Gumy, el titán que construyó su carrera como piloto de tormentas: será el entrenador de Diego Schwartzman
Como jugador fue 39° del mundo y el tenis argentino estuvo mucho tiempo representado en el alto nivel sólo por él; como coach, dirigió a talentosos de carácter difícil, como Safin y Gulbis; ahora busca que el peque mejore
Hernán Gumy se encontró con Marat Safin a mediados de 2007 en un restaurante de Los Ángeles, por pedido del manager del ruso –Amit Naor–, con la intención de acordar un vínculo como entrenador, y una de las primeras frases que escuchó fue lapidaria para cualquier proyecto futuro. "Mirá, estoy asqueado del tenis, no quiero saber nada más." Lejos de amargarse, el hombre nacido en Temperley le hizo varias preguntas a Safin para tratar de entender cómo podía renovar la mente de un deportista que ya había sido número 1, que había ganado, entre otros trofeos, el US Open y la Copa Davis, y que tenía algunos vicios como el cigarrillo, aunque "ya estaba ordenado en su vida nocturna", según el propio Titán. Hubo química. Lejos de ponerle prohibiciones, Gumy, optimista por naturaleza, encaró al moscovita desde un perfil más humano, logró que se pusiera en forma, que después de un bajón recuperara las ganas de competir y que en 2008 terminara 29° de ATP (había arrancado 57°), habiendo alcanzado las semifinales de Wimbledon y la final de Moscú. En esa espinosa tarea, el argentino lució una muñeca que lo distinguió en el tour como conductor.
Cuando Gumy, de 43 años, se retiró del tenis, en septiembre de 2001, jamás pensó que su carrera como entrenador se iniciaría tan pronto (en marzo de 2002, con Guillermo Cañas) y, además, que se prolongaría durante tantos años junto a nombres fuertes, como el brasileño Guga Kuerten, el alemán Rainer Schüttler, Agustín Calleri, Guillermo Coria, el letón Ernests Gulbis, la rusa Svetlana Kuznetsova y Safin. Fue el preparador físico Fernando Cao, Poncharelo, quien lo impulsó. Cao ejercitaba a Gumy y a Cañas y, luego de que el Titán dejara las raquetas lo incentivó para que fuera coach de Willy. "Me tenía fe, pero Guillermo era joven y estaba entre los mejores 20 del mundo. Fue un examen. Pero tuve la suerte de que me dieran una Ferrari y no la choqué", recuerda Gumy, símbolo de una época en la que el tenis argentino estaba representado en el top 100 por él y no mucho más.
"Estoy desde hace cuatro años con Prieto y busco sumar otra mirada con Gumy, otra manera de hacer las cosas. Queremos hacer correcciones y ganar intensidad" (Diego Schwartzman)
Luchador, como jugador llegó a ser N° 39 del ranking, logró un título (Santiago 1996, venciendo en la final al Chino Ríos) y ganó la medalla dorada en los Panamericanos de Mar del Plata 1995. Como coach, se formó dialogando mucho con sus colegas e incorporando vivencias, como las de Dudú Duarte –y toda su filosofía de trabajo en España– y las de Paul Annacone, ex entrenador de Roger Federer y Pete Sampras. Desde hace pocas semanas, Gumy se sumó como una suerte de consultor al equipo de Diego Schwartzman (88°), que luego de cuatro años de vínculo con Sebastián Prieto entiende que necesita otra mirada para seguir evolucionando, corregir cosas y ganar en intensidad. "Estoy contento de estar con un argentino después de ocho o nueve años. Está claro que no se podría hacer si no tuviera la relación que me une a Piper Prieto, con quien compartí el circuito. Viajaré a seis torneos con Diego, que está definido en mejorar aspectos. La intensidad y lastimar con su saque son factores en los que trabajamos. A su nivel, pocos detalles pueden hacer grandes diferencias. Es rápido y contraatacando es excelente; su devolución está entre las 15 mejores del mundo", se entusiasma Gumy, que vivió la evolución de la Legión desde "adentro" como conductor de Cañas, pero observó los últimos años "desde afuera".
"Hay una gran distancia entre el presente del tenis argentino y lo que fue la Legión. Pero si lo comparamos con el momento en el que yo jugaba, ésta es una época de oro. A nosotros nos costaba formar un equipo entero y competitivo para la Copa Davis, y no era por un problema de plata. Agarré la última etapa de Frana, también estuve con Lobito, con el Negro Albano, Orsanic, pero duró poco. Peleamos dos veces por el ascenso y no se nos dio. Hoy tenemos a dos grandes jugadores lesionados sin competir (Del Potro y Mónaco), un equipo compacto que llegó a las semifinales y a dos o tres jugadores más que se pueden sumar sin desentonar. El otro día escuchaba a Nalbandian decir que difícilmente se repita una generación con tantos jugadores y tan buenos como la de él, y coincido. Difícilmente la veamos en esta vida. Por eso, cada camada hay que analizarla en tiempo presente", advierte, antes de darle unas pitadas a un cigarrillo rubio, en el Centro Asturiano, en Vicente López.
–¿Qué diferencias observás entre los tenistas argentinos y los europeos en el momento de entrenarse y competir?
–Lo que veo es que, debido a nuestra situación geográfica, todo se nos hace más difícil. Estuve con europeos, y cuando pierden en un torneo a las pocas horas están en sus casas. Y veo cómo ellos sufren cuando hacen la gira de América del Norte, desde Washington hasta el US Open. Después, a nivel mental, lo que noto es que los latinos nos dejamos llevar más por las emociones. Los buenos y malos momentos duran más. Los famosos atrapes, las quemazones. El europeo es mucho más frío en ese sentido. Dice "Bueno esta semana no la metí, listo, arranco de nuevo". Lo noté más todavía con Safin y Gulbis, tipos que en los días en los que tiraban y no metían no le ganaban a nadie. Nosotros tenemos un sentido de arraigo a nuestro país y a nuestros cariños más grande. Lo que aprendí trabajando con extranjeros y que trato de aplicar es que hay una cosa que nunca varía: la forma de trabajar, siempre con un mismo humor, una misma manera. Después, podés jugar mejor una semana que la otra. Por eso si me preguntás qué me gustaría transferirle a Diego es un poquito de ese pensamiento, separar las emociones del trabajo.
–¿Cómo ven a los argentinos en el circuito internacional?
–Como jugadores a los que hay que matarlos dos veces para ganarles.
–¿Qué recuerdo tenés de tus experiencias con Safin y Gulbis, tenistas talentosos, pero con carácter muy difícil?
–El mejor. Eran parecidos en la falta de respeto hacia el rival, en el buen sentido. Además, son tenistas que se movían, y se mueve en el caso de Ernests, por motivaciones. A Marat le costaba en los torneos chicos y en los Grand Slam se motivaba. En Wimbledon 2008, cuando se sorteó el cuadro y vio que en segunda rueda le tocaba Djokovic, por entonces 3 del mundo, me dijo que le iba a ganar. Había pica entre ellos y le pegó una paliza infernal. Ahí dije "¡Qué bárbaro! ¡Qué capacidad!". Safin y Gulbis son tipos que entran en un vestuario y el clima se hace distinto. En mi época pasaba con Boris Becker. Me gusta esa personalidad en el tenista, la de los tipos francos, que no se van a casar con nadie y dicen lo que piensan. Siempre con respeto, claro. El tenis es egoísta y ellos se defienden de esa manera.
st/jt
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