar a River en una final saldaría en parte la deuda, y sería una inyección positiva para Guillermo porque le quitaría el estigma de tropezar en los momentos puntuales.
A Gallardo, por el contrario, lo sostienen esta clase de duelos. A veces, en el afán de buscar explicaciones racionales construimos teorías no siempre reales. ¿Cómo se explica que alguien posea la capacidad para hacer determinado cambio pero no para lograr que su equipo juegue bien? ¿Tiene una varita mágica, un poder selectivo? Digamos que a veces los planetas se alinean. Aun habiendo demostrado ser un buen técnico, con un gran liderazgo, Gallardo se encontró con el éxito. Y un triunfo en el actual momento de River avalaría todo el carácter de "ganador" que se le atribuye y le prolongaría el crédito.
Por supuesto, corre un riesgo: que el resultado inverso le quite definitivamente el encanto. No me parecería correcto que tuviera que irse por perder un partido, pero en ese caso cargaría en su mochila no solo con esta derrota sino con todos los malos desempeños de los últimos años que hasta acá se le han disculpado.
Boca también sufriría un impacto emocional en caso de perder, aunque cuenta con más margen para asimilar el golpe. Puede aferrarse a su ventaja en el torneo local, a sus más de 400 días como puntero, a la posibilidad de avanzar en la Libertadores, y tal vez haya que esperar un poco más para comprobar el alcance de una eventual caída.
Hasta acá, las suposiciones y las matemáticas. Más allá de ellas, el único indicativo al que uno debe aferrarse son las sensaciones que provoca el buen rendimiento futbolístico, jugar bien. En ese caso te animás, confiás, tenés más carácter, te soltás... Los enviones anímicos acompañan, pero son un accesorio, un complemento.
Ningún equipo se sostiene solo de enviones anímicos, solo lo hará agarrado a su fútbol. Entonces podrá perder accidentalmente un partido sin padecer grandes crisis, aunque sea una final superclásica.