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Italia 90. La vida de la selección en "Alcatraz II": la limusina de Caniggia y Nannis, el pueblito vecino y las bromas al utilero
Italia ’90 fue el último Mundial contado en las tapas de los diarios y de las revistas. El último con muchedumbres festejando en las calles en cada instancia. El último Mundial completo con un Maradona incompleto. El último sin canales de deportes ni Internet. El último sin previas eternas y sin necesidad de rellenar minutos con lo que fuere. El último dirigido por uno de los dos polos que construyeron la principal contradicción de nuestro fútbol: Menotti y/o Bilardo.
El libro "El último Mundial", escrito por Cune Molinero y Alejandro Turner y editado por Planeta, activa el simple pero revelador ejercicio de ir acompañando el día a día de la selección argentina de fútbol en un trayecto que arranca con el pitazo final en el Azteca en el '86 y termina en el último minuto del partido definitivo contra Alemania cuatro años después. Un país cambiante y en pleno viaje hacia un nuevo escenario social y político es el telón de fondo del periplo siempre accidentado de aquel equipo campeón hacia la más sufrida de sus hazañas.
LA NACION adelanta un capítulo de la obra, enfocado en el recorrido previo, con las dudas de Bilardo para armar la lista definitiva de 22 jugadores, hasta los primeros días de convivencia en Trigoria, en las afueras de Roma. El preludio de un mes imposible de olvidar.
"Los días de Trigoria"
EN EL LARGO RECORRIDO QUE VA DE MÉXICO A ITALIA HAY UNA ESCALA A LA QUE SE LE ATRIBUYEN TODOS LOS PODERES. En esta tierra de santos, donde las vírgenes se aparecen, las imágenes religiosas lloran cada tanto y la fe ha construido uno de sus más grandes factorías, Bilardo sueña con encontrar todas las respuestas. No hubo pregunta en estos años que no terminara derivando tarde o temprano en la necesidad de juntar al grupo en un lugar tranquilo, apartado, con todo el día para martillar las ideas, ensayar movimientos, definir ausencias y presencias. El momento es ahora. El lugar, Via di Trigoria, kilómetro 3.600, Roma. O como se la llamará para toda la vida: Trigoria.
A unos 40 kilómetros al sur de Roma se encuentra el Centro Fulvio Bernardini, propiedad de la Associazione Sportiva Roma. A diferencia del predio del 86 perteneciente al América, que la AFA había conseguido sin pagar, esta vez hubo que poner cada centavo. Pero al menos eso permitió que Diego echara al presidente de la Roma, cuando quiso entrar al comedor del predio para sacarse una foto con el Diez. La historia la cuenta Néstor Lorenzo: "Estando en Trigoria, Dino Viola, el presidente de la Roma, dijo en una nota ‘espero que no me rompan nada los argentinos en la concentración’. Nos trató de indios. El tipo al tercer o cuarto día vino a vernos. Estábamos en la mesa y Diego estaba de espaldas a la puerta. Y el tipo entra. Le avisan a Diego que venía Viola y él contestó ‘dejalo, dejalo’. Viola quería hablar con Diego. Disculparse, sacarse una foto… Cuando lo encontró se le paró delante de la mesa y le dice ‘¡Diego!’. Pero Diego seguía comiendo y no le daba bola. Hasta que en un momento se paró y lo echó. Le dijo ‘nosotros le pagamos para estar acá, así que esto es un lugar íntimo. Nosotros no somos ningunos indios, fíjese que está todo bien y no le vamos a romper nada’. Lo echó a Viola de su casa. Yo me moría, Diego era un crack por lo que representaba y protegía al grupo. Que el capitán te defienda ante los poderosos es muy importante. Diego era el líder absoluto de ese grupo y no solo en lo futbolístico. Físicamente estaba atado con alambre en ese Mundial, pero su liderazgo era indiscutido".
En su autobiografía cuenta Maradona: "(Viola) Venía siempre a ver si estaban las sillas, si no habíamos roto los vasos, si el pasto estaba pisoteado o no. Nos ha tratado como a gitanos… Nosotros somos como todos los demás. Tenemos una casa y en nuestra casa hay vasos y platos. Si creen que somos indios, están equivocados…".
A pesar de esta presencia ingrata, Trigoria tiene muchas enormes ventajas como cinco canchas de fútbol, una de ellas iluminada y con tribunas. Además de una ubicación apartada y de no muy sencillo acceso para periodistas y curiosos.
En Trigoria hay una escuela, dos bares, un restaurante, dos estaciones de servicio, un médico, un dentista y un persistente olor a durazno y magnolias. Además de eso, estaba todo lo que los muchachos podían necesitar. Y lo que no había se trajo, como la provisión de carne argentina de exportación: 150 kilos de milanesas, 250 bifes angostos, 200 kilos de lomo, 150 de peceto, 50 de colita, 300 chorizos y 200 morcillas. 50 cajas llegadas vía Aerolíneas Argentinas. Las pastas, en cambio, son italianas: Barilla, sponsor de la Roma.
En la cocina está Julio Onieva, cocinero también de River Plate, que ya había cumplido con la tarea en México 86, así que estaba acá un poco por probada capacidad y otro poco por cábala. Onieva preparaba las dietas diseñadas para cada jugador por el doctor Madero. "Yo cocino todo sencillo, como si estuviéramos en casa", solía decir.
"Yo fui a Trigoria unos días antes para brindarle a Carlos información del lugar —cuenta Mariani—. Incluso le hice un plano con el detalle de las habitaciones para que él las arme como le parecía…". Caniggia comparte habitación con su excompañero de River, Pedro Troglio. Un dato relevante en los días previos al partido con Camerún. Ruggeri comparte con Valdano, por eso será el primero en enterarse sobre el destino del atacante. Diego comparte
habitación con el Checho Batista. En algún viaje compartió con Olarticoechea que se preocupaba por sus ronquidos. "Si Diego duerme mal por mi culpa, cómo se lo explico al mundo…".
