Adolfo Cambiaso decide su futuro, después de tener el mejor año de su carrera... a los 50
El crack ganó con sus hijos y los Castagnola en 3 países, y reactivó lazos familiares: “Una linda forma de revincularme con mis sobrinos y con Lolo”
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Cuando en 2010 Adolfo Cambiaso se dio cuenta de que, si quería prolongar su carrera –y sus éxitos–, debía hacer cirugía mayor en su equipo de Argentina, tomó la difícil decisión. Y quería, nomás, prolongar su carrera –y sus éxitos–. Andaba por los 35 años. Hoy tiene 50. Y sigue jugando.
A la edad en la que muchos deportistas de otras disciplinas acaban de retirarse, o están próximos a hacerlo, o al menos ya lo piensan, el 1 del polo quería más. Famélico siempre de gloria, también necesitaba seguir generando ingresos. No es que la temporada argentina fuera muy rentable, pero sí contribuye a un prestigio que luego reditúa en el profesionalismo en el exterior.

Su extraordinario talento pagaba dividendos en forma de copas, pero a la vez pasaba una factura. Física, pero no de papel: en el cuerpo. Ser el principal responsable del ataque, el portador de la bocha, implica recibir caballazos, y hachazos al serle trabado el taco. El polo es un deporte violento, aun jugado con nobleza. Era tiempo de reformular la alineación para que la función ofensiva estuviera más repartida. Cambió primero a Mariano Aguerre por David Stirling, y al año siguiente, no sin cierto dolor humano, a su amigo de siempre Bartolomé Castagnola y a Lucas Monteverde –llegaron al 10 de handicap a su lado– por Juan Martín Nero y Pablo Mac Donough, birlándoselos al archirrival, Ellerstina. Jaque mate: en 9 de los siguientes 10 años La Dolfina ganó el Argentino Abierto. Y en tres, la Triple Corona.
Como todo ciclo tiene su fin, un día se terminó ese dream team de los cuatro fantásticos. Ya había más presión que disfrute por mantenerse arriba, y había más por perder que por ganar. Se cristalizaba en ellos el motivo del retiro de Juan Carlos Harriott (h.), “el otro mejor de la historia”, que en 1979, luego de 20 conquistas de Palermo sobre 23 participaciones, dijo que ya era más el temor por la derrota que el gozo por la victoria. Muchos equipararon a aquel La Dolfina con aquel Coronel Suárez que era “la máquina de jugar al polo”, e incluso lo pusieron por encima. La cuestión es que, antes de que pudiera romperse, sus integrantes lo partieron amistosamente.

