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Racing - Independiente. Un penal que no fue, insultos y un intento de agresión al árbitro en un partido a puertas cerradas: el otro clásico de Avellaneda
Vigliano vio falta en una caída de Maggi y Racing superó a Independiente con un tanto de Copetti; Silvio Romero siente que hay una mano negra; amenazas en el vestuario del juez
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Iván Maggi chocó con Sergio Barreto y cayó en el área. Iban 49 minutos del segundo capítulo, faltaba uno para el cierre de un pobre espectáculo, impropio de la grandeza de unos y otros, bajo la lluvia del Cilindro. No fue penal, pero Mauro Vigliano lo cobró fuera de toda lógica. Enzo Copetti le pegó con alma y vida y selló la impensada victoria de Racing sobre Independiente por 1 a 0. El grosero error del juez motivó que un grupo de hinchas o allegados o dirigentes -a esta altura, lo mismo da- del Rojo insultara al juez en medio del desierto de Avellaneda.
Todo fue insólito. El penal, los insultos. Según se supo, hubo un intento de agresión de un grupo de dirigentes de Independiente a Vigliano, en el vestuario del cuerpo arbitral. Un bochorno de un sábado gris, nublado, olvidable. La Academia tuvo más ambición en el segundo capítulo, pero no le hizo ni cosquillas a Milton Alvarez, el reemplazante de Sebastián Sosa, uno de los tantos ausentes, infectado de Covid-19. Silvio Romero, el artillero de Independiente, lejos del gol y del área, mostró el poder de su indignación. “Cobró una mancha, así nos pasó con Boca, ¡basta, loco, basta!. Nos dio mucha indignación. Para él es fácil, pero se fue todo para la mierda. A nosotros nos mandaron a uno al hospital (Lucas González perdió el conocimiento y fue tratado en una guardia médica) y no puso ni amarilla. Basta, loco, basta. Pongámonos las pilas”, fue el duro análisis.
El resumen del clásico
Romero no se quedó callado. Su rendimiento fue pobre, sin audacia, como casi todo el equipo. Era un clásico empate en silencio, hasta que Vigliano saltó la banca. “Se nos escapa por un error, tenemos una gran calentura. Hubo varios errores en los últimos partidos. Nos pasó con Boca, estamos un poco cansados de que nos perjudiquen tanto…”, comentó.
Racing e Independiente son mucho más que esto. De lo que mostraron anoche, que fue un suplicio, entre el mal clima y las ideas extraviadas. Lejos de lo mejor de su historia, apartados de las huellas de sus leyendas, crearon un espectáculo que demuestra, en parte, el declive del fútbol argentino. Víctimas de los contratiempos por el virus y algunas lesiones, la Academia y el Rojo mostraron una sangría evidente, que muestra otra realidad: la mayoría de los jóvenes no tiene pasta. Son buenos proyectos, pero ninguno tiene pasta de campeón.
No es un problema de Racing, ni de Independiente. El fútbol argentino acelera los tiempos y lo que se espía en el fondo de la olla es la prepotencia del entusiasmo. Sobra entrega, falta jerarquía. Copetti, el goleador de la noche y el más querido de los nuevos por los hinchas de Racing, representa eso: un esfuerzo extraordinario, mucha picardía y limitada habilidad. Eso sí: no le pesa la responsabilidad.
Si hay que definir el clásico, lo define desde los 12 pasos. Como un guerrero. “Practico en la semana, suelo patear uno o dos penales todos los días. La confianza me la da el cuerpo técnico, tenía el sueño de jugar en primera. Tengo una alegría enorme, les dije a mis compañeros que iba a hacer un gol. Lo ganamos por convicción, siempre lo buscamos”, señala el ex atacante de Atlético de Rafaela. Se infla el pecho: “yo, yo”, parece decir, señalándose a sí mismo. Al rato, aclara por algunas frases maliciosas, de adentro y de afuera: “Estamos unidos, no nos entra una bala de lo que se dice por ahí”.
Gabriel Arias (33), fue uno de los pocos que superó la barrera de las tres décadas, rodeados de pibes sin rodaje. El arquero lo tiene claro, más allá de las polémicas: “Había que ganarlo. Tuvimos más ganas de ganarlo. Ellos no tuvieron ni un tiro al arco, fuimos justos ganadores. Los clásicos se ganan, lo que se habla de afuera, lo dejamos a un lado. Trabajamos para que Racing esté lo más arriba posible”.
Un penal (que no fue), insultos al árbitro en un estadio sin público. Casi nada de imaginación. El fútbol argentino se mira en el espejo.
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