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Aprendimos mucho, pero mucho en el 2016 deportivo. Lo más importante que aprendimos es que abandonar algo es una paradójica manera de demostrar lo mucho que le importa a uno.
Es, qué duda cabe, lo que le sucedió a Lionel Messi en un 2016 que marca un antes y un después en su relación con la Argentina. El “¡no te vayas, Lío (Leo)!” sintetizó como pocos lo insólito que puede llegar a ser el hincha argentino: fue necesario que Messi dijera “basta” para que tantos y tantos se dieran cuenta de lo evidente: tenerlo es un privilegio, y, sin él, el fútbol argentino es mucho -¡muchísimo!- menos.
Aprendimos, también, que lo que parece no siempre es. Parecía -y ni él mismo se enojaría con aquellos que lo pensaron- que Juan Martín Del Potro era un ex tenista, el triste recuerdo de un gran pasado al que se le cortó un futuro glorioso.
Error, puede decir hoy Del Potro con sonrisa de oreja a oreja y jugando con su perro en la pileta de la casa de Tandil. Su regreso a los primeros planos tiene escasísimos precedentes en la historia del tenis. Un regreso tan grande que alcanza un dato para darle toda su dimensión: sin él, la Argentina no estaría celebrando su primer título en la Copa Davis .
Aprendimos que los Juegos Olímpicos también pueden tenernos en su arranque como protagonistas y no como espectadores. El 5, 6 y 7 de agosto de este año, el mundo posó sus ojos sobre el deporte argentino. El sábado, porque Paula Pareto se llevaba el oro en judo y, gracias al calendario y al orden alfabético, el país encabezó durante varias horas el medallero de Río 2016. El domingo, porque Del Potro eliminaba al número uno del mundo, Novak Djokovic, y el lunes, porque la selección de voley bajaba a la temible Rusia.
Y luego llegarían Santiago Lange para que aprendiéramos que el hombre, si se lo propone, tiene pocos límites. Y los muchachos al mando de Carlos Retegui para recordar que el hockey no es sólo chicas y Leonas: también hay Leones.
Aprendimos que el fútbol argentino puede ofrecer partidos de alto vuelo también cuando hay mucho, muchísimo en juego. ¿O no fue el caso del superclásico y de la final de la Copa Argentina?
Aprendimos que el amor por la camiseta tiene sus muy lógicos límites, y que éstos a veces los pone China.
Aprendimos que el fútbol gratuito era una ilusión y que los clubes quebrados son una realidad. Aprendimos que tras cuatro décadas de autocracia no es posible esperar una AFA regenerada y en pleno funcionamiento en apenas unos meses. Y aprendimos, violencia en el fútbol mediante, que en algunos aspectos no aprenderemos nunca.