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BILBAO.- Ese hombre, al que le van plateando el cabello las cenizas de los años, parece estar de vuelta de todo; tiene licencia para decir y hacer lo que tenga ganas. Es una de las últimas leyendas que atesora el ajedrez: el ex campeón mundial Boris Spassky, nacido en Leningrado, hace 71 años, se volvió ciudadano francés por elección cuando confundió deseo con deserción hace ya casi 30. El lunes último llegó a Bilbao para comentar la final del 1er Grand Slam.
Ese rostro blanco, con frescura de barrio y tristeza de callejón, tiene una mirada color celeste que embelesa; esos ojos han visto más de la cuenta. En los años de infancia, percibió los horrores del sitio nazi a su ciudad natal y en tiempos en los que todo era deseo, observó la debacle de dos fracasos matrimoniales. A los 37 años, Spassky huyó como el verde en otoño, cuando tras perder el título mundial ante el norteamericano Robert Fischer fue perseguido por el régimen soviético de su país.
En tiempos de senectud, descubrió que la vida es una herida absurda. Por eso se ríe de todo y anunció que está escribiendo sus memorias; a él, le sobran historias.
-¿Cómo es de la vida actual de Boris Spassky?
-Desde hace algunos años decidí radicarme en París. Allí paso inadvertido para la mayoría de la gente y eso me hace muy bien. Tengo tiempo para escribir un libro sobre mis memorias y de viajar dos veces al año a Rusia, donde dicto cursos de ajedrez para 30 chicos en una escuela en los Urales.
(Risas) -En verdad... sí, he ganado suficiente dinero, pero también lo he gastado rápido; no tengo más remedio que volver a trabajar.
La afirmación a LA NACION causó asombro; a Spassky, que disputó dos históricos matches con su amigo Bobby Fischer, el primero en Reykjavik, en 1972, donde recibió cerca de 50 mil dólares, y 20 años después, en Sveti Stefan, donde sumó otros 2 millones más, parece que le gusta gastar a cuenta. En la intimidad, confesará que disfruta de las salidas con amigos y que el champagne, la comida y el vino francés son sus debilidades. Pese a todo, aún riega el romance con su tercera esposa (Mariva) y mantiene una buena relación con Boris Alexander George, su hijo de 28 años, que trabaja en el negocio algodonero en Uzbekistán.
Aunque pretenda instalar el pasado en el corazón del olvido, la charla indefectiblemente desembocará en su relación con Bobby Fischer y Spassky encenderá los fantasmas. "El no tenía muchos amigos y yo fui uno de los pocos que lo conoció perfectamente; creo que la mayoría de la gente jamás lo comprendió", dijo el ex campeón soviético y ex campeón mundial juvenil, con la voz entrecortada y la emoción sostenida. Suavemente reacomodará la silla, tomará aire y con el iris rojizo de sus ojos agregará: "Efectivamente, he perdido un amigo, mantuvimos un sentimiento de amistad sincero hasta sus últimos días, nos escribíamos y nos hablábamos de manera periódica. Algunas semanas después de su muerte visité su tumba ". En ese instante, ese hombre que libró más de mil batallas sobre el tablero, se quebrará como un niño y dejará escapar una lágrima amontonada. Una vez repuesto, como buen ajedrecista, lanzará su ataque. "Usted ha logrado una entrevista perfecta para la Argentina; no me había emocionado así nunca antes".
-Pasé muy buenos momentos allí; junto a Fischer compartí el primer puesto en el torneo de Mar del Plata, en 1960. Después viajé dos veces más, en 1978, para la Olimpíada, y en 1980, para un magistral. ¿Si volveré? No lo sé; mi prioridad ahora son los negocios.
Boris Spassky una verdadera leyenda del ajedrez, acaso pensó que ya dijo demasiado y decidió marcharse. En soledad caminará junto a la ría del Nervión, en Bilbao. Con cada paso irá hilvanando viejos recuerdos; rescatando de su mente viejas historias. Alegres y dolorosas. Las verdaderas jugadas de la memoria.
Hoy se reanudará la final del 1er Grand Slam, en Bilbao, con la novena y penúltima rueda: el líder Veselin Topalov, con 13 puntos, llevará negras ante Viswanathan Anand (6). Completan: V. Ivanchuk (11) vs. L. Aronian (12) y T. Radjabov (6) vs. M. Carlsen (11).

