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"No nos mataron porque no quisieron", asegura a LA NACION Ariel Porta, delegado de futsal del club Nueva Chicago ante AFA. Cuatro días después de la feroz golpiza que unas 30 personas le dieron durante 15 minutos en pleno partido, todavía sigue dolorido. Es una de las tantas secuelas que dejó un hecho sin precedentes en el mundo del futsal. Antes del inminente ataque de una parte de la barra brava de Chacarita, Porta intentó calmar a los agresores, pero sin éxito: "Le expliqué que esto era algo familiar. Pero sacaron un arma de fuego y me la pusieron en el estómago". Le quitaron la remera con el escudo de Nueva Chicago y continuaron golpeándolo. Mientras tanto, dos agentes de la Policía Federal se mantuvieron incólumes, como dos privilegiados testigos. "Yo no puedo hacer nada", dijo uno de ellos. No reaccionaron entonces, ni tampoco después.Todo se desató en segundos, pero la tormenta estaba anunciada desde el comienzo del encuentro...
Se preparaban para el clásico y para jugarlo con todo. Primero, se disputaron los partidos de las siete categorías en las que participan chicos de ocho años en adelante. A las 21 era el turno de la Primera. El club estaba repleto de chicos y padres. Es decir, un ambiente familiar, como sucede en el futsal. El partido se llevó a cabo en el gimnasio del club Las Heras, en Villa Ballester, donde el Funebrero jugaba como local. En el fútbol de salón, ninguna parcialidad puede insultar a la otra. Si lo hacen, el partido debe suspenderse. Esa fue la primera regla que no se cumplió: los cánticos agraviantes hacia la parcialidad visitante ya se habían escuchado en el partido de reserva.
Al minuto de juego, una comitiva de 30 integrantes de la barra brava de Chacarita cruzó la cancha y se instaló en una de las tribunas del gimnasio, ubicado en el primer piso del edificio. Los agravios fueron en aumento, acompañados de escupitajos a los jugadores. El partido se detuvo unos minutos, pero continuó. Porta le reclamaba al árbitro que el encuentro debía suspenderse, que en ese clima no era seguro seguir. También se lo comunicaba a los jugadores de Chacarita, para que juntos dieran por finalizado el partido. Pero siguió. Chacarita marcó el 1-0 y Nueva Chicago desperdició varias chances para igualarlo. "Estuvimos muy cerca de empatarlo. Después, nos dijimos: ¡Mirá si lo empatábamos, qué hubiese pasado! En el momento del partido ni lo pensás", cuenta Yair Carré, jugador del club de Mataderos.
El clima de terror continuaba su curva ascendente. En una pelota a dividir, Rodrigo "Pechi" Moreno salía despedido fuera de la cancha. Desde la tribuna lo patearon y lo lanzaron otra vez en la cancha. Apenas habían pasado 10 minutos del primer tiempo. En el futsal, se juegan dos tiempos de 20. "Acá si seguimos se pudre de verdad", pensó el "Pechi", como lo conocen rivales y compañeros. Su madre Cristina, su esposa Nadia y su hijo de cuatro años, Benjamín, lo presenciaron todo desde la tribuna. Atemorizados como cualquiera.
Otra vez, Ariel Porta insistía que se debía terminar el partido. ¿Pero a dónde podían escapar? Rodolfo Block, vicepresidente de Nueva Chicago y cuyo hijo también estaba en la cancha jugando, le advirtió por lo bajo a Porta un escenario aún más sombrío. Fuera del edificio, había más barras, apostados como si fueran una guardia pretoriana llevando a cabo un operativo cerrojo. Entonces, a 1m57s del final del primer tiempo, se desató lo que fue anunciado desde el minuto cero. Entre 30 y 40 personas encapuchadas, ingresaron en el primer piso del club Las Heras y se dirigieron directamente a Porta. "Hay una imagen que no me la voy a olvidar más, y que es Ariel tirado en el piso. Ni se lo podía ver de la cantidad de tipos que le estaban pegando...", rememora Yair Carré. Porta no recuerda mucho. Fueron entre 10 y 15 minutos en los que recibió patadas y golpes de puño sin parar. En dos momentos perdió el conocimiento. Sí tiene en su memoria un momento clave: "Un gordo que no sé quién es les dijo Basta, basta, y ahí dejaron de pegarme", relata el delegado ante la AFA.
Después, se enteró de más cosas. Por ejemplo, que dos jugadores de Chicago terminaron en ropa interior en el medio de la cancha porque los golpearon y le robaron todo. Eran Juan (arquero suplente) y Franco. "Fran", como lo apodan, se tiró desde un entrepiso hacia la calle, a poco más de dos metros de altura, para que no lo siguieran golpeando. A pesar de que ya había entregado todo lo de valor que tenía. Hasta al pequeño Benjamín intimidaron los barras. Le exigieron a su madre que se sacara la camiseta de Chicago. Benja, su madre y su abuela no paraban de llorar. Los chicos de las divisiones inferiores también entraron en pánico. Hoy no quieren volver a entrenarse al club. Nueva Chicago puso a disposición a una psicóloga para que los atiendan. Muchos están con ataques de pánico. Otros no pueden dormir. Desde el domingo a la noche, Benjamín no se separa de su padre ni para ir al baño. Anteayer le confesó a la madre que tenía miedo de que su padre se muera. Rodrigo le explicó que eso no iba a pasar. Que papá y mamá están bien. "Cómo puede ser que a mi nene le pase eso", se descarga Rodrigo.
La policía jamás reaccionó. La salud pública tampoco. Nunca llegó la ambulancia para el delegado de la AFA. Finalmente, fue trasladado por sus compañeros al hospital Santojanni. Al otro día debió atenderse nuevamente. Esta vez, en el Hospital de Clínicas. "Lo peor es que tengo la certeza de que no va pasar nada", masculla Porta, entre la tristeza y la bronca que destila la impunidad.