En Trigoria la rutina es clara: a la mañana trabajo físico, a la tardecita, partido de fútbol. Entre el trabajo físico de la mañana y los partidos de la tarde, Bilardo elige 6 o 7 jugadores cada día para hacer trabajos tácticos específicos. Después, todos ven algún partido a través del sistema centralizado de televisión. "Les muestro los errores que cometimos en los amistosos previos, Austria, Suiza…". A medida que se acerca la fecha, los jugadores empiezan a ver partidos de Copa del Mundo. Y eso no es nada: Bilardo también les hace ver "todo": la gente, los himnos…
Después del partido de la tarde, estaba permitida la visita de las familias que incluso se quedaban muchas a veces a cenar, al menos hasta un par de días antes de que empezara la Copa del Mundo.
En un appart-hotel romano están las familias de Batista, Burruchaga, Giusti, Calderón, Olarticoechea, Ruggeri y Pumpido. La de Troglio está en su casa de siempre. El hermano y el sobrino de Bilardo paran en una casa cercana prestada por un fanático del fútbol argentino.
Bilardo siente que es lógico que en Trigoria haya más familias que en México. "Están los chicos —explica—, los muchachos se casan, tienen hijos…". El padre y el suegro de Maradona, habituales encargados de los asados, ya habían estado en la concentración del América. Los padres que se agregaron esta vez fueron los de Caniggia. Más tarde se sumarán los de Fabbri. "Esto no es una cárcel, es una casa", le gusta aclarar al entrenador para derribar la imagen dictatorial que algunos le construyen. Contradiciéndolo un tanto, el Profe Echevarría, el personaje más querido por los integrantes de ambos planteles mundialistas, llamaba a Trigoria "Alcatraz II". "Alcatraz I" había sido la concentración de México 86.
Una de las que elude los dispositivos de seguridad casi todas las tardes es la flamante esposa de Caniggia, Mariana Nannis, que entra al predio en una limusina. Según contó Maradona, a Bilardo le preocupaba el tiempo que Caniggia pasaba adentro del vehículo. "Me lo va dejar destruido", solía decirle.
No era el único auto llamativo estacionado en Trigoria. También estaban las dos Ferraris de Diego. La roja y la negra. Sí, Diego tenía una Ferrari negra. Guillermo Coppola contó alguna vez la historia con lujo de detalles. Cuando Diego se estaba yendo a México le dejó un pedido casi imposible de cumplir: una Ferrari F40… "Pero que sea negra". Las Ferraris negras no existían. Incluso la F40 roja no era algo sencillo de conseguir: había una lista de espera de 3.000 pedidos, todos de gente claramente importante; una F40 salía medio millón de dólares. Tuvo que hablar con todo el mundo. Y todo el mundo incluye al mismísimo Enzo Ferrari. Finalmente, la consiguió. Pero esa es solo la mitad de la historia.
Después de la Copa del Mundo, Maradona tardó un par de meses en volver a Italia, se quedó un tiempo en Argentina. Cuando finalmente lo hizo, en la pista del aeropuerto de Nápoles lo estaban esperando Coppola, Corrado Ferlaino, el presidente del club, y la Ferrari negra. Diego nunca había tenido una relación fácil con el presidente del Napoli, que por esos días estaba preocupado por retenerlo en el sur de Italia. Coppola vio la oportunidad y le sugirió que él le regalase el auto. No solo lo convenció: le dijo que la había pagado un millón. En un pase de manos se había hecho de una ganancia de más de 500 mil dólares.
Cuando Diego baja se entusiasma muchísimo con aquel pedido que ni él mismo recordaba. Lo abraza a Ferlaino y le regala unas palabras plagadas de falsedad. Ya en el auto, Diego enciende el motor emocionado pero la alegría dura poco: "¿Cómo? ¿No tiene estéreo?".
A veces, algunos romanos podían presenciar los partidos de la tarde. Para ver el encuentro de práctica contra el Civitavecchia, que jugaba en una quinta división de Italia, pagaron entrada unas 2.000 personas. Para un paraje de 3.000 habitantes como Trigoria es un buen número.
Fue en Trigoria donde celebró su primer cumpleaños Giannina Maradona. Y además de Claudia, Dalma y los abuelos, estuvieron las esposas de Batista, Olarticoechea, Goyco y Simón, Guillermo Coppola y el peluquero napolitano de Diego que se hizo el año cortándoles el pelo a todos.
El actor Rudy Chernicoff, que se encontraba presentando su unipersonal El señor del baño en Roma, también ofreció una función en Trigoria para los jugadores y sus familias. Todo lo que ayudara a pasar el tiempo era bienvenido.
Otra visita recurrente era la del embajador argentino en Italia, Carlos Ruckauf, que se ocupaba de regar el vínculo floreciente entre Diego y el primer mandatario riojano, que estaría al caer unas horas antes de que arrancara el Mundial.
La mayoría podía tener algún momento de distensión. Salvo Bilardo, que dormía apenas de 2 a 6 de la mañana y que estaba en cada detalle. Los jugadores, a los que "atacaba" permanentemente con conceptos tácticos, no eran sus únicas víctimas. Pidió, por ejemplo, que reemplazaran al chofer del micro que trasladaba a la selección porque manejaba demasiado lento. "El que no vuela se va", ya se sabe.
