
Por Fernando Ravaglia Para LA NACION
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En estos cuatro meses pasados entre el campo (trabajando mucho y no sin hacer nada, como dijo la señora Presidenta), los piquetes, las depresiones y euforias a que nos llevaron las noticias y los actos multitudinarios, vivimos momentos y sensaciones que nunca antes se nos habían dado. Me animo entonces a hacer un resumen de algunas de las cosas que seguramente hemos aprendido como sector haciendo especial hincapié en que si no sacamos una lección de todo esto, podríamos perder lo bueno logrado y repetir errores del pasado.
Aprendimos que el valor logrado de la unión de las cuatro entidades rurales es mucho mayor que lo que se deja de ganar por pequeñas diferencias entre ideas y proyectos. Hay que mantener esa unión a toda costa y consolidarla en un Programa Agropecuario Nacional.
Debemos asimismo tomar conciencia y aprender que no podemos ser nunca más indiferentes con la suerte de otras actividades productivas del sector, ya que si no nos preocupamos todos por la suerte de la carne, la lechería, el trigo, la yerba mate, los cítricos, y tantísimos productos y actividades, sean de economías regionales o masivos, en algún momento pueden llegar a votar en contra para salvarse solos, como las peras y las manzanas.
Aprendimos a manifestarnos y defender nuestros intereses sectoriales, y descubrimos que somos muchos más de los que creíamos y que nuestros objetivos, ideales y valores nos unen mucho más allá de la cantidad de hectáreas que tenga cada productor.
Aprendimos incluso cosas desagradables, como a cortar rutas, hacer piquetes y provocar molestias como forma de protesta, y descubrimos que Hugo Moyano no es el único que puede parar el país si quiere. Deberemos seguir aprendiendo otras formas de manifestación que no le compliquen la vida al prójimo y que sólo incomoden a nuestra eventual contraparte en conflicto.
Confirmamos junto con el resto de la sociedad que la mentira, la soberbia, las amenazas, la prepotencia y el desprecio son malas estrategias, ya que además de molestarnos a todos los que tenemos un poco de dignidad, nunca se sabe quién te puede llegar a pasar una factura pendiente en un momento crítico.
En su lugar, la franqueza, la simplicidad, el respeto, la espontaneidad y la humildad son pilares mucho más importantes y sólidos para fundamentar una lucha.
Descubrimos con sorpresa y satisfacción el apoyo espontáneo de la sociedad urbana, que también nos acompañó en la protesta, seguramente no tanto para oponerse a las retenciones (que mucha gente incluso hoy no entendió cómo funcionan), sino para negar un estilo inaceptable de gobernar.
Descubrimos que aunque la tecnología evoluciona, no hay que deshacerse del todo de las máquinas viejas, porque se les pueden llegar a dar otros usos. Por lo pronto guardaremos nuestras rastras de dientes, no sea cosa que las tengamos que volver a usar...
Aprendimos a usar el sentido común para minimizar los problemas, a corrernos de la ruta a tiempo, a evitar confrontar con los violentos en Plaza de Mayo, en Ceibas y en otros lugares, a respetar a los gendarmes que en todo momento se portaron como profesionales y entendieron que estaban obligados a enfrentar a gente de trabajo genuino, a familias y no a patoteros profesionales.
Aprendimos que tenemos que pelear la pelea donde queremos nosotros.
Aprendimos que votar no es broma y que hay que conocer mucho mejor las intenciones, los proyectos, y el compromiso genuino de quienes nos vayan a representar. No podemos votar desconocidos en listas sábana puestos a dedo quién sabe por quién, que se alineen automáticamente con el gobierno de turno.
Y, finalmente, lo más importante de todo: descubrimos la importancia y la satisfacción que da usar a fondo las herramientas que nos brinda la democracia y la necesidad de dejar de lado de una vez el infantilismo de desear o aceptar gobiernos unipersonales, superpoderes que una vez otorgados nunca más se dejan de lado, decretos y otras herramientas tramposas.
A estas alturas no puedo dejar de preguntarme, el Gobierno, ¿habrá aprendido algo?... El tiempo lo dirá.
El autor es ingeniero agrónomo y consultor privado.





