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ATENAS.- Es un recorrido que tiene que ser a pura intuición. No valen mapas, guías o folletos. Tan sólo esa vista imponente que guía desde allá arriba, seductora, irresistible. La Acrópolis ("El lugar más alto de la ciudad", en griego) nos mira desde el cielo y nos invita a subir. La tentación es irresistible. Pero la consigna debe ser hacer un paseo intuitivo, a piacere, eligiendo uno u otro camino, para ir sorprendiéndose a cada paso.
Hay que empezar por Plaka esa recorrida intuitiva. Es un barrio mezcla de bohemia y enorme actividad por los numerosos restaurantes, muy parecido a nuestro San Telmo. Hay que pasear por las callejuelas que allí nacen, llenas de tiendas de regalos para los turistas. ¿Para dónde caminar? Sólo basta mirar al cielo y encontrar la imagen del Partenón. Armarse de paciencia, soportar el calor y subir esos caminos empinados. Los que usted prefiera. No hace falta preguntar: tarde o temprano encontrará el rumbo hacia la Acrópolis, algo que no demanda más de 15 o 20 minutos. La búsqueda tendrá resultado positivo. Las largas filas para comprar las entradas le harán darse cuenta de que ha llegado al lugar indicado. Allí, previo desembolso de 12 euros, encontrará lo que fue a buscar: las construcciones más maravillosas de la Grecia antigua. A su disposición.
Se puede caminar por todos lados. Casi no hay límites para los visitantes. Y ése es un aspecto que sorprende. En comparación con otros sitios arqueológicos de la antigüedad, como el Foro Romano, en Italia, aquí las trabas para mirar y conocer son mucho menores. Y da la sensación de que el sitio está menos protegido. Pero la visita continúa. Y la primera emoción que embarga es cuando se accede a las columnas que hacían las veces de propíleos, como se llamaba a las construcciones monumentales de la entrada en cualquier emplazamiento. Las escalinatas de mármol lo conducen a esa pequeña ciudadela de la altura de Atenas.
Allí, entonces, hacia la derecha, surge el símbolo que durante milenios ha identificado a esta ciudad. La cara oeste de la espléndida construcción nos muestra su rostro de ocho columnas y un entablamiento destruido por el paso del tiempo y, en especial, por el saqueo y las guerras durante siglos. Pero se yergue majestuoso, a pesar de todo. Y convoca la atención de los turistas, de día y de noche, en busca de una vista privilegiada para el atardecer. Pero la Acrópolis no es sólo el Partenón. Para nada. Porque, por ejemplo, para quienes una obra arquitectónica de esa envergadura no tiene tanto valor, vale mencionar que están las ruinas del teatro de Dionisio, el lugar donde se presentaron las obras de Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes.
Y para conocer más, también hay un museo en la misma Acrópolis, en una depresión de la roca para no alterar la imagen del emplazamiento. En esas salas se exponen las esculturas arquitectónicas que decoraban el edificio y las ofrendas consagradas a la diosa Atenea por los fieles.
Pero hay más, mucho más. Siempre, a cada paso. Si no se siguen los mapas, si se evitan las indicaciones, la Acrópolis siempre es atractiva. Una visita a pura intuición. Para disfrutar.
ATENAS (De un enviado especial).– La Acrópolis nació como una fortificación elevada, como existían en muchas regiones de Grecia. Con el tiempo, se convirtió en el centro más importante de la ciudad. Allí se concentraron algunas de las obras maestras de la arquitectura y la escultura griegas antiguas. El emplazamiento está enclavado en una roca calcárea de 154 metros de altura.
El monumento más importante era el Partenón, dedicado a la diosa Atenea. En realidad, la deidad asumía tantas personalidades que recibía varios epítetos (Niké, Ergane, Prómacos), pero en otro tiempo se la llamaba simplemente Partenos. Por ello, el gran templo construido en su honor fue bautizado con el nombre de Partenón, o la Casa de Partenos. Fue construido con extrema rapidez entre el 447 y el 438 a.C.
Después de la dominación romana, la Acrópolis y el Partenón sufrieron por guerras, invasiones y descuidos. El más famoso es el de Lord Elgin, que en el siglo XVIII sustrajo gran parte de las esculturas y las trasladó a Londres. La colección de Elgin fue vendida al gobierno británico en 1816, que la ofreció al British Museum, donde descansa hoy. En los últimos años, los gobiernos griegos solicitaron, infructuosamente, la devolución de los frisos faltantes.