En Trigoria las bromas eran parte del día a día. Y una de sus víctimas predilectas sería Miguel Di Lorenzo, más conocido como Galíndez. Le hacían llamadas con fingidas voces femeninas, le escondían las cosas. Un día fueron demasiado lejos… Él lo recuerda así: "Faltaban todavía veinte días para que empezara el Mundial. ‘Galíndez, te tenés que ir’, me dicen Diego y Oscar. ‘No te queremos más acá. Moschella ya te sacó el pasaje’. Me muestran un pasaje. Preparé las valijas, preparé todo, sin entender por qué me hacía eso. Me llevaron Moschella y Echeverría al aeropuerto. Esperamos como 5 horas en Fiumicino. ‘Moschella, ¿averiguaste?’, le dice el Profe. ‘Viene con retraso el avión’, contesta. Eran como las 11 y media y viene al rato y me dice ‘no, se quedó en Río de Janeiro, se descompuso el avión. Vamos a tener que ir de nuevo a la concentración’. Cuando llegamos estaban todos esperándome. ‘¿Otra vez acá, vos?’ me dicen. Voy a poner mis cosas a mi habitación y el colchón mío estaba en la cancha, las sábanas estaban en otra parte, las cobijas estaban en otra parte. Me hicieron toda una tramoya y me hicieron entrar. Unos hijos de puta. Yo era la alegría de ellos. Yo me hacía el cabrero: cómo me van a hacer esto, pensaba. Se cagaron todos de risa".
A mediados de los 70, Galíndez era ayudante de utilería en Boca donde conoció a un pibito que venía de Corral de Bustos del que se hizo muy amigo: Oscar Ruggeri. "Yo paso las fiestas con él, es un hermano más que tengo en la vida". Cuando llega Juan Carlos Lorenzo, Galíndez empieza a trabajar como masajista en la primera división. Cuando el Toto se va, Galíndez también. Consigue trabajo en Argentinos, donde conoce a un chico que ya había dejado de ser promesa: Diego Maradona. "Tomamos una confianza muy grande y seguí ahí como masajista incluso cuando se fue. Hasta que un día Claudia pasa por el club y me cuenta que se está yendo a instalar a Barcelona. ‘Mandale saludos al maestro’, le digo. A los 20 días me llama Diego: ‘Te necesito acá’. Imaginate. Y yo le digo: ‘Diego, tengo familia, tengo dos pibes’. ‘Te necesito, hablá con tu familia’, me dice. Yo no lo podía creer. ‘¿Vos me querés en serio?’, le pregunto. ‘Te estoy hablando en serio, cabeza de poronga…’. Hablé con mi señora de entonces y me fui para allá. Un despelote tremendo tuve en casa esa noche".
De un modo inesperado, casi milagroso, Galíndez llegó a Europa para trabajar con el futbolista más famoso del mundo. Diego no solo lo recibe sino que lo manda a estudiar. Necesitaba un fisioterapeuta de verdad y quería que fuera él.
"A los dos años y medio Diego se va a Nápoles, pero yo todavía no me había recibido. Me fui con él y me recibí allá. Había que aprender rápido. Aprovechar". Además de Fernando Signorini, Galíndez y el doctor Oliva fueron claves para la recuperación de Maradona tras la fractura en el Barcelona. "En 3 meses se recuperó, lo matamos laburando".
Pero al sueño de Galíndez, ese sueño que nunca había soñado, todavía le faltaban páginas. "Viene Bilardo en el 85 y me dice que me quiere en la selección. Entonces el doctor Madero me tomó diez exámenes. ¡Diez!".
En la selección, Galíndez trabaja con el doctor Madero y el Profe Echeverría. "Yo era la mano derecha de ellos y siempre tenías que darles alegría. Nunca tenías que estar con cara de culo. Éramos una familia, un gran conjunto. Diego y Oscar eran los líderes del grupo".
Para el Mundial de México entra otro masajista al equipo, Roberto Molina: había que definir quién de los dos salía a la cancha. "Bilardo nos llama y nos dice ‘Galíndez y Molina, vengan. Quiero una carrera de acá de esta línea hasta el otro arco’. Le digo ‘Carlos, estás loco, ¿cómo vamos a hacer eso? Que entre cualquiera’. Hicimos la carrera, gané yo y me quedé para entrar a la cancha".
El que no vuela se va.
La primera visita inesperada a Trigoria es la de un nuevo pasajero: Fabián Cancelarich. El arquero de Ferro llegaba silenciosamente, tal como era su estilo. Tanto, que cuentan que en el viaje para el último amistoso con Valencia preguntó en un ascensor repleto del hotel si habían subido todos y Ruggeri exclamó: "¡Al fin le conocemos la voz!".
En la pelea por el tercer arquero había desplazado a Falcioni y en el último tramo a Comizzo, que terminaría sumándose de apuro por la lesión de Pumpido ante la URSS. Con la llegada del arquero de Ferro los jugadores llegan a ser 23. Si no viene nadie más de afuera, sobra uno.
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El domingo 13 de mayo fue el último día libre de la selección, de ahí en más vendría una maratón de bilardismo explícito hasta el 8 de junio. La consigna era una sola: "el que no vuela, no está para jugar".
Uno de los que le saca provecho al régimen es Caniggia, que con las primeras prácticas consigue, en palabras del entrenador, "salir de terapia intensiva". A Bilardo no le había gustado demasiado su desempeño en los amistosos, donde siempre entró desde el banco. Lo veía discontinuo, disperso. Pero en Trigoria lo vio más enfocado: "Si sigue así, si responde en la semana esta que es decisiva como lo hizo hasta ahora, está…", comenta con los suyos.
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Cuando ya está en el horizonte el amistoso con Israel, se enciende una alarma: Giusti empieza a sufrir molestias que si bien no parecen graves, son dolorosas y le sacan posibilidades de terminar la puesta a punto. El doctor Madero explica que Giusti tiene una lesión muscular, tendinosa, que a veces puede complicarse. Tiene que ver con el trabajo fuerte que se hizo en estos días. Bilardo está decidido a esperarlo. El Gringo no viajará a Israel y a España. Si el 26, cuando vuelven de Valencia, da muestras de recuperación, se queda. Si no, tendrá que hacer las valijas. Giusti se queda trabajando en Roma. Su presencia en el Mundial pende de un hilo.
