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Mariano Soso: “Los proyectos a largo plazo no tienen espacio real, son más una ilusión discursiva en este país”
El exentrenador de San Lorenzo se posa sobre el tembladeral de su profesión, y critica: “No hay clubes que estén dispuestos a bancarse la incomodidad de un proceso”; su particular relación con Maradona a través de los años
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Tenía 12 años Mariano Soso. Aquella noche de octubre de 1993, cuando el Coloso del Parque explotó para ver el debut de Diego Maradona en Newell´s, Mariano estaba en la cancha. Adentro de la cancha: era uno de los pibes de la escuelita de fútbol del club que decoraban la recepción haciendo jueguitos y agitando banderas. Pero el primer contacto cercano había sido unos días antes de ese amistoso con Emelec. “Diego estaba desde septiembre en Rosario y la preparación de la fiesta ocurrió un día de semana. Un puñado de chicos se fueron con Scoponi y con el ‘Tata’ Martino y otros tuvimos la suerte de dar con él”. Él es Maradona. Como casi todo lo inexplicable –Mariano andaba por los cinco años en México ‘86, no lo estremeció la gloria en el Azteca–, el encantamiento sería para siempre.
Tenía 22 años Mariano Soso. Visitaba La Habana en octubre de 2003, había viajado con su hermana Berenise, escogida por el Estado cubano para dar talleres de danzas árabes. Pero él se obsesionó con otra misión: encontrarlo a Maradona. Con el dato del campo de golf en el que jugaba, martilló durante tres días hasta que se abrieron las puertas del paraíso. Tardes de caddy improvisado, pero repletas de fútbol entre la leyenda y ese muchacho que ya dirigía en las inferiores de Newell´s. “Tuve la suerte de construir con él una relación impensada, muy valiosa para mí por mi historia como maradoneano. Hasta estuve en el cumpleaños de un tipo extremadamente cálido, afectuoso, y creo que tuvo que ver con ese marco de profunda soledad en la que yo lo encontré”.
Tenía 24 años Mariano Soso. Una noche de lunes de 2005, con Maradona de visita en el Coloso del Parque. Impulsado por la desesperación, y algunos conocidos, Mariano llegó hasta el palco. El saludo de Maradona resultó distante. “Este tipo ni se acuerda de mí, nuestra historia quedó en La Habana, pensé. No me moví de un rincón. Pero en el entretiempo Diego empieza a correr gente, se acerca, me tira dos piñas al cuerpo y me dice: ‘Qué hacés leproso hijo de puta, ¿cómo te va?’ Miré el segundo tiempo a su lado, sin intercambio. A final del partido ya lo saludo y me pregunta: ‘¿Cómo están las categorías de Newell´s, y cómo estás vos como entrenador?’ Él se acordaba de mí, era cierto. Un tipo de una sensibilidad…, bellísimo”.
Tenía 38 años Mariano Soso. El 21 de marzo de 2020 hubiese sido su debut como entrenador de San Lorenzo, pero en esos días la pandemia paralizó al fútbol argentino. El fixture marcaba Gimnasia como rival, sí, el Lobo de Maradona. “Podría haber cerrado un círculo aquel pibe que estuvo en el Coloso la noche contra Emelec…”, susurra Mariano. Ya había cumplido los 39, Soso, cuando uno de los primeros amistosos camino a la reanudación del campeonato encontró en el Bajo Flores a su Ciclón y a Gimnasia. Ocurrió el 29 de septiembre del 2020, la última vez que se lo vio a Maradona como entrenador en una cancha. Soso y el ‘Diez’ nuevamente juntos, lejos de los focos. No hay fotos, solo ellos. Nadie sabía que un mes después sería el último cumpleaños de Maradona. Para los 60, Soso subió un video: “Al Diez del pueblo, al pueblo hecho 10, al hombre que está en gambeta en cada potrero, a quien está en cada victoria de los más humildes, al tipo que nos enseñó amar este deporte profundamente. Te queremos mucho, Diego”, relata emocionado. Apenas quedaban semanas para el desenlace.