Cambiaso se quedó con ‘Pelón’ Stirling, y después volvió Nero, y hubo un último baile victorioso, en 2022. Pero el combustible se agotaba. Y entonces Cambiaso recibió el llamado que esperaba para cumplir el anhelo que admitía sin vociferarlo: jugar con sus sobrinos, además de su hijo. Camilo y Bartolomé (h.) Castagnola, que a esa altura le hacían jaque mate en las canchas como ‘Adolfito’ a Ellerstina años atrás, lo convocaban para cerrar filas. Para compartir prácticas, caballos, mates, desafíos. Uno era la recomposición familiar: habían quedado cenizas donde había habido fuego con su papá, ‘Lolo’. O hielo, más bien: el diálogo se cortó por años.
Después de más de una década de aquello, y tras algunas rispideces que debieron pulir, los Cambiaso y los Castagnola acordaron ser La Natividad-La Dolfina. Un equipazo de 40 goles que, como todo dream team, sobrellevaría toneladas de presión.
Pero había nueve meses entre el sí y el primer throw-in de los cuatro juntos. En medio estaba el circuito que siguen por el exterior los polistas profesionales para ganarse el pan de cada día. Un tour en el que no hay favoritos tan claros, por el tope de handicap que iguala a los equipos, pero en el que la presión para los grandes es doble: ganar per se, y ganar por el patrón, el que paga los haberes. El que decide sobre el contrato del año siguiente.
En otros países no existe para el polista líder la posibilidad de descargar tanto el juego en compañeros. El mejor tiene uno más o menos de su categoría, y el resto es de más bajo nivel. Es decir, en Estados Unidos, Inglaterra, España Cambiaso no puede repartir tanto la responsabilidad propia ni los caballazos ajenos. Pero en ese polo sigue moviéndose muy bien.
Eligió a su amigo Diego Cavanagh, un 7 en Estados Unidos que supo jugar 9 en Buenos Aires (años en La Dolfina II), para la temporada alta de Palm Beach. De su Triple Corona conquistó dos trofeos, la Copa CV Whitney y el Abierto de Estados Unidos, el más importante; llegó a los cuartos de final por la Copa de Oro de USPA. Cumplió el medio siglo el día anterior a la semifinal del US Open, 15 de abril, y el 20 levantó por décima vez la copa del certamen americano más prestigioso fuera de Argentina.
Del otro lado del Atlántico, el de la Copa de la Reina siempre fue el campeonato que más le gustó a Adolfito en la temporada de Inglaterra. Su barrera esta vez fue un cuarto de final, pero para el Abierto Británico la indisponibilidad del patrón, David Paradice, abrió un cupo en la formación que Cambiaso decidió llenar con alguien del mismo apellido: su hija mayor, Mia. Una apuesta, pero no la primera con una polista: el crack fue el primero en obtener la Copa República Argentina y el Abierto de Jockey con una mujer (Marianela Castagnola en 1997 y Lía Salvo en 2016, respectivamente). La jugada rindió: padre e hija se fotografiaron con la Copa de Oro inglesa, la más importante de Europa, algo que nunca había sucedido entre progenitores y vástagos. Para él fue la novena foto con el trofeo dorado, pero esta vez mostró una herida de guerra, el cabestrillo que necesitó tras fracturarse en el último chukker el metacarpo derecho. El que sujeta el taco, nada menos.
Luego Cambiaso se salteó otra temporada profesional extranjera y se enfocó temprano en la Triple Corona argentina. Cuando presentaron el equipo de los Castagnola y los Cambiaso en un hotel, la acción en las canchas ya estaba en marcha, y la mano, bien hinchada todavía. Pero el número 3 no se bajó de ningún partido. Las infiltraciones le permitieron estar, más para acompañar y ordenar a los tres fenómenos –y hablar con los jueces, también– que para ser determinante en el juego. Los chicos hicieron lo suyo, a veces con mucho brillo y otras con menos, y la champaña fue brotando en los podios de Hurlingham, Tortugas y Palermo.
La fractura fue cediendo –tardan más a esta edad– y justo para la final del Argentino, el partido más importante del año, Adolfo tuvo su mejor actuación, con goles, pases y presencia en el medio. Fue valioso para la victoria (holgado 17-13 a Ellerstina-Indios Chapaleufú) que iba a determinar si el 2025 del dream team era excelente o quedaba debajo de la expectativa general. No había término medio. Y el 2025 azul y verde resultó ideal, nomás.
“A esta altura de mi vida, con 50 años, haber tenido el mejor año de mi carrera... Gané CV Whitney, gané US Open, jugué con mi hija el British Open, y ganarlo habiendo 19 equipos... Volví a Argentina y gané la Triple Corona. Mejor año que éste, yo no voy a tener”, comentó para LA NACION. Está claro que Adolfito no es el polista de 12 de handicap de los noventas y principios de los 2000. Aquel supercrack dio paso a este líder de equipo que organiza, motiva, ordena y, cuando está sano, juega. Todavía muy bien. Pero su “mejor año” es el de un polista integral, para quien los resultados colectivos superan infinitamente hoy a los destellos y las estadísticas individuales.

Pudo ser 2014 ese “mejor año”. Cambiaso ganó entonces 49 de los 51 partidos entre todas las temporadas (obtuvo CV Whitney, USPA, Abierto Británico, Jockey, Triple Corona de Buenos Aires) y fue galardonado con el Olimpia de Oro. “El único trofeo que me faltaba”, lo valoró el único polista en recibirlo más allá del propio Harriott (1976). “Mi carrera está completa”, se apresuró en aquel momento.

Once años más tarde, a los 50, esa trayectoria luce más llena. Adolfo VI jugó y salió campeón de Palermo con su hijo, ‘Poroto’, el VII; jugó y salió campeón con su hija en Inglaterra; jugó y salió campeón con sus sobrinos. Instaló en el Abierto femenino un La Dolfina que ya es el más veces triunfador (cinco en nueve años). Se alzó tres veces más (ya sumaba dos) con la Triple Corona. Pasó largamente el mojón de los 1000 goles en el Argentino, algo que parecía imposible 15 años atrás (1137 hasta hoy). Conquistó por 19ª vez la Catedral, y está a una del récord de ‘Juancarlitos’. Y logró algo más, no polístico pero gracias al polo.

