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Tokio 2020: el rompecabezas olímpico para rearmar los Juegos en un año
Las cuatro semanas de plazo que se había fijado el Comité Olímpico Internacional para estudiar si aplazaba los Juegos Olímpicos de Tokio podrían formar parte de una nueva unidad de tiempo: el mes duró apenas 48 horas. Tras la presión de atletas, federaciones y organismos de salud, el último empujón lo dio Japón. El COI, aturdido en un laberinto de intereses, ya no se pudo resistir ni a la oposición del país organizador. Y fue el primer ministro Shinzo Abe quien reveló lo que ya era un secreto a voces. Apesadumbrado, comunicó el acuerdo con el COI para postergar la cita olímpica para el próximo año. "Le pregunté a Thomas Bach si sería posible posponerlos y recibí su aprobación al ciento por ciento", reveló, tras una conferencia telefónica en la que Abe presionó para que la decisión final se adopte lo antes posible, dejando atrás cualquier especulación. En la tierra de la previsión, el coronavirus desarmó hasta la planificación más minuciosa. Una pandemia que perforó por completo en las estructuras del deporte internacional, y que ya dejó su marca sobre los tres gigantes del calendario 2020: los Juegos, la Copa América y la Eurocopa. Todo se mudará a 2021.
Abe, el mismo que en la clausura de Río 2016 sorprendió al salir de una tubería disfrazado de Super Mario, dejó atrás cualquier mueca de ese histrionismo y fue el adusto vocero de un acuerdo que dejó varias condiciones sobre la mesa: se desterró la palabra "cancelación", se habló de una reprogramación que no podrá ubicarse "más allá del verano boreal 2021", se decidió que la llama olímpica se quede en suelo japonés por un año y se mantuvo el nombre de los Juegos. Sí, los juegos de "Tokio 2021" seguirán siendo "2020".
No será la primera vez que Japón utilice un traspié como combustible, más allá de que el embrujo olímpico vuelva a apoyarse sobre su tierra. Los Juegos modernos sufrieron boicots (Moscú 1980 y Los Angeles 1984), atentados terroristas (Munich 1972 y Atlanta 1996), y hasta se vieron sacudidos por enfermedades (el zika en Río de Janeiro 2016), pero nunca habían dejado de celebrarse en tiempos de paz (las cancelaciones se dieron en Berlín 1916, por la Primera Guerra Mundial, y en Helsinki 1940 y Londres 1944, por la Segunda). Aunque los asiáticos ven en el espejo retrovisor el golpe de 1940: a comienzos de la década anterior, las autoridades japonesas presentaron la candidatura de Tokio para los Juegos de 1940 como un medio para demostrar al mundo su reconstrucción tras el devastador terremoto de Kanto, en 1923, pero las acciones bélicas en China derivaron en una presión diplomática que los dejó sin sede. Esta vez, el gobierno nipón había presentado a Tokio 2020 como los "Juegos de la reconstrucción", tras el sismo, el tsunami y la catástrofe nuclear de Fukushima, en 2011. Es más, de disputarse el próximo año, habrá actividad en la golpeada región costera: el béisbol tendrá un escenario de fuerte carga emotiva. Allí también se esperaba para mañana el inicio del recorrido de la antorcha. El mensaje del comité local siempre fue directo: el olimpismo es la vidriera para mostrar la recuperación.
Tokio 2020 tendrá que esperar. El viaje al futuro en la ciudad del caos organizado tenía las sedes a tiempo y bajo control. Nada había quedado librado al azar. Los avances tecnológicos prometían una inédita asistencia de robots y vehículos autónomos, los escenarios ya habían sido terminados y testeados, y hasta se había realizado pruebas por si algún sismo decía presente entre julio y agosto de este año. El 19 de diciembre pasado se realizó un simulacro bajo la premisa de que "un terremoto de gran magnitud podría sacudir Tokio durante julio de 2020". Así, el comité organizador, la policía metropolitana y el departamento de bomberos actuaron sobre un supuesto temblor de magnitud 7 en el norte de la bahía, donde se ubica el centro olímpico Ariake, donde aparecen pautas las competiciones de gimnasia. Pero el coronavirus se entrometió por el resquicio menos esperado. "En las circunstancias actuales y en base a las informaciones suministradas por la Organización Mundial de la Salud, el presidente del COI y el primer ministro de Japón han concluido que los Juegos Olímpicos de Tokio deben ser reprogramados después de 2020 y tener lugar como más tarde en el verano de 2021, con el objetivo de salvaguardar la salud de los deportistas y de todos los implicados, así como de la comunidad internacional", anunció el COI en el comunicado que selló el aplazamiento.
Ya sin margen de maniobra, en Suiza tuvieron que reaccionar ante la creciente presión internacional y mostrar una faceta más racional. La posición inflexible de las últimas semanas mutó en el plazo de cuatro semanas del domingo pasado y se terminó derrumbado en las primeras horas del martes: Abe habló de "aplazamiento inevitable", las federaciones de atletismo y natación -con peso específico en el escenario olímpico- pidieron "un respiro ante una situación inédita e incierta" para los deportistas, y países como Canadá, Australia, Estados Unidos y España se mostraron abiertamente a favor de la postergación. El caso extremo se dio desde el comité canadiense, que ya había decidido retirar a su delegación. Los estadounidenses, por su parte, argumentaron enormes interrupciones en el entorno de capacitación, los controles antidoping y el proceso de calificación. Leyendas como Carl Lewis también habían dejado un recado a favor.
Ahora, será el tiempo de armar el rompecabezas de la reprogramación. En Japón no habrá problemas de sedes, pero sí de acuerdos prefirmados. Al término de la competición, la Villa Olímpica, con vista a la bahía y al Rainbow Bridge, debía ser reconvertida en departamentos de alta gama. Según la prensa local, 4.145 unidades deben ser vendidas. En un primer lote de 940, la mayor parte ya han sido compradas y deberían ser entregadas este año. Eso no sucederá. "Las reservas de hoteles son también un inconveniente", apuntaron desde el COI. Las habitaciones de hotel en Tokio están en su mayoría reservadas desde hace varios meses, obligando a muchos visitantes (turismo, prensa internacional y familiares de atletas) a pagar importantes montos con antelación, sumas que corren el riesgo ahora de ser perdidas. Para la industria hotelera, el escenario representa un inconveniente extra, en un contexto turístico ya catastrófico.
Mientras, los anillos seguirán brillando en una de las esquinas del extremo sur del barrio de Shinjuku, en la puerta del flamante Museo Olímpico de Japón, y frente al renovado estadio Olímpico. Los taxis, pintados de negro, seguirán girando con los logos oficiales de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos pintados en sus puertas, como ya lo hacían desde mediados del año pasado. Tokio, que se había apoyado en una curiosa mezcla de historia y legado (aprovechó las sedes de los Juegos de 1964, pero también construyó escenarios de vanguardia), deberá esperar. Los Juegos del futuro, valorados por la innovación y la sustentabilidad, están en pausa, en medio de una pandemia que hasta el momento sigue escondiendo su límite. Mientras, el mundo podrá mirar hacia la antorcha olímpica nipona. De color rosa claro y dividida en cinco cavidades con forma de pétalo, representa la flor del cerezo, y lleva un lema que estos días podría ser bandera universal: "La esperanza ilumina nuestro camino".
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