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Levanta los brazos, agiganta la sonrisa. “¡Qué lindo que sos! ¡Cuántos recuerdos, Toscano querido! Vení, vení y dame un abrazo”, lanza el hombre, el símbolo, el sinónimo de la centenaria entidad. “¡Pipo, Beto, están todos! ¡Qué hermoso ver a toda esta gente linda! ¡Huy, mirá quién vino! Toti Veglio. Estás igual…, igual de pelado!” Retumban las carcajadas en el corazón del Nuevo Gasómetro, en la platea cubierta, en la antesala del vestuario. El Bambino Veira es un show en sí mismo, aunque no es el único hombre emocionado por el feliz encuentro. Son 16, exactamente, las glorias reunidas por LA NACION en la producción festiva por los primeros 100 años de San Lorenzo. Son 16 hombres que marcaron varias épocas en el club azulgrana, de éxitos, vueltas olímpicas, emociones. Son 16 gladiadores que construyeron, cada uno a su modo, la historia grande de un club marcado a fuego por el barrio, por la tradición y por el sentimiento.
Está el Bambino, aquel Carasucia, el DT ganador, el sinónimo del Ciclón. Están los jóvenes, están los veteranos. Artilleros formidables como el Beto Acosta, el último gran goleador, como Bernardo Romeo, el hombre del área del extraordinario campeón de 2001; como Héctor Facundo, como Omar Higinio García, como el Toti Veglio, como el Lobo Fischer. Personajes que transpiraron la camiseta como leones, como la Oveja Telch, como Toscano Rendo. Emblemas más recientes, como Jorge Rinaldi, un homenaje al regreso soñado de la oscuridad del ascenso. O como Pipo Gorosito, casi el mismo, en cuerpo y alma, de aquel estilista que brilló con la camiseta N° 10 en la espalda y en el corazón.
Están todos en la propuesta de LA NACION. Todos los que crecieron con San Lorenzo en el pecho. Los que lo hicieron auténticamente grande. De arco a arco, como los arqueros Agustín Irusta, Batman Buticce y acá nomás en el tiempo, Agustín Orión, el último campeón, en el Clausura 2007. Personajes con clase del pasado, como Victorio Cocco y protagonistas influyentes del presente, como Santiago Hirsig. El Bambino, por supuesto, tiene entre sus manos la torta que simboliza la historia. Cien velitas la circundan. El champagne, las copas ofrecidas, el mágico momento del brindis. La emoción… y el humor. “Dale, Zoilo, apurate. Sacá la foto que se vuela la torta. ¡No se olviden de que acá nació el viento!”, le grita el Bambino al fotógrafo. Y las carcajadas vuelven a la escena.
Abrazos, recuerdos, presente. Se reúnen los delanteros para una imagen: Romeo, Acosta, Fischer, Facundo y los demás. “Ellos hacían los goles, pero nosotros trabajábamos de lo lindo”, dice Toscano Rendo, antes de la foto con Hirsig y Telch, los gladiadores de la zona media. De pronto, el brillo invade el Nuevo Gasómetro: se juntan Cocco, Pipo y el Bambino, la clase de siempre. A un lado, Orión, Irusta y Buttice rememoran proezas con los guantes puestos. La historia viva de San Lorenzo, unida, cómplice, para siempre.
Aporta otra vez el Bambino: “Yo no corría nunca; siempre le decía a Rendo que marcara, que para algo se levantaba temprano a la mañana”, bromea otra vez. Toscano responde: “Sí, es cierto. Pero nosotros jugábamos lindo. Hacíamos paredes, metíamos lujos, el fútbol era una fiesta”. Aporta Cocco: “No nos vemos nunca, pero cuando nos encontramos, nos emocionamos”. Se entusiasma Buttice: “El campeón de 1968 fue el mejor de la historia: era un equipo bárbaro”. El arquero, apodado Batman, es uno de los más risueños. Habla, saborea el champagne, charla con todos. No para. Casi, casi, como Toti Veglio.
“¿El DT de los Matadores? ¡El brasileño Tim! ¡Que buen técnico era! Era fácil para explicar las cosas y paternal, analizaba muy bien los partidos de un tiempo al otro. Para darnos las indicaciones en el vestuario, metía la mano en un bolsillo, sacaba once botones, los distribuía en una mesita y nos explicaba todo. Vos, acá; vos andá por allá. Salíamos en el segundo tiempo y ganábamos”, cuenta Veglio. Más serio, posa el Lobo Fischer, un excelente cabeceador, un campeón en salto en alto, según su propia historia. “Ahora se corre más, pero trabajan más el aspecto físico. Antes, todo lo definía la técnica”, dice.
Más palabras, más historia, más sentimiento. Los sandwiches vuelan, el champagne desaparece, la torta se acaba. Continúa el Beto Acosta. “No entiendo por qué ahora no gritan los goles. Yo los sentía, los gritaba con el alma. El otro día hice uno en Fénix y lo grité con locura. Después me quedé pensando: ¿no habré exagerado? Hoy, casi nadie siente la camiseta”, lanza uno de los mejores goleadores de la historia doméstica.
–¿Qué es San Lorenzo para vos, Beto?
–Aquí me hice goleador de verdad, querido por todos, auténticamente feliz. No nací acá, no era hincha de este club, pero con el cariño de todos me hice el hincha N° 1.
–¿Y para vos, Pipo?
–Viví años inolvidables, tal vez los mejores de mi carrera. Siempre digo que algún día voy a volver como DT y voy a salir campeón.
Charlan entre ellos, recuerdan esa mágica pareja de fútbol, toque y gol. Una de las últimas que marcaron una época dorada con acento azulgrana.
Aparece Romeo, el jugador más querido de este tiempo, en silencio, con timidez. “¿Si me acuerdo de la tapa de LA NACION del título de 2001? ¡Cómo no me voy a acordar! Fue extraordinario, lo mejor que me pasó en mi carrera”, explica, conmovido. La Chancha Rinaldi se involucra en la misma sintonía. “Yo me hice hincha del Lobo Fischer. Me acuerdo y se me pone la piel de gallina. En mi familia son todos de Racing, pero vine a jugar a San Lorenzo desde los infantiles. Y con el tiempo un amigo mío que era fana del Ciclón me dijo: Vas a terminar siendo de San Lorenzo. Un día, en Ferro, el Lobo hace un gol; lo grito y me subo al alambrado. Y mi amigo me dice: Viste, Jorge, al final te hiciste de San lorenzo…”, cierra el relato.
“¿Qué te pones en el pelo?”, lo desafía Buticce. Rinaldi sonríe. A un metro, el Mono Irusta, de impecable negro de arriba hacia abajo, hace docencia. “A Orión le enseño cómo se saca desde el arco. Muchos dicen que fui el arquero que mejor sacaba con el pie del fútbol argentino, pero yo aprendí de Amadeo”, cuenta el hombre. Hirsig se viste con una camisa que trajo Telch, de una época dorada del Ciclón. “¿Me la puedo quedar? Está buenísima”, dice. “¿Qué significa San Lorenzo para mí? “En este club me hice un lugar en el fútbol argentino. Me sentí verdaderamente importante, respetado y hasta querido”, cuenta.
Van casi dos horas reunidos con LA NACION. Se disfruta la última porción de la torta centenaria, se van Veglio, Fischer y Telch, los últimos soldados. Se cierra el Nuevo Gasómetro, se apaga la luz. Se van los primeros 100 años de gloria y emoción…



