Resultados inmediatos y tiempo escaso: la fórmula maquiavélica que condena a los entrenadores
En un mercado de pases raquítico y cuyas alteraciones movieron el péndulo en consonancia con la economía, la rueda de apellidos y el circo de nombres navegaron claramente por debajo de la línea de flotación. Muchos amagos, poca realidad. En esta montaña rusa llamada fútbol argentino, la agenda la marcaron los entrenadores. La silla sigue siendo "eléctrica" pero la ilusión de los técnicos de acomodar barcos sin rumbo y la escasa preparación de los dirigentes para sostener proyectos trajo como consecuencia una movida inesperada. La lista impacta, pero en el fondo no sorprende.
Miguel Angel Russo en Boca. Sebastián Beccacece en Racing. Diego Monarriz en San Lorenzo. Lucas Pusineri en Independiente. Israel Damonte en Huracán. Hernán Crespo en Defensa y Justicia. Diego Osella en Colón. Gustavo Álvarez en Patronato. Mario Sciaqua en Godoy Cruz.
Nueve de los veinticuatro entrenadores de la Superliga, lo que equivale a algo más de la tercera parte, han comenzado su trabajo en las fechas finales del año pasado o directamente con el inicio de un nuevo calendario. Sin espacio para el ensayo y error tan lógicos como necesarios, sus equipos salieron a escena con la obligación de lograr, en tan solo seis partidos, el funcionamiento deseado que les permita lograr resultados. Tan a contramano en función de desarrollo de procesos como habitual en la histeria del fútbol argentino.
Boca es el ejemplo perfecto. Con la forzosa ausencia de Andrada pero quitando de los titulares a Reinoso, Marcone y Ábila, la mano de Russo aplica su famoso latiguillo y ejecuta en consecuencia. "Son decisiones" dice Miguel como parte de su siempre correcto ADN dialéctico, pero lo cierto es que el mundo futbolero espera que su equipo aparezca por arte de magia y dispute el final de la carrera, palmo a palmo con el River de Gallardo que acumula cinco años y medio en su mochila. Más allá del peso de las camisetas y la jerarquía de los nombres, de tan desigual que resulta la contienda casi que no resiste análisis. Si logra el título, el pleno será absoluto, pero de lo contrario pocos pasarán por el tamiz del análisis que el ciclo es embrionario y la tarea del técnico estará por un par de meses en zona de construcción. Ni lógica ni sentido común. El mandato es contundente: "a la cancha y a ganar".
Sin ser una tortura, el resto de los grandes no la pasa mucho mejor. El morbo y sus propios experimentos ya lo pusieron a Beccacece en la palestra de las polémicas y el incierto destino del clásico del domingo lo ubica en una extraña zona de riesgo, cuando su ciclo recién está rompiendo el cascarón. El mismo que está rompiendo Pusineri, experimentando el sabor de los tres resultados posibles que tiene el fútbol y aprendiendo a moverse en una fauna nada sencilla que lo castigó en sus primeros compromisos con la misma facilidad con la que le entregó suspiros luego de la última goleada.
Mientras tanto, en San Lorenzo, Monarriz llegó para darle protagonismo a los pibes y entre los Romero, Nicolás Fernández y el desembarco inminente de Piatti, sólo Gaich, y hasta que aparezca otra irresistible oferta, parece ser el único estandarte de la nueva generación. Del manifiesto inicial poco y nada, porque ya se sabe que si algo aparece en el camino, todos (o casi) son hijos de las tentaciones.
En un mundo paralelo, quienes pelean por engordar su promedio juegan un torneo con 17 partidos, contando la Copa Superliga, lo que les permite correr algo más que este sprint final del actual campeonato. Quizás allí esté la explicación por la que paranaenses, marplatenses o santiagueños intentan desde su modestia practicar un juego atildado y bastante más osado que lo que marca su cosecha matemática. Hasta el Gimnasia de Maradona, apremiado como ninguno, arriesga para sobrevivir.
En este marco, a nadie sorprende ver las campañas de River, Argentinos Juniors, Lanús, Vélez, Atlético Tucumán o el mismo Estudiantes. Entrenadores consolidados en sus lugares que en algún momento atravesaron tormentas, pero que con paciencia y resultados, esa fórmula que necesita de ambos componentes, aspiran a la parte alta de la tabla de posiciones y a ingresar en las copas internacionales. Causalidad más que casualidad.
Mucha histeria, plazos cortos y victorias urgentes, Cambió el año, pero cuando se despejan las incógnitas, la ecuación del fútbol argentino sigue teniendo el mismo final.
Nada nuevo bajo el sol.
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