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Todo empezó a mediados del 89, durante una cena en Milán. Hoy Valdano lo recuerda así: "Me dijo que el equipo estaba bien pero que le faltaba un Valdano… Me estaba midiendo". Viniendo de cualquier otra persona podía ser una broma. Viniendo de Bilardo, no. Le estaba costando encontrar un delantero que reuniera las condiciones de Valdano: velocidad europea, gol, inteligencia para entender lo que se le pide y aplicación táctica, más allá de sus gustos personales. Valdano no dijo que sí, pero está claro que dejó una puerta abierta.
Volvieron a encontrarse unos meses después, en la fiesta de casamiento de Diego y Claudia, en el Luna Park. Se sabe que ni siquiera ese día Bilardo descansó. Que trabajó en defensa y en ataque. En el primer caso, mandando a Ruggeri a bailar al lado de Careca para saber cómo estaban de altura. Careca podía ser un futuro "cliente" del Cabezón, que es como Bilardo llamaba a los jugadores a los que le encargaba que les hiciera hombre a hombre como el más implacable de sus stoppers. Pero también jugó en ataque: fue por una respuesta positiva de Valdano. Y la consiguió. "Me pidió seis meses de mi vida y, a cambio, me regalaba un Mundial —cuenta el delantero—. Dudé mucho hasta que mi mujer, que sabe que soy muy racional, me dijo algo que me aclaró la decisión: ‘no pensés en lo que debés, sino en lo que sentís’. Y claro, yo me había retirado hacía tres años y había recuperado el punto de vista de un hincha… La pregunta es: ¿qué hincha le diría que no a la posibilidad de jugar un Mundial? Así que lo dejé todo y me fui a Buenos Aires a perseguir ese flamante sueño".
A pesar de que hacía ya tres años que se había retirado, el campeón del mundo decidió intentarlo, sabiendo que iba a ser durísimo y que al final del camino podía quedarse sin nada. Viaja a Roma, al Centro Científico Dello Sport que dirigía el profesor Dal Monte, donde trabajaba ya Diego Maradona, y de ahí sale con un programa específico para llegar en plenitud al Mundial. "Pero fue imposible cumplirlo —recuerda—, porque lo específico no cabe dentro de las obligaciones colectivas que pide el fútbol. Hice un mixto, respetando lo de Dal Monte cuando entrenaba solo, pero integrándome al trabajo en equipo cuando Bilardo convocaba entrenamientos y partidos de selección. Sufrí mucho. Hay que tener en cuenta que no solo luchaba contra la inactividad sino contra una hepatitis crónica que me había obligado a abandonar el fútbol".
En enero del 90 Valdano salió a la cancha para enfrentar al Mónaco en aquella loca gira con la que se abrió el año del Mundial. Fue lo mejor de Argentina. Aunque es cierto que no hacía falta mucho para serlo.
En el resto de los partidos, tiene sus altibajos. Las señales que dio Bilardo fue no ponerlo en algunos de ellos. Después, vino la lesión en los isquiotibiales en Suiza que encendió todas las alarmas. Pero Valdano también se recuperó de aquello. El viernes 18, Valdano trabaja en el laboratorio del doctor Dal Monte junto a Maradona, Batista y Ruggeri. Se somete a todas las pruebas posibles. Según Ruggeri, es el que mejores resultados obtiene.
En el picado del domingo, hay clima distendido. El único que se estaba matando era Valdano. En un momento tiene un cruce con Simón y lo fulmina con una frase: "Ustedes sigan jodiendo que yo me las pico antes". El defensor de Boca recién iba a entender el sentido de la frase al día siguiente: "Claro, el tipo se estaba matando por quedar y nosotros jodiendo en el picado", rememora hoy.
Las versiones del cuándo y el cómo difieren según el interrogado. Pero Valdano parece no tener dudas. "Me lo comunicó a última hora de la noche previa a salir hacia Israel para jugar un amistoso. Sólo se enteró Ruggeri, que era mi compañero de habitación. El resto del plantel se enteró en el avión".
Al parecer, Bilardo no dio muchos argumentos más que repetir infinidad de veces "No te veo, no te veo". Como cien, según Valdano. Se tejieron muchas especulaciones acerca de si hubo en esa exclusión algún motivo que fuera más allá de lo físico y lo futbolístico. "Como no tengo pruebas en contra, no quiero jugar con especulaciones. Pasaron treinta años. ¿Para qué?", contesta hoy Valdano ante esta pregunta vía mail. "Con Bilardo no hubo nada más que hablar. Hice las valijas y al día siguiente me fui. Nunca más volví a hablar con él".
Daniel Lagares, hoy prosecretario de Redacción de Clarín, en 1990 era el encargado de cubrir el Mundial para Página/12. Recordando aquellos días, les baja el precio a las teorías conspirativas: "Valdano en el 86 fue muy importante. Pero en el 90 ya era menos jugador y estaba desgastado. No sé cuánto le podría haber aportado futbolísticamente aunque sí en el vestuario. Estoy convencido de que a Bilardo no le dio seguridades físicas para un puesto y un rol que iba a ser muy importante, no hubo más que eso".
Treinta años después, Valdano no parece guardar rencores hacia el entrenador de la selección que como repitió una y otra vez en aquel entonces, lo hizo nadar todo el mar para ahogarse en la orilla. "A Bilardo lo conocí al final de mi carrera y lo que me pedía era muy parecido a lo que yo hacía en el Madrid. Salvo en el partido contra Inglaterra, que jugué más adelante y en la final, donde le hice hombre a hombre a Briegel, en todos los demás partidos fui un delantero de toda la cancha. El gol de la final es una buena referencia de mi función dentro del equipo y mi campo de acción dentro de la cancha. Bilardo era minucioso, pero sobre todo con los mediocampistas y los defensas. Creía en el sacrificio incluso como modo de vida, le imprimía al equipo un espíritu muy combativo y, como sabemos, le interesaba más ganar que jugar. Soy de otra sensibilidad, pero me sentí respetado y jugué muy a gusto en aquel equipo".
