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LA PLATA.– Un apacible barrio de la ciudad de las diagonales con los tilos casi en flor. Allí se puede encontrar a uno de los más recordados artilleros del fútbol argentino: Francisco Pancho Varallo, el único sobreviviente del equipo argentino que jugó el primer Mundial de fútbol, Uruguay 1930, y el máximo goleador de Boca, con 181 tantos. Su carta de presentación no es nada despreciable.
Conocido como El cañoncito, por su incontrolable ambición de convertir al menos un gol en cada partido, Varallo es, a los 91 años, un símbolo de la extensa historia de 70 años que ostenta la era profesional del fútbol argentino.
Muestra un carácter dominado por la vitalidad y el entusiasmo, cualidades que se unen para explicar por qué es uno de los privilegiados en ser testigo de dos siglos. “Nunca imaginé vivir tanto, aunque siempre me cuidé”, confiesa Pancho con aire de timidez.
En el living de su casa, tradicional, antigua, de techos altos y poblada de cuadros y fotografías que narran el transcurso de su vida y las épocas que lo acompañaron, no se encuentra, sin embargo, tan cómodo como parece. Siente una esporádica molestia en la rodilla izquierda y maldice: “Si me habrá j... esta rodilla...” La misma que lo marginó del fútbol en 1939, cuando, después de ocho años en Boca debió retirarse con tan sólo 29 años.
–¿Cómo sufrió la lesión en la rodilla?
–En el mundial de 1930. Un chileno me pateó de atrás porque estaba festejando un gol. Me hizo un esguince y nunca me recuperé.
Como para que no queden dudas, Varallo se levantó suavemente el pantalón sobre la rodilla izquierda y mostró una inflamación impactante. Ese partido, recordado por Varallo, fue el que cerró la participación argentina en la primera rueda del Mundial. La Argentina le ganó por 3 a 1 a Chile, pasó a las semifinales, donde goleó a los Estados Unidos por 6 a 1, y llegó a la memorable final con Uruguay, el 30 de julio de 1930, con un clima hostil en las tribunas, ocupadas por 60.000 espectadores, y en las calles de Montevideo.
–¿Qué les pasó en esa final, porque ganaban 2 a 1 en el primer tiempo y perdieron 4 a 2?
–Entramos en el segundo tiempo 2 a 1, pero ya teníamos nueve hombres por expulsiones. Y encima yo jugué con dolores fuertes en la rodilla. Pero la verdad es que ese partido lo perdimos porque hubo jugadores que arrugaron. Antes había futbolistas que se cuidaban las piernas, y por eso hoy me acuerdo de la final y siento mucha bronca.
–¿Qué es lo que más recuerda de su trayectoria en Boca?
–Los campeonatos de 1931 y 1934 y 35, que ganamos. Además, todo lo que vivís en Boca... Porque no hay comparación en el mundo. Tiene la hinchada más fervorosa y como yo dije siempre: en Boca, goles son amores.
–¿Podría contar alguna anécdota que aún lo conmueva?
–Uuuuyy... Son muchas. Pero el primer clásico con River (en 1931, fue 1 a 1 y se jugó en la vieja cancha de Boca) fue terrible. Y de ahí que siempre tuve problemas en los clásicos. Perdíamos 1 a 0 y me tocó patear un penal que me habían hecho. Pateo, me lo ataja el arquero (Iribarne), el rebote me lo vuelve a atajar y como la pelota se elevó y él llegaba antes, lo empujé al diablo y la metí. Se armó tal revuelo con los jugadores de River, que el árbitro tuvo que echar a tres y, como con ocho no podían jugar, se retiraron de la cancha. Al final ganamos los puntos.
Pancho Varallo parece sumergirse en las escenas del pasado y acompaña el relato con gestos elocuentes y una sonrisa inmóvil en su rostro.
–¿El fútbol le dejó amistades?
–Tuve amigos, pero yo triunfé en el fútbol por Cherro (Roberto, delantero de Boca durante la década del ’30). Cuando estaba en Gimnasia, en 1930 (fue campeón amateur en 1929), un día se acercó y me dijo: ‘Vos vas a Boca y hacés capote’. Y a mí me pareció que tenía razón: siempre fui un delantero con empuje y quería reventar el arco. Me moría por hacer goles y por eso creo que triunfé. Triunfé a mi manera.
–Presenció los últimos mundiales por invitaciones de la AFA. ¿Qué va a decidir el año próximo?
–Si llego a vivir, me van a venir a buscar, pero no voy a ir. No estoy para hacer viajes. Aunque mi nieta, que fue conmigo a Francia, ya me está preguntando si voy a aceptar.
–¿Está conforme con el reconocimiento a su carrera, si se toma en cuenta que es el máximo goleador xeneixe?
–Sí, por supuesto. Te diría que, por ejemplo, ya no quiero tener muchas charlas más. Me siento cansado de todo el circo y, además, un poco triste porque hace un año perdí a mi señora... La Clota...
Con ojos apesadumbrados recuerda a Clotilde, con quien vivió 34 años, luego de una década de novios. Sus destinos parecían sellados cuando él supo, ya en la adultez, que esa mujer que lo atraía tenía su casa del otro lado de la plaza Brandsen. La misma plaza que Pancho ha visto enfrente toda su vida.
