CUBA campeón de la URBA: de la alarma que sonó fuerte en 2019 al título en este 2021
El equipo campeón comenzó a construirse a fines de 2019; cómo se gestó la consagración y la unión entre experiencia y juventud que hizo la fuerza
Este nuevo título logrado por CUBA tras una peleada y errática final ante el SIC empezó a construirse a fines de 2019. Después de un bajón pronunciado en los tres años anteriores, en los cuales en dos estuvo arañando el descenso, el rugby del club se propuso el objetivo de volver a ser competitivo y de volver a instalarse en los primeros puestos. En ese sentido, el parate por la pandemia contribuyó a afianzar los principios antes de entrar a la cancha. El staff, comandado por Tomás Cóppola, uno de los entrenadores en el campeonato de 2013, y un plantel que fue encontrando el punto justo entre los más experimentados y los jóvenes, construyó ladrillo por ladrillo un camino que culminó en esta calurosa tarde con otra vuelta olímpica en la cancha del CASI.
Los 80 minutos ante más de 8 mil personas que desbordaron las tribunas de la Catedral estuvieron plagados de errores de los dos lados. Fue como si el partido los superó a ambos equipos. Se definió por el canto de una uña. Lucas Piña, una vez más como en la semifinal ante Newman, entró en el mismo sector y en el mismo ingoal para anotar el try que nuevamente terminó siendo determinante. Allí, CUBA, a los 10 minutos del segundo tiempo, sacó la diferencia de cuatro tantos, la máxima hasta ahí. Pero la última la tuvo el SIC con el resultado 10-9. Parecía que se repetía la película de 2019, cuando Joaquín Lamas sentenció con un drop la final con Belgrano. Sin embargo, esta vez el envío del apertura, que había regresado esta semana de jugar con los Pumas 7, se desvió levemente hacia la derecha de los postes que dan al club.
El drop fallido que decidió la final
El gran mérito de CUBA en esos últimos tres minutos, defendiendo sin cometer penal, fue también la síntesis de un equipo que jugó todo el año con el corazón en la mano. Quizá este campeón no tuvo las estrellas de 2013 –Matías Moroni, Tomás De la Vega, Bautista Guemes, Joton González- pero jugó con locura, a lo que le agregó un excelente estado físico, con un pack de forwards que hizo la diferencia.
El camino de la recuperación arrancó con el partido de 2019 con Olivos, en el que mantuvo su lugar en el Top 12. Una semana antes, un penal de Joton González en la última pelota ante Newman, en Benavidez, había decretado un empate que lo salvó del descenso directo. Aquella alarma sonó fuerte y anunció que había que cambiar.
Los entrenadores, Cóppola, Agustín Benedict y Federico Salas convocaron a un psicólogo deportivo para que trabajara con ellos. Así llegó Máximo Abbondati, hombre del club y, además, muy amigo de los tres. Por otro lado, aunque ahora menos que antes, siguió Juanjo Grande, que desde hace tiempo viene trabajando con los jugadores. Se armó un espíritu de cuerpo y un entusiasmo basado en lo que devolvían los jugadores. Un dato: antes de comenzar el campeonato, en una nota con LA NACION, Lucas Ponce aseguró que CUBA estaba para pelear el campeonato con el SIC. La importancia de la visión desde adentro.
Volvió Piña –estaba para regresar el año pasado pero el torneo se canceló por la pandemia- y con él se armó la base de la experiencia junto a los otros tres campeones de 2013: Rodrigo Ávalos, que pasó de apertura, Santiago Uriarte, titular desde 2014, y Lucas Maguire. Segundo Pisani, por su parte, fue el capitán que necesitaba este tiempo: una topadora en la cancha, con liderazgo de bajo perfil. Con Maguire y Benito Ortiz de Rosas, quien superó al fin una seguidilla de lesiones, se armó una tercera línea desgastante para los rivales.
Enrique Devoto, que fue suplente varios años, esperaba como ninguno esta oportunidad. Él, y dos jugadores que estuvieron en el sistema de la UAR, Estanislao Carullo y Nicolás Solveyra, conformaron una primera línea de altísimo nivel, que lideró una de las formaciones en las que más mejoró CUBA: el scrum. El line, con Uriarte y Piña como principales y casi únicas opciones, significó otro sello distintivo, pero esa virtud viene de tiempo atrás.
Los backs, liderados por Ávalos, fueron la juventud del equipo. De la sangre nueva, Rafael Iriarte sorprendió por su madurez. Quizá ahí, especialmente en esta final, es donde el equipo encontró menos variantes para llegar al try, pero sí una firmeza en la defensa. Otro dato: CUBA concluyó con el ingoal invicto en las semifinales y en la final.
El staff fue encontrando a lo largo del año que las soluciones venían desde el plantel. Los jugadores fueron los que dieron las respuestas a lo que tenían por delante. Y se mentalizaron para lograr lo que hoy concretaron.
Ese espíritu del equipo se trasladó al club. El rugby de CUBA vivió un clima festivo durante este campeonato. El jueves a la noche, en Villa de Mayo, en el Rincón del Ex, ese lugar que armaron ex jugadores para recibir a otros clubes, se armó un asado pantagruélico para alrededor de 500 personas. El plantel superior, después del entrenamiento, se sentó a cenar, servido por ex jugadores, frente a la cancha número 1, la Apraiz. Luego, ante la fiesta armada con cantos y fuegos artificiales, los jugadores se focalizaron en el SIC.
Desde 1970 –título compartido con el SIC- hasta 2013, CUBA estuvo sin salir campeón. De ahí en más sumó tres (URBA 2013 y 2021, Nacional de Clubes 2014) y dos finales. CUBA, el de los 15 títulos en su historia (sólo superado por CASI y SIC) coronó aquel camino que empezó cuando estuvo en el barro.
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