De aquel grupo únicamente tiene palabras de afecto y reconocimiento: "Solo puedo decir que ese grupo, cuyo germen nació en el 86, sabía resolver problemas porque hablaba de frente. Un fenómeno de autogestión que vi pocas veces en mi vida de futbolista".
El destino querría que Jorge Valdano estuviera en Italia, pero ya como periodista, cubriendo el campeonato para la cadena SER y el diario madrileño El País. Siguió al equipo de Bilardo en la primera fase. Y no tuvo durante el torneo ningún tipo de contacto con sus excompañeros: "Nunca fui invitado, de manera que no me pareció oportuno interferir".
Bilardo había tomado una de las decisiones más difíciles de su carrera de entrenador, pero todavía le quedaba una dura misión, comunicárselo al grupo y hacerse cargo de las consecuencias. La ascendencia de Valdano en el plantel era fuertísima. Especialmente entre los sobrevivientes del 86. La mayoría de ellos se enteraron en el avión, mientras el vuelo AZ 746 de Alitalia cruzaba la noche con destino a Medio Oriente.
Diego Maradona hace catarsis con el cronista de El Gráfico y le regala una serie de declaraciones en carne viva. "Esto que hace Bilardo lo acepto pero no lo entiendo. Tuvo muchas oportunidades para decirle que se fuera de la selección de una mejor manera. Pudo hacerlo cuando se lesionó el tendón en Suiza, por ejemplo. (…) No quiero contradecir a nadie, pero yo conocía a la perfección el estado físico de Jorge. Eso no lo puede discutir ni Bilardo ni Madero ni el profesor Echeverría. Yo lo llevé a la clínica del doctor Dal Monte donde pasó todos los controles del mundo. ¿Que podía correr algún riesgo? Sí. ¿Y quién no? (…) Para mí no son físicas las razones por las que lo saca. Para mí que Carlos encontró otras variantes tácticas y encontró el peor momento para excluirlo. (…) Con esta decisión no solo mató al jugador sino a un hombre que le hacía muy bien al grupo. Y además, mató a otra persona que soy yo. (…) Esto sirve para los que dicen que en la selección juegan mis amigos. Esto me hizo tan mal que no sé si voy a volver a ser el de siempre…".
A la distancia, Fernando Signorini asegura que lo de Diego fueron más que palabras: "en un momento tomando mate dice: ‘tengo ganas de irme yo también’. Diego sabía lo que representaba Jorge como valor simbólico y el esfuerzo brutal que había hecho. De alguna manera, también había sido Diego el que lo había convencido que podía jugar ese Mundial".
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En el hotel Dann Accadia de Herzliya, a unos 30 kilómetros de Tel Aviv, las caras son de velorio. No hay ni rastros de las habituales bromas del grupo. Todos están golpeados. "Yo ese día lagrimee —confiesa el Vasco Olarticoechea—. Me dio mucha pena. Porque lo vi a Valdano entrenar tanto, con tantas ganas y tan motivado… Se nos iba un hermano de la concentración".
Nery Pumpido, hoy con la cabeza de entrenador, logra entender a Bilardo: "El era así, tomaba sus decisiones. Era muy claro y transparente, hacía prevalecer la cabeza por sobre el corazón. La pauta la dio en el 86: dejó afuera a Russo que era su técnico dentro de la cancha…".
¿Por qué era tan importante Valdano en ese grupo? Giusti lo explica claramente: "En todos los grupos hay quilombos. Él que no juega le mete fuerte al titular, hay roces, saturación por el tiempo que teníamos que concentrar. El que diga que no, miente. Jorge era el que ponía calma en esos momentos. Ponía su inteligencia al servicio del grupo, su claridad en las charlas que teníamos. Y era al único tipo al que Diego escuchaba de verdad. Nosotros teníamos que hablarle mucho para que nos escuchara; él le hablaba una vez y ya estaba".
Cuando a Giusti lo bajan del viaje a Israel para que se quede trabajando en Trigoria se cruza con Valdano. "Yo que me quedaba a entrenar para jugarme la última chance, él que se volvía a España". Se sacan una foto los dos solos. La única foto de Trigoria que tiene Valdano.
Mariani y el Profe acompañan a Valdano al aeropuerto. "Yo me tenía confianza", repetía. Mariani cree que a Bilardo lo asustó mucho la lesión en Suiza: "le dio dudas de que pudiera recrudecer en una exigencia de entrenamiento o partido y eso te dejaba con uno menos. Ya veníamos muy cargados con muchas lesiones". El sueño había terminado.
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Burlándose de todas las especulaciones, el delantero que se suma a Trigoria es Gabriel Calderón. Había estado en aquella gira de enero del 90 pero luego fue relegado. Calderón, hombre del PSG, no había estado en México 86 pero sí había jugado en España 82. El único sobreviviente con muchos minutos en aquella fallida actuación argentina era Diego Maradona.
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Se sabe que la noche anterior al partido en Tel Aviv los jugadores deliberaron a solas y nunca, ni siquiera 30 años después, revelaron qué tipo de decisión o juramento emergió de esas reuniones, pero nadie se bajó del barco. Ni nadie habló más del tema "Valdano" con la prensa. Y al día siguiente se ganó. La salida del delantero había dejado sus marcas, pero no parecía poner en peligro la marcha de este equipo que ya se caracterizaba por asimilar los golpes y volver a levantar la cabeza. Si algo le había contagiado Maradona a este grupo de compañeros fue su recurrente capacidad de volver a competir, siempre, a pesar de todo.
El 22 de mayo, la selección se presentó en el Estadio Ramat Gan, en las afueras de Tel Aviv, ante más de 40.000 personas. El partido con Israel tenía en principio un componente de cábala. En 1986, Argentina había goleado en esta tierra y pasado por el Muro de los Lamentos antes de partir a México y lograr la hazaña más grande de su historia. Así que cómo no repetirlo.