“El dolor que me acompaña es profundo e intransferible. Leí algo de Mónica Santino, una ex jugadora de fútbol que labura en la Villa 31, y lo define como un animal poético y político. Habla de la certeza plena de la belleza en la cancha. Ella dice: La verdad gritada a modo de barrio, furia y valentía villera, jugando siempre el partido de los que no tienen ni cara ni nombre, revoleando la camiseta y gritando letras que hablan de amor y pertenencia. Para mí, o en realidad esto lo sostenía el papá del ‘Patón’ Guzmán…, Diego fue tan lejos sin olvidarse de nada”. Hoy tiene 40 años Mariano Soso y la pesadumbre por la muerte de Diego Maradona no lo suelta.
Deseo que seas muy feliz , y si es cumpliendo años mucho mejor . pic.twitter.com/wkBucrGmuZ
— Mariano Soso (@marianososo) October 30, 2015
Maradona puede ser un puente. Soso no se asume doctorado en nada, no presume en ningún momento de la charla, hasta se siente incómodo con cualquier cartelito –o distinción– que lo deposite en un umbral diferente. Es un apasionado por el fútbol que preferiría que nada invisibilice al entrenador. Pero su sensibilidad obliga a escarbar. Hay un deporte de desdobles, relevos y transiciones. Y hay un fenómeno cultural que muchas veces disimula carencias esenciales del hombre cualquiera. Al fútbol se le reclama ejemplaridad, un don evangelizador sobre la sociedad quebrada a partir de su enorme caja de resonancia. “Cargarle eso al fútbol es muy injusto. En definitiva, es un espacio que refleja las bellezas como las miserias de nuestra sociedad. Hay una exigencia desmedida, es un fenómeno bastante incomprensible y creo que tiene que ver con la notoriedad que tiene el fútbol. Quizás porque el éxito aparece a temprana edad, algo que en otros deportes se manifiesta más adelante, y se descuida la historia de vida de ese sujeto. De alguna manera, la síntesis es Maradona”, analiza Soso.
Maradoneano, el círculo se explica solo. Comprometido, sensible y educado desde la cuna familiar. De pluma elegante e inquietudes culturales. Pero esencialmente, Mariano es futbolero. Leproso, amigo de Maxi Rodríguez desde la mágica infancia que los reunió en la categoría ‘81 de Newell´s. Lo sueños de cancha se terminaron cuando asomaba la adolescencia, con edad de octava, cuando su técnico, Claudio Vivas, le contó la verdad. “Lo acompañaban argumentos de sobra a Claudio. No solo tuvo razón, sino también favoreció y promovió la carrera de un joven entrenador. Por lo cual, estoy profundamente agradecido”, cuenta con una sonrisa.
Soso es incluso más chico que Lionel Scaloni, pero le sobran cicatrices. Le fue muy bien, le ha ido mal, sigue en construcción como entrenador. Se marchó de San Lorenzo cuando despuntaba este año después de apenas once partidos; ni con hinchas en las tribunas alcanzó a dirigir. ¿Reponerse de un paso en falso en un grande es más traumático? “San Lorenzo nos proporcionó una visibilidad y exposición mayor que en otros equipos, en términos locales, pero no, la profundidad del dolor y la necesaria reparación no está asociada al sitio. Sino como uno habitó ese lugar, qué desarrollo pudo darle al proyecto, si se cumplieron los objetivos que se establecieron… y desde ahí uno inicia ese proceso de reparación”.
-Estabas advertido de la inestabilidad que ofrecía San Lorenzo: entonces, eras el DT número 21 en la década. La voracidad siguió con Dabove y Montero. ¿No te atemorizó trabajar en un sitio tan impaciente?
