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Frente a la isla francesa de Martinica, en 1999, Lucas Calabrese finalizó 8° en el certamen que el italiano Mattia Pressich se adjudicó por segunda ocasión consecutiva. El talentoso timonel del Club Náutico Albatros estuvo más cerca el año último: en aguas gallegas figuraba al tope de la clasificación antes de la regata decisiva, pero su ilusión cedió a manos del croata Sime Fontella en La Coruña. La tercera es la vencida, habrá dicho este joven de 14 años apenas pisó Qingdao, China, donde, entre 208 barcos de 40 países, esta vez sí consiguió lo que pretendía: el octavo título mundial individual para la Argentina en la historia de la Clase Optimist, una categoría reservada a navegantes de hasta 15 años.
“La cancha era muy difícil, porque siempre hubo muy poco viento (la intensidad no superó los 5 nudos), lo cual permitió realizar sólo siete de las 15 regatas programadas. Cada prueba fue crucial; me ayudó mucho la experiencia acumulada en los dos campeonatos anteriores”, reconoció Calabrese, que lideró la clasificación con 15 unidades, a sólo dos del local Zhu Ye. Mario Segers, también de 14 años, terminó 7°, con 52 puntos; Luciano Oggero (14), 15°, con 78, y Manuel Bologna (14), 56°, con 136; entre las mujeres, Mercedes Travascio (14) culminó 32a., con 337. Salvo Oggero, perteneciente al Club de Regatas San Nicolás, los demás integrantes del conjunto navegan para el Club Náutico Albatros.
Pero la falta de viento no fue el único escollo para estos adolescentes que ayer regresaron orgullosos a casa con la triple corona, ya que también obtuvieron el Trofeo Miami Herald, otorgado a la nación líder en la sumatoria de puntos de sus representantes, y la medalla dorada en la modalidad grupal, al vencer a Suiza, Francia, Croacia y Japón. Semejante rendimiento sólo se había alcanzado en Italia 94, cuando el vencedor fue Martín Jenkins, seguido por Federico Pérez y Julio Alsogaray; en Portugal 90, con Martín Di Pinto en la cima, escoltado por Agustín Krevisky, y en Irlanda 81, donde el lugar más alto en el podio le correspondió a Guido Tavelli.
“Después de un viaje agotador (Buenos Aires–Vancouver–Toronto–Pekín–Qingdao), nos costó adaptarnos a las ocho horas de diferencia y estuvimos bastante fastidiosos durante la competencia, porque era complicado comunicarse. Todos los días había niebla y no nos gustaba la comida: huevos fritos en el desayuno, pollo frito en el almuerzo...tuvimos que ir al supermercado a comprar alimentos. Aunque eso, por el contrario de lo que podría pensarse, nos fortaleció en el aspecto anímico”, afirma el campeón Calabrese, a quien tampoco le satisfizo la tarea de los voluntariosos organizadores chinos, exultantes tras haber sido designados para recibir en Pekín a los Juegos de 2008.
Molestias al margen, esta excelente actuación en Asia enriqueció la estadística: en los últimos once años, la Argentina se adueñó de doce títulos mundiales en Optimist (individuales y grupales). Un testimonio elocuente de la envidiable capacidad del Río de la Plata para la crianza de geniales retoños.