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TANDIL.- La porción de torta es enorme, ideal para compartir. Brilla el chocolate de la cobertura y el dulce de leche que se escapa entre las capas de bizcochuelo. Pero esta vez, por aquí y en la hora del postre, sólo se paladea amargura.
Apenas un par de aplausos perdidos, desde la mesa que da al ventanal, a modo de reconocimiento para el vecino que un día armó las valijas y cambió los entrenamientos y los torneos regionales sobre el polvo de ladrillo del club Independiente para colarse entre los cinco mejores del mundo y quedar en el umbral de la historia de Roland Garros.
"Estuvo cerca", se lamenta el hombre que se instaló frente a una de las pantallas de plasma y estiró como nunca el almuerzo, con doble rueda de café para no perderse ni un minuto de los cinco sets en los que Juan Martín del Potro tuvo a maltraer a Roger Federer.
Sabrán en cada casa, puertas adentro, cuántos bombos, cornetas y banderas estaban listos para ganar las calles de estas serranías y dar rienda suelta a un festejo sin fin como ocurrió el año pasado, cuando el tenista local se convirtió en artífice del pase a la final para el equipo argentino de Copa Davis y fue recibido en caravana como un héroe.
Puertas afuera, la imagen fue la de una ciudad que no alteró demasiado su ritmo. En las casas de electrodomésticos del centro, con grandes televisores en la vidriera, pocos se detienen. Miran, revisan el resultado y siguen con lo suyo. En la confitería Frawen´s, en una de las estratégicas esquinas del centro cívico, las cuatro pantallas de plasma tienen la sintonía clavada en el canal que transmite esta semifinal. Y al mediodía, casi todas las mesas están ocupadas. Pero la imagen es la de una platea tranquila, tal vez más pasiva de lo que la oportunidad amerita.
Aplausos tibios y alguna voz de aliento, sobre todo en esos puntos decisivos que le permitían a Juan Martín definir punto y set o, más celebrado aún, dejar impávido a su exigente rival con algún passing cargado de precisión y potencia. O con esa serie de voleas que el argentino resolvió con reflejos admirables.
Más difícil es seguir paso a paso el partido en las instalaciones que vieron formarse a Del Potro. Las canchas y los pasillos de Independiente están inundadas de chicos con sus raquetas, unos en pleno entrenamiento, otros listos para entrar a clase en la escuela de Marcelo Gómez, el formador de la mayoría de los grandes tenistas surgidos de esta ciudad. Y ni siquiera este decisivo juego de su ídolo logra cambiar demasiado el ritmo. Algunos se arriman hasta el buffet y espían algún punto. Otros -la mayoría- no se distraen y siguen con las duras batallas contra el frontón para mejorar drive, volea, smash y saque. "¿Cómo salió Delpo?" , pregunta a la carrera uno de los chicos que termina su clase. Y la peor de las noticias lo acompaña camino a casa, raqueta en mano, tirando voleas al aire cargadas de bronca.