-En primer lugar, no hay instituciones que estén dispuestas a bancarse la incomodidad de un proceso. En nuestra sociedad, los proyectos a largo plazo no tienen espacio real para concretarse, son más una ilusión discursiva. Y en eso se genera una contradicción entre lo que se desea y lo que se construye. Queremos construir en plazos cortos proyectos sólidos, que llevan tiempo y coherencia, pero no soportamos el proceso. Yo soy de la idea de que es importante intentar mantener el mayor tiempo posible el proyecto que se elige, que, imagino, se elige con criterio. Haciendo una evaluación del proceso y no de los logros, en términos de exitismo.
Con relación a San Lorenzo, era algo visible, y que lo excede a San Lorenzo: impera en nuestro futbol. Asumí ese riesgo, interpretando que estaba en presencia de recursos que iban a permitir el desarrollo de una gestión deportiva que podría cambiar ese rumbo de ir cesando entrenadores. Si bien hay condiciones originales que uno pacta, también hay que reconocer en el marco que se dio esto, un momento extremadamente anómalo por la pandemia, con condiciones muy alejadas de las habituales. Aun así, yo puedo rescatar algunas cuestiones que se intentaron y la permeabilidad del plantel para hacer propia la propuesta. Además de interpretar la situación económica del club, asumiendo la no llegada de refuerzos, para colaborar en el saneamiento del club. Si algo tengo muy claro es que la legitimidad del entrenador se va construyendo, principalmente, a partir de la producción de resultados. Hubo un buen comienzo, y aun en etapa de construcción, el proceso se debilitó en término de resultados.
-Sin descensos y hasta hace poco sin público, dos elementos centrales en la crispación, igualmente los dirigentes siguen despidiendo técnicos. ¿No hay escapatoria?
-Es la cultura que impera. Sin la presencia de actores dispuestos a soportar la incomodad, únicamente direccionados a medirnos en función de los resultados, difícilmente esas condiciones se modifiquen. Actores que pertenecen a una sociedad que busca con inmediatez el éxito, sin poder reparar en el camino. Somos el sujeto, sujetado. Y no lo naturalizo, pero si lo entiendo como la cultura que impera. Uno lo tiene claro y así se daña menos cuando dice que construye el vínculo con el hincha a partir de las expresiones futbolísticas, sí, pero principalmente, desde los resultados.
-¿Cómo analizás la grieta entre los técnicos que podría resumirse en el grupo de ‘los drones’ vs. ‘los códigos del vestuario’?
-No me siento representado por las ideas que romantizan el pasado ni tampoco con las que idealizan el futuro. Para mí, lo bueno no pasa con el tiempo. No prescribe. No merece presentarse ese falso antagonismo que se propone entre lo antiguo y lo nuevo Lo realmente valioso, son las síntesis. De la inmensa mayoría de entrenadores, trato de aprender. Creo que esta es una idea más propuesta por los medios que otra cosa.
-En tu carrera ha sido frecuente contar con jugadores mayores que vos. ¿Cómo lo gestionaste?
-La posibilidad de vincularte con jugadores que tienen más edad que uno, y algunos que también han hecho un camino trascendente, lo he vivido con naturalidad. Confiando en mis capacidades y sensibilidad, desde determinados principios para conducir, orientados al colectivo. Me identifico con las formas de conducción que fomentan la participación, pero también hay contextos donde hay que intervenir y tomar decisiones de manera personal. He podido construir vínculos valiosos, donde las jerarquías no se han alterado y me he sentido respetado por jugadores con una distancia en la edad.
-Proponés equipos protagonistas, incluso con recursos recortados como en Gimnasia y Defensa. ¿A mayor jerarquía mayor exigencia, o la pretensión de cierto estilo debe trascender la calidad del plantel?
