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Río 2016: Hacía falta un Maracaná para decirle adiós al glorioso Michael Phelps
En una noche única e inolvidable, el atleta más grande de todos los tiempos se retiró con su 23° oro; "Volví para despedirme y estoy contento con irme así", dijo la leyenda
RIO DE JANEIRO.- "No quiero nadar más. Volví para despedirme y estoy contento con irme así. Ha sido maravilloso poder inspirar a los niños. Quise cambiar la natación, conseguir que los chicos soñaran. Que crean en sí mismos y que piensen que el límite es el cielo. Me voy feliz". Hay nostalgia desde mucho antes de Río 2016. Y terminó por explotar para siempre.
La organización acertó al no tomar el estadio María Lenk, de los Panamericanos 2007, y construir uno nuevo a 1000 metros, dentro del parque de Barra de Tijuca. Pero le faltaron reflejos cuando pensó en una capacidad de sólo 15.000 personas para despedir al atleta olímpico más grande de todos los tiempos. Anoche hacían falta tubulares, un par de pisos más. ¡Un Maracaná! Era una cita de honor. Algo así como la tercera ceremonia de estos Juegos Olímpicos. Michael Phelps lo merecía.
Sonríe y se emociona el Tiburón en su noche de despedida al saludar a la gente: es inevitable. Aquella historia que arrancó en Sydney 2000 y que en Atenas 2004 empezó a nadar hacia la gloria, acaba de cerrarse. Con sus 23 oros, 3 plateadas y 2 bronces que lo transformaron en un país propio de conquistas dentro de Estados Unidos. A los 31 años dijo adiós, con un triunfo y marca olímpica (3m27s95/100) en la posta 4x100m combinados, en la que nadó mariposa y le entregó la punta a Nathan Adrian para el remate. El hombre récord que hasta en la derrota en los 100m mariposa, su última prueba individual, con Joseph Schooling, el chico que le pidió una foto en Pekín 2008 y lo miraba embelesado, produjo un capítulo inédito en los Juegos: compartir la medalla plateada con otros dos competidores.
Muchos querían creer en la frase de su amigo-rival Ryan Lochte: "No se va a ir. Lo veremos otra vez en Tokio 2020". El propio Schooling, mientras era felicitado por la leyenda, se lo propuso con respeto y admiración: "No te vayas, corramos de vuelta en Tokio dentro de cuatro años". No hubo caso: la decisión estaba tomada y el propio Phelps lo rubricó minutos más tarde, en una jocosa rueda de prensa en la que estuvieron juntos los cuatro integrantes del podio: "Ya estoy listo para retirarme". Como lo soñaba su entrenador, Bob Bowman: "Este es el momento ideal. Michael tiene muchas cosas por hacer a los 31 y es hora de que empiece una nueva vida".
Invade la nostalgia al mundo olímpico. Son los Juegos de las despedidas. Phelps, el hombre de las 28 medallas, el que nació para destronar a Mark Spitz y hasta para paralizar un partido de fútbol americano en su Baltimore entre los Raven y los Carolina Panthers con la finalidad de ver todos, público y jugadores, su carrera de los 200m combinados. El que enloqueció los Juegos Olímpicos con una mezcla de admiración, incredulidad y añoranzas. ¡Sacudió hasta al Corcovado! Y emocionó con su conexión con el pequeño Boorman, que de ahora en más lo disfrutará a tiempo completo.
Seis oros en Atenas 2004, ocho en Pekín 2008, cuatro en Londres 2012 y cinco en Río 2016, para 12 años de suceso como ningún atleta en la historia olímpica. También 12 años de investigación sobre sus secretos: no sólo la dieta, las extremidades que marcaron diferencias, la concentración extrema que consigue escuchando música hasta segundos antes de instalarse en la plataforma de largada, las bondades de la ventosaterapia (cupping) que rebotaron con inusitada dimensión hasta en la propia China de origen. También sus virtudes bajo el agua: la capacidad de giro, la mayor profundidad que alcanza el rebote, la patada acompasada como si fuese un delfín y la recorrida de casi el 30% del largo de la piscina (el tope permitido reglamentariamente) para ganar en velocidad por la falta del oleaje de la superficie. Todo se ha estudiado y dicho sobre Phelps, pero pocos pudieron con él.
Son 23 medallas doradas. Un número impactante, eterno e imbatible en los Juegos Olímpicos de la era moderna… y en la historia de los Juegos Intergalácticos del tercer milenio. Fue la noche del adiós. La que hubiera enloquecido hasta al mismísimo Barón de Coubertin. Aunque Phelps no le haya hecho demasiado caso y transformara el lema en "lo importante es llegar primero" Seguramente, lo hubiera perdonado.
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