El partido terminó teniendo otras connotaciones. Por un lado, sirvió para descargarse de los últimos sacudones como la salida de Valdano y el riesgo cierto de perder también a Brown y Giusti, algo sobre lo que nadie podía mirar para otro lado. Los festejos de los dos goles dejan claro que era mucho más que un amistoso contra un equipo accesible. Como si esto fuera poco, a Argentina no se le caían las victorias ni los goles de los bolsillos. En este año, era la segunda vez que triunfaba y la otra había sido contra el Linfield. Y además, hacía más de un año que este equipo no hacía dos goles. Curiosidades tratándose del campeón del mundo.
La formación iba dejando algunas certezas. El arco era obviamente de Pumpido. Los tres del fondo empezaban a salir automáticamente: Simón, Ruggeri y Serrizuela. En el medio, Basualdo, Batista y Burruchaga ya eran inamovibles. En el costado izquierdo Bilardo puso a Sensini, un claro marcador volante. Ya explicaría su negación a llamarlos "carrileros", porque con ese nombre parece que tuvieran prohibido hacer diagonales. Por la derecha, probó aquello que le tentaba: Abel Balbo, un delantero, haciendo de marcador volante. Para atacar, Maradona y Dezotti.
Los goles fueron de Diego en el primer tiempo después de otra pared con Burruchaga, y de Caniggia, que había entrado por Dezotti, cabeceando tras un centro también de Burru. En ambos casos, las jugadas habían arrancado con trepadas de Balbo por derecha. Pero quién se atrevería a reconocerlo.
El partido dista de aquel paseo del 86, con 7 goles y momentos de lujo. Pero había mostrado algunas cosas. Estaba claro que estábamos ante un equipo con grandes brillos y preocupantes miserias. La pregunta era cuál de estas caras iría a predominar en la Copa del Mundo.
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El miércoles 23 de mayo el plantel repite el paseo por Jerusalén. Porque a la hora de buscar ayuda cualquier ventanilla viene bien: vírgenes, Muro de los Lamentos y todos los rituales paganos que se hayan inventado son parte del repertorio del cuerpo técnico. Claro que para el resto de los mortales que andaban esa tarde por la Ciudad Santa el muro tenía una competencia fuerte. "Cuando se dieron cuenta de que era el micro de Argentina salieron todos del muro para ir a ver a Diego", cuenta entre risas Monzón. "A nosotros no nos registraba nadie pero nos ponía felices. Yo sentía mucha felicidad de que lo amen y que lo adoren así. Me daba alegría". Sin haber formado parte del grupo del 86, Monzón era uno de los más incondicionales con Diego. En él, la promesa de agarrarse a piñas por el capitán era mucho más que una forma de decir. En los próximos días iba a quedar claro.
La foto de France Press en la que se ve a un Diego con kipá, reconcentrado, compungido, contra el Muro de los Lamentos, recorrería el mundo. En El Gráfico la usan para dar rienda suelta al barroquismo de la reconocible pluma de Proietto. "Los ojos bien abiertos, las caras invadidas de asombro. Por estas tierras acaba de pasar Diego y ha logrado que la paz se imponga, ha conseguido el milagro de abrir una sonrisa en estos rostros cerrados por el horror de mil batallas. Lo miran judíos y palestinos. Algunos se animan y se le acercan. Otros aplauden. Han visto la magia de su fútbol, el mensaje universal que parte de la gambeta increíble y sus amagues". El tono deja en claro los intentos de la revista por volver a acercarse a Diego. El primero de ellos había sido freezar a Bruno Passarelli, el cronista permanente en
Italia que había sido algo malicioso con Maradona durante los problemas que el jugador tuvo en Italia en el 89.
Ninguno de estos gestos sería suficiente. Desde las páginas de la humilde Sólo Fútbol, el capitán atendía a los escribas de Atlántida: "No puedo negar que estoy muy enojado con un semanario argentino que me presentó ante mis compatriotas como si fuera un delincuente y hace unas semanas, cuando gané el scudetto con el Napoli, acomodaron todo poniendo ‘Maradona trae la paz a Israel’. Yo no soy ni un delincuente ni una prenda de paz. Ni una cosa ni la otra. Por otra parte, en esa misma revista, cuando la mano venía mal, les daban la razón a los italianos. Entonces, que ahora no me busquen para la paz. Nunca más hablaré con esa gente, ni tampoco con algunos otros". Solo la confianza que Maradona tenía con el periodista Daniel Arcucci pudo ir limando esas asperezas entre el 10 y la más importante de las publicaciones deportivas del país.
El vuelo a España dura unas cuatro horas. Dicen que apenas alcanzaron para que Bilardo y Maradona se dijeran todo lo que tenían que decirse.
El miércoles a la noche el equipo duerme en un hotel de Barajas, en Madrid. Diego fue autorizado para salir con Claudia y amigos. Cenaron en el centro y Diego volvió rápido al hotel. Sus mujeres, Claudia, Dalma y Gianinna, se habían sumado especialmente a ese último tramo de la gira. Una ayuda que Bilardo agradeció en momentos en que el capitán precisaba contención para superar la salida de Valdano. ¿Las habrá llamado Bilardo? Secretos que nunca conoceremos, aunque sí se sabe que el DT buscaba siempre alianzas con las mujeres de sus jugadores.
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El 25 de mayo, la selección celebra el día de la Revolución jugando en la Madre Patria. Lo hace frente al Valencia en el Estadio Mestalla, que por esos días se llamaba Luis Casanova.
15.000 hinchas se decepcionaron con la actuación del equipo de Bilardo. La Albiceleste formó con Pumpido; Simón, Ruggeri y Fabbri; Lorenzo, Troglio, Batista, Burruchaga y Olarticoechea; Maradona y Caniggia. Después entraron Basualdo, Dezotti y Sensini. Los locales fueron más y hasta se pusieron en ventaja al final del primer tiempo aprovechando un error de Ruggeri en el intento de salir jugando. Sí, los equipos de Bilardo, muchas veces salían jugando.