-Hay que evaluar las capacidades de los futbolistas para poder ofrecerles un modelo de juego. Ahora, yo siento que un entrenador puede ir por ese desarrollo. No me veo apremiado porque esa identidad de juego sea más reconocible porque gestiono a un equipo de primera línea europeo o a un equipo de segunda línea de nuestro fútbol. Siento que es un argumento que no justifica a ningún entrenador que persiga eso. Lógicamente, podemos pensar que con futbolistas más dotados podría darse con mayor facilidad la construcción, pero no, ni podemos desistir de intentarlo ni tampoco me siento con una presión mayor por las capacidades de esos jugadores.
-El DT que se asume ofensivo, ¿de alguna manera se encarcela? Al pragmático se le exige menos porque su apuesta no despierta tantas expectativas.
-Sí, creo que tiene que ver con las expectativas. Un entrenador que propone un modelo que busca fusionar lo estético con la eficacia, de él, de esos entrenadores de autor, hay una exigencia claramente mayor. Aquel que no declara ni persigue eso para sus equipos, se lo juzga pura y exclusivamente por la producción de resultados. Esos modelos que alcanzan la victoria contemplando la belleza, a algunos sectores los suelen incomodar, les termina ardiendo a aquellos que desprecian las formas. Eso suele rebelar… es Guardiola besando la medalla de subcampeón, esa imagen tan fuerte de un entrenador reconociendo el camino independientemente de no haber alcanzado el resultado. Ahora, esa elección que contempla la estética del juego no es solo una cuestión romántica, sino que se trata del camino elegido porque consideramos que es el que nos va a proporcionar el acceso a la victoria.
“Yo soy un tipo que está estigmatizado respecto del lenguaje dentro del medio”
A los 33 años, el entrenador principal debutaba en Cusco. Pero nada de Machu Picchu, el hombre se fundió con la tarea y no se permitió licencias turísticas. Ese primer paso en el club Real Garcilaso no podía conceder distracciones. Analizar el juego, desmenuzarlo, lo desvive a Mariano Soso. “Aun sin garantías, los espacios que oxigenan nos otorgan la posibilidad de ser mejores en lo que hacemos”, alienta. Pero la pasión por la tarea… tiene sus trampas. Mariano asume que, en sus últimas experiencias en el cine, por ejemplo, de repente se le han aparecido imágenes de desbobles y de asociaciones entre lateral e interno… entonces surge una puja incomoda. “Hay que aplicarse al ejercicio de vivir aquello que está ocurriendo. Y la niñez ayuda. Aquellos que son padres, experiencia que yo no tengo, y se dedican a jugar con su hijo, se pierden con ellos y luego regresan y conectan con su tarea. Poder trabajar y disfrutar del aquí y ahora”.
La evolución es interpelarse todo el tiempo para Soso. No reniega de su esencia, se reconoce involucrado con temáticas que exceden al fútbol, rasgos que componen su identidad. Creció en una atmósfera de compromiso: su madre, Alicia Lesgart, es una referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en Rosario. Susana Lesgart, prima de Alicia, fue una de las 16 fusiladas en la ‘Masacre de Trelew’, en 1972. Todo eso –y seguramente mucho más– configuran quién es, pero Soso no anda por el mundo con pretensiones declamatorias. Que nada desenfoque el registro del entrenador.
El fútbol es su ambiente. Le ha ido mejor afuera que adentro: campeón en Perú con Sporting Cristal 2016, y finalista en Ecuador con Emelec 2018. En la Argentina arrastra tres experiencias breves por Gimnasia, Defensa y Justicia y San Lorenzo, 41 partidos con cosechas discretas. Habitante de la ‘burbuja’ del fútbol, un espacio a veces indiferente y otras voraz. “Este es un medio muy exigente para los actores que lo integramos. Yo suelo sumergirme en los proyectos, pero siento que soy un sujeto que debe participar activamente de otros espacios. Porque la vida misma me lo reclama y por el mundo que pretendo construir. Y cuando a veces uno desaparece, hay alguien que te dice ‘regresá, regresá a mirar de cerca esto que también está aconteciendo’. Es muy peligroso y se asume mucho riesgo cuando uno se desvincula del laburante, de la maestra, de lo que está ocurriendo afuera de nuestro predio. ¿Qué relación queremos tener con eso? O vamos a pensar una vida de burbuja que nos blinde de todo aquello exterior. Vale interrogarse: ¿vivimos un mundo que nos agrada, qué nos pasa con los índices de pobreza? ¿Vivimos en sociedades justas? Consideramos que no, bueno, entonces, ¿qué participación tenemos para hacer de este un mundo menos peor?”.
