Los vanidosos demonios de Juan Román Riquelme
Riquelme iluminó a Boca hasta un firmamento eterno. Si se valora la gravitación de los títulos que consiguió, es el jugador más trascendente en la historia del club. Pero también llevó en los últimos años a Boca al borde del desgobierno. Coqueteó con premeditación sobre retiros, regresos, amores y odios... Y equivocadamente latieron al ritmo de sus impulsos. O antojos. Alcanzó la estatura de ídolo, una parcela indefinible, desde una exquisita sensibilidad para entender el juego. En eso fue un elegido. Pero también despertó rechazos y condena. Nunca olvido, es cierto, jamás podría pasar inadvertido. Él lo supo y siempre lo administró. No existen las casualidades en sus apariciones, nunca son espontáneas sus declaraciones. Estratega, al fin, siguió un guión, generalmente escrito en función de sus conveniencias, vanidades y rencores. Su lanzamiento político en un año electoral es, apenas, otra demostración de malicia.
Riquelme, convencido de su condición de único, distorsionó su real gravitación en Boca: se creyó por encima de la institución y eso minó de conflictos que derivaron en dramas puertas adentro. Desequilibrante, sí; perturbador, también. Desafiante, siempre. Gobernante interesado.
Aun sus últimas versiones, descoloridas por la ausencia de un respaldo físico adecuado, le hubieran permitido seguir siendo distinto en Boca. Pero tendría que haber asumido un liderazgo generoso, un compañerismo desinteresado, una conducción desprovista de resentimiento y animosidad. Si no se quedó en Boca fue por sus demonios internos. No supo -no quiso-opacar su estrella omnipotente.
En su carrera reclamó devoción y privilegios. Y se desentendió de los límites. Disfrutó beneficios que excedieron la cancha y se tomó atribuciones que condicionaron la intimidad del vestuario. Dinamitó o, al menos, incomodó a varios grupos y hasta alguna vez se le festejaron lazos con los barras del club. Encadenó actitudes irritantes y desplantes que varios se animaron a contar recién cuando estuvieron muy lejos de Boca para no caer en desgracia. Van Gaal, Bielsa, Pellegrini o Falcioni no encontraron complicidad en JR cuando quisieron adaptarlo a las mismas normas de convivencia que el resto de sus dirigidos. Mientras, el entorno adulador lo perjudicó a Riquelme. Y él aceptó ese cobijo..., de haberlo desobedecido, quizá se hubiese acercado a la talla de Zinedine Zidane. Pero demandaba esfuerzos y bajarse del pedestal.
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