A los pocos minutos del segundo tiempo, Maradona tiró uno de esos centros que los mortales no pueden hacer ni conduciendo la pelota con las manos. Y el cabezazo del Galgo Dezotti sirvió para poner el empate. Poco y nada.
De camino a las duchas, Diego se encuentra con un micrófono de Continental: "Me voy preocupado, muy preocupado", arroja. Después, los jugadores y el entrenador estuvieron encerrados en el vestuario larguísimos minutos. A los dirigentes, que siempre andan entreverados con el equipo, se les pidió que salieran. Tal vez hubo retos de Bilardo. Tal vez la intención de tranquilizar a un equipo que se veía muy tensionado. Al rato, Bilardo llegó a la conferencia de prensa totalmente disfónico. Con la voz que le quedaba sentenció: "Al equipo lo veo mejor que antes de México". Un provocador.
La cena se termina a la madrugada y apenas unas horas después están regresando a Roma. De ahí hay que tomar el micro hasta Trigoria, descansar un rato y salir a entrenar. En esa práctica se decidirá la suerte de Giusti, que los espera con una ansiedad desmesurada.
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¿Qué dejaron todos estos partidos de preparación además de una sola victoria y escasos goles? La AFA cobró 100 mil dólares por jugar con Austria; por el partido con los suizos se cobró 60 mil dólares más la plata de la televisión. Por la presentación en Israel no se cobraron los derechos de transmisión pero sí un cachet de 120 mil dólares. Pero el dato interesante es el que tiene que ver con la presentación ante el Valencia. Fueron 180 mil dólares que se distribuyeron en su totalidad entre los jugadores presentes, el resto de los integrantes del plantel del 86 y hasta una parte para los que participaron de las eliminatorias del 85 pero no llegaron a México.
En Trigoria esperaba Giusti. Una tendinitis lo había puesto en capilla. Se quedó entrenando y haciendo kinesiología. Cuenta que Bilardo le fue de frente: "Cuando estemos de vuelta vamos a hacer un partido y tenés que saltar los alambrados".
No hubo que esperar mucho: "el mismo día que volvieron, ese mismo día, armó un partido con los muchachos que no habían jugado, contra los juveniles de la Roma. Y me acuerdo muy bien de que fueron Diego, Burru, Ruggeri, Nery y todos a apoyarme. Iban 15 minutos y empezaron a gritar ‘¡Carlos, ya está, está bárbaro!’. Y a los 30 minutos me sacó, ya estaba." Los testigos dicen que Giusti corrió y metió como si fuera la final del Mundial. Y que además de los compadres del 86, uno que también gritó mucho fue el Pepe Basualdo. Aunque posiblemente fueran a competir por el mismo puesto. "Mirá como era Bilardo: yo era parte de los históricos, uno de sus preferidos y a él no le importaba nada; si no estabas bien, no jugabas. El tipo era así". La frase de Giusti sirve también para entender lo que pasó unos minutos después. Bilardo reunió a los 23 y les comunicó que el Gringo se quedaba pero que el Tata Brown se iba. La noticia era dolorosísima, pero no parecía sorprender a nadie. Tal vez ni siquiera al propio Tata Brown.
A propósito de la salida del líbero campeón del mundo, Proietto cuenta en El Gráfico de esa semana una infidencia que abre varios interrogantes. Según el periodista, en aquel famoso encuentro casi emboscada que le hizo la cúpula periodística a Bilardo en Olivos para juntarlo con el presidente, el propio técnico les habría dicho a los presentes, con los ojos brillosos, que Brown no llegaba. Y que incluso se lo habría dicho a él, después de verlo en un Racing-Estudiantes. ¿Brown viajó a Trigoria sabiendo que no quedaría entre los 22? Posiblemente. ¿Con qué fin? Para tenerlo cerca del grupo y especialmente de Diego. A pesar de ser desafectado de la lista, el Tata se queda con el grupo y viaja al Mundial. Para muchos, porque era una presencia contenedora y amiga para Maradona. Brown volvería a Buenos Aires recién después del partido con la URSS, para acompañar al lesionado Pumpido. Porque un líbero de verdad nunca te deja solo.
Finalmente llegó ese momento que dispara polémicas en la previa de cada Mundial: la lista. Con la salida de Brown, ya estaban los 22. En el caso de Bilardo se había curado en salud, la lista se había ido dando tan gradualmente y eran tantos los nombres que buena parte del periodismo no tenía en carpeta, que no hubo esa clásica escena de tensión por adivinar el último tapado o el desafectado sorpresa. La lista se había ido construyendo minuciosamente, aun en sus arbitrariedades. A su manera, Bilardo explicó todo. Mucho más de lo que lo harían los entrenadores que lo fueron sucediendo. Y tal vez con razón.
Si en el Mundial 86 habían sido convocados 15 jugadores del fútbol local, 5 de Europa y 2 de ligas latinoamericanas, ahora el panorama era bien diferente: habría 9 del fútbol local, 12 de Europa y 2 de ligas latinoamericanas. Era
de forma exponencial: para el Mundial 2018, las listas ya son de 23 y los jugadores del fútbol local son solo cuatro: Armani, Pavón, Meza y Enzo Pérez, que se suma a último momento.
Siempre se dijo que uno de los errores de Bilardo fue respetar demasiado a los jugadores del 86. Sin embargo, fueron solo siete los que se repitieron entre México e Italia. Menotti había llevado a España 82 a once de los que jugaron el 78. Y nueve fueron titulares en el encuentro que abrió ese Mundial (derrota contra Bélgica 1 a 0).