Restauró los lazos familiares. Antes no estaba claro si sus sobrinos querrían jugar con él, sobre todo Camilo; pues fueron ellos los que dieron el primer paso. Volvió a tener vínculo con su cuñado, que no iba a poner obstáculos a la decisión de sus hijos si querían compartir equipo con el tío, pero había una barrera gélida por romper. La Natividad-La Dolfina fue la manera que encontró Cambiaso de unir, o al menos acercar, piezas, del rompecabezas familiar. Un triunfo hasta mayor que los polísticos.
“Estoy contento y disfrutando. Fue una linda forma de revincularme con mis sobrinos y con Lolo. Estuvo bueno. Y en lo deportivo, ni hablar. Fue, para mí, lo mejor”, celebró ante LA NACION su nueva reinvención exitosa. Tras aquella de 2010/2011, ésta de 2024/2025. Distinta. Menos reluciente en lo individual, pero por ahora igual de redituable en lo deportivo y más positiva en los afectos. El mejor año de su carrera a los 50 es posible porque Adolfo Cambiaso, que sigue corriéndose su propio arco de objetivos, volvió a arrasar, pero ahora con hijo y sobrinos. Mira lo grupal más que lo propio. Y si los que brillan son los de al lado pero todos juntos levantan las trofeos, lo mismo da.
Compacto de la conquista de La Natividad-La Dolfina
Adolfito siempre negó interesarse en los números individuales, pero cuando los registra como récords, los valora. Como cada año desde hace tres o cuatro, dice que debe pensar qué hará en el siguiente: ¿el retiro con esta gloria copiosa o una última función? Queda revoloteando ese 19 palermitano propio, tan cercano a ese 20 de Harriott. Los primos quieren que siga. Su hijo lo da por seguro. Él no anticipa nada. “Mañana nos juntamos”, apenas informa.
Este martes, entonces, se reunirán los cuatro. Y Lucas Monteverde (n.), el candidato a jugar algún día con sus amigos Castagnola y Poroto, tiene confirmado otro equipo para 2026, un Las Monjitas que conformará con Nero, Stirling y Rufino Bensadón. Todo sugiere que habrá más Adolfito. ¿Cuál sería el desafío, entonces, tras este “mejor año” de su carrera? Se verá. Con Adolfo Cambiaso, el reinventado que siempre tiene una meta nueva por alcanzar, nada parece imposible.
La confusión por el premio en el podio
Más allá de haber recibido del presidente Javier Milei la copa del Argentino Abierto, por ser el capitán de La Natividad-La Dolfina, Adolfo Cambiaso se llevó uno de los lauros individuales de la entrega que realizó la Asociación Argentina de Polo en el podio de la cancha 1 de Palermo. El número 3 recibió el premio Rubén Sola, que recuerda a un amigo suyo y ex polista del Abierto fallecido en diciembre de 2019, cuando miraba a su hijo jugar en la cancha 2. La particularidad es que ese galardón es destinado a la revelación... algo que causó sorpresa y gracia al propio Adolfito. Luego la AAP explicó que quiso ser un reconocimiento a la trayectoria del crack.

Varios de los compañeros de Cambiaso ganaron otras distinciones. El trofeo Gonzalo Heguy para el mejor protagonista de la final fue entregado a su hijo, Poroto Cambiaso, que también recibió el AACCP y SRA al mejor producto Polo Argentino, por Dolfina Copas. Bartolomé Castagnola (h.) fue reconocido con la Copa Fomento Equino como el jugador mejor montado de la final y por Lovelocks Drogba, ganadora de la Copa Lady Susan Townley como el mejor ejemplar del partido.
También Ellerstina-Indios Chapaleufú se llevó varias distinciones. Gonzalo Pieres (h.) obtuvo la Gonzalo Tanoira al mejor montado del certamen y la Juan Carlos Harriott (h.) al fair play. Facundo Pieres compartió con Hilario Ulloa (La Irenita-La Hache) la Javier Novillo Astrada al máximo goleador del torneo, con 35 tantos. Y Antonio Heguy fue el destinatario en la primera entrega del premio a la joven promesa, que honró a Rufino Laulhé, polista fallecido en enero a los 15 años.
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