Soso está en contacto con jóvenes hace dos décadas. Completó un terciario sobre minoridad y familia y le puso el cuerpo a trabajos de campo en villas y barrios muy carenciados de Rosario. Ha vivenciado que el desplome social y educativo llega al fútbol, donde la nutrición es determinante, claro, como el desarrollo cognitivo. Porque jugar se trata de pensar, más allá de la habilidad innata para gambetear. “En el análisis no podemos excluir cuestiones políticas cuando básicamente estamos hablando de pobreza. Del 2003 en adelante podría señalar políticas que han podido intervenir sobre los sectores más postergados y han tenido impacto en esas infancias, pero eso con el tiempo perdió cierta fuerza y está a la vista en los índices de pobreza, desnutrición e indigencia actual de nuestro país”, analiza. Exigente, la complejidad de ciertos temas no lo dejan conforme con la espesura de alguna de sus respuestas.
Abrió su cuenta en Twitter en mayo de 2012, con una cita de Eduardo Galeano. No han faltado frases de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Valdano y Eduardo Sacheri, entre varios. ‘Hay locuras para la esperanza, hay locuras también del dolor y hay locuras de allá donde el cuerdo no alcanza’, escribió el 21 de julio de 2015, citando la canción “Locuras”, de Silvio Rodríguez. Ese día es el cumpleaños de Marcelo Bielsa. “Los aportes de Marcelo exceden el campo deportivo. Bielsa debe ser entendido como un sujeto transformador, capaz de modificar realidades. La fuerza de él está ahí, en un sujeto único”, detalla. Trabajó para él entre 2002 y 2004.
"Todos sabemos algo.Todos ignoramos algo. Por eso siempre aprendemos” y nuestro proyecto futbolístico también se nutre de estos encuentros. La niñez y la juventud traen consigo la frescura de lo nuevo, la magia de las ilusiones y la nobleza de los sueños p/ seguir construyéndonos pic.twitter.com/HcW9XP7YaN
— Mariano Soso (@marianososo) August 24, 2018
-¿Por qué dejaste la actividad en Twitter? ¿Hay algo de preservación?
-No tenía publicaciones con tanta frecuencia, pero sí, decidí desmarcarme. Es un medio que tiene su potencia y no desestimo en algún momento volver a utilizarlo. En los últimos tiempos no he tenido tiempo para cosas sin alma, digamos.
-Muchas veces al técnico se lo juzga por su manera de expresarse y no por su capacidad. Vos sos ridiculizado porque “hablás difícil…”
-Yo soy un tipo que está estigmatizado respecto del lenguaje dentro del medio. Yo creo que el lenguaje es un espejo del pensamiento, parto de ahí. Y la complejidad del discurso, separa, distancia. Como entrenador debo traducir con simpleza mis ideas y las conclusiones. Estoy obligado a reparar en qué alcance y qué poder tiene mi palabra. Esto lo dice Julio Velasco: tiene mayor peso cómo lo estoy comunicando que el contenido de lo mismo. ¿Cuánto llega al futbolista? Como entrenador, soy un tipo que mide aquello que está diciendo. Me asumo genuino en aquello que expreso, y de ninguna manera persigo esa distinción. Hay futbolistas que tienen un contraste cultural muy pronunciado, y eso también debe evaluarse. Si me dirigiera con todos siempre igual sería, mínimamente, un tipo extremadamente torpe e incomprensible.
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