Más allá de los casos de Valdano y Brown, el que más lamentó Bilardo que no llegara en condiciones fue Héctor Enrique, figura clave del 86 que estaba potencialmente con la edad perfecta para jugar en Italia. El Negro, que le dio el famoso "pase" a Maradona para que eludiera a medio equipo inglés, había vivido un infierno de lesiones en los últimos dos años. Tres operaciones de rodilla le habían quitado continuidad en River, aunque en abril del 90 todavía soñaba con una chance. "Nunca digas nunca", se repetía a sí mismo y a que quisiera escucharlo. Pero él mismo sabía que eso era imposible. Lo tomaba con tristeza pero sin bajarse del barco: "Mientras Bilardo sea el técnico, me voy a sentir hombre de la selección. Primero está mi viejo, después Bilardo. Hizo todo y si no voy al Mundial, será porque no estaré bien. Confío en su decisión. Lo considero un amigo y voy a seguir siéndolo aunque quede afuera. Es el mejor técnico que conocí…", le dice a El Gráfico por aquellos días.
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La nómina final que AFA presentaría el 29 de mayo queda así:
- 1- Nery Pumpido, Betis (España)
- 2- Sergio Batista, River (Argentina)
- 3- Abel Balbo, Udinese (Italia)
- 4- José Basualdo, Stuttgart (Alemania)
- 5- Edgardo Bauza, Veracruz (México)
- 6- Gabriel Calderón, Paris Saint Germain (Francia)
- 7- Jorge Burruchaga, Nantes (Francia)
- 8- Claudio Caniggia, Atalanta (Italia)
- 9- Gustavo Dezotti, Cremonese (Italia)
- 10- Diego Maradona, Napoli (Italia)
- 11- Néstor Fabbri, Racing (Argentina)
- 12- Sergio Goycochea, Millonarios (Colombia)
- 13- Néstor Lorenzo, Bari (Italia)
- 14- Ricardo Giusti, Independiente (Argentina)
- 15- Pedro Monzón, Independiente (Argentina)
- 16- Julio Olarticoechea, Racing (Argentina)
- 17- Roberto Sensini, Udinense (Italia)
- 18- José Serrizuela, River (Argentina)
- 19- Oscar Ruggeri, Real Madrid (España)
- 20- Juan Simón, Boca (Argentina)
- 21- Pedro Troglio, Lazio (Italia)
- 22- Fabián Cancelarich, Ferro (Argentina)
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Con los 22 confirmados y las salidas finalmente asimiladas, solo quedaba dejar que se acercara la fecha del debut. El bendito 8 de junio. Ajustar algunas cosas pequeñas. Delinear el equipo titular. Pero esa aparente calma volvió a sufrir un golpe demoledor.
Cuando faltaba una semana para el debut, la selección jugaba uno de los habituales partidos de la tarde. Los rivales esta vez eran los chicos de la "primavera" de Roma, el equipo juvenil de los dueños de casa. Diego fue a patear una pelota con la zurda y uno de los chicos levantó instintivamente el pie. Una plancha le arrancó limpia la uña del dedo gordo del pie más talentoso de Dios. A simple vista, nada grave. Pero el dolor era insoportable y le impedía a Diego entrenar. Se probó con decenas de botines. Usando números más grandes. Cortándolos. Nada funcionaba.
El jueves a la tarde Diego abandona el entrenamiento con mucho dolor. "¡A ver si me pierdo el Mundial!", le dispara al doctor Madero cuando deja la cancha. Una nube negra se estacionó sobre Trigoria. Para las próximas horas se iba a jugar un partido puertas adentro con el Napoli, que finalmente se suspendió. Diego ya se había autoexcluido. Estaba angustiado y le aterraba la posibilidad de perderse la cita con Camerún. Cuando los periodistas se acercaban, el Diez los alejaba a los gritos: "¡Si alguno me roza el pie, hago un desastre!".
El sábado a la mañana, Madero y Maradona fueron a Roma. El destino: la clínica del doctor Dal Monte. La solución fue ponerle una férula de carbono que protegiera el dedo. Algo como para salir del paso que le permitiera retomar los entrenamientos. Pero lo cierto es que —además de las que le pondrían más adelante en el tobillo— Diego recibiría infiltraciones en el dedo para jugar todos los partidos. Un pinchazo o dos debajo de la uña, además de los del tobillo, para defender la celeste y blanca en otro Mundial. Cosas de capitán.
Los problemas físicos iban a ser el rival más importante de Argentina en el Mundial 90. Uno de los encargados de lidiar con ellos era el masajista Galíndez: "En el año 90 yo tenía ocho jugadores lesionados. Diego tuvo lo de la uña y después, contra Camerún, le pegaron en el tobillo. Mañana, tarde y noche masajeando ese tobillo con hielo y calor. Él tenía trabado el tobillo. El Vasco tenía problemas de aductor. Checho que podía jugar poco. Oscar tenía pubalgia y tendinitis. A puro masaje. La pubalgia no te deja correr, no te deja jugar". A esto habrá que sumar el fantasma de la tendinitis de Giusti. "Estábamos todos los viejos con problemas físicos —apunta el exvolante de Independiente—. Diego, Ruggeri, yo, el Vasco Olarticoechea, Batista, después Pumpido. Lo de Italia fue con mucho más esfuerzo que en el 86. A Italia llegamos con demasiados inconvenientes y con la cabeza ocupada en las lesiones. A eso sumale que para muchos muchachos era su primer Mundial y eso es muy difícil".
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Frente a tantas dudas futbolísticas y semejante desventaja física hacía falta alguien que levantara la moral. Para eso, estaba Diego. En una nota a la televisión holandesa declaró: "Estamos como antes de iniciar el Mundial 86. ¿Quién creía en nosotros hace cuatro años? Nadie más que nosotros mismos. Y ya vieron lo que pasó. Por eso estamos aquí, dispuestos a repetir. Casi que es mejor que no nos tengan en cuenta, así les damos otra vez la sorpresa…". Y la darían.
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