Se trata de Ricardo Massola, que además de desempeñarse en un mercado de hacienda compite en un campeonato de rodeo
“Desde siempre, el amor por los caballos y por el campo me corre por las venas y me llena el corazón”. Las palabras pertenecen a Ricardo “Ricky” Massola, un ingeniero agrónomo que en 2016 viajó a Australia decidido a expandir las fronteras de su profesión. Oriundo de Pehuajó, sus abuelos y su padre le trasmitieron su apego por el campo. “Desde chico íbamos a trabajar a la manga con papá y los días que había festivales de doma nos llevaba a las jineteadas en los pueblos vecinos”, cuenta desde Australia Massola a LA NACION.
Un día, a punto de terminar la secundaria, quiso dejar de ser espectador para animarse a ser él el protagonista y montar en un campo de jineteada. Nunca más quiso bajarse. Cuando cumplió 18 años, se trasladó a Buenos Aires para estudiar agronomía en la UBA, mientras que las jineteadas se habían convertido en un clásico de los fines de semana de sus años de facultad.
Sin embargo, y a pesar de hacerlo feliz, le había prometido a su madre que dejaría de montar una vez que finalizara los estudios. “Me había estropeado más de siete veces y mi mamá cada vez que me golpeada feo se ponía mal”, describe.
Ya ingeniero agrónomo, decidió realizar un posgrado en Economía Agroalimentaria. Además de seguir adquiriendo conocimientos, consideraba que “era la excusa perfecta para seguir montando”. A punto de terminar, una llamada de la Universidad de Monticello en Arkansas, Estados Unidos, donde le ofrecían una beca a cambio de representar a esa institución educativa en los rodeos universitarios, lo llevó a plantearse su futuro.
Mientras decidía sobre esa posibilidad, desde Tailandia un amigo le comentó que en Australia estaban buscando jóvenes profesionales para trabajar en ganadería y le pareció una propuesta más interesante que la de Arkansas. En agosto de 2016, con una visa de trabajo, un bolso y con muchas ganas de aprender, se embarcó al otro lado del mundo. Su primera parada fue Clermont, en Queensland, para trabajar en el feedlot Signature Beef, donde hacían ciclo completo: cría, engorde, faena y exportación con marca propia.
Allí, sus ganas de socializar con gente del lugar lo llevó de nuevo hacia los caballos. Un fin de semana entró a un sitio de Internet y se anotó en una competencia de rodeo cercano a su pueblo.
“De caradura nomás, sin pilchas y solo con ganas de montar me presenté. Otros montadores me prestaron pero cuando terminó uno de ellos se acercó y me dijo que si estaba con ganas de seguir en esto debía armarme mi propio equipamiento del rodeo. Ahí nomás me compré todo”, relató.
A diferencia de las jineteadas argentinas, crina, gurupa sureña o basto y encimeras, donde el montador hace corcovear al caballo, en el rodeo americano o australiano el animal lleva una cincha en las verijas y el jinete va agarrado solamente de una soga atada al bozal y con la mano libre en el aire, sin castigar con el rebenque, tratando de no caer.
A partir de ahí, los días libres para Massola se convirtieron de nuevo en pasión: “Encontré ese click social que necesitaba. Los rodeos ponían a los fines de semana ese toque de adrenalina que me faltaba”, dice. También nuevas propuestas laborales aparecieron. En octubre 2017, la corporación Bindaree Food Group lo llamó para trabajar en un feedlot nuevo de 20.000 cabezas. Se fue a vivir a North Star, un pueblito de menos de 60 habitantes, en Nueva Galés del Sur. En tres años, se capacitó y obtuvo tres ascensos.
Su profesionalismo también crecía del lado de los rodeos. En 2018 se inscribió para competir en el campeonato nacional de ese deporte, donde en cada competencia sumaba puntos para la tabla nacional. “En 2019 entré en la final y quedé en la octava posición. Este año estoy cerquita de entrar de nuevo”, contó.
En agosto de 2019 decidió llevar a Lucila Alemán, su novia que estaba en la Argentina, para empezar una vida juntos. En plena pandemia, buscó dar un paso más y seguir creciendo en áreas más comerciales.
“Quería dedicarme a la parte de análisis y comercialización de negocios en el mercado de carnes, pero por el Covid-19 la empresa donde trabajaba había perdido muchos clientes, dejaron de procesar carnes para ellos y empezaron a dar solo servicios de faena. Ya no había lugar para mi”, indicó.
Con una nueva propuesta de la compañía AAM Investment Group, en diciembre pasado se mudaron a Rockhampton, en Queensland. Era una combinación perfecta para él: crecimiento personal, una ciudad más grande de 100.000 habitantes y, por sobre todo, había rodeos.
En la actualidad, trabaja en el mercado de hacienda local a unos 15 minutos a las afueras del centro urbano. El predio tiene unas 80 hectáreas y una subasta de alrededor de 3500 cabezas una vez a la semana. A diferencia del Mercado de Liniers en la Argentina, se ofrecen otros servicios, como bañado de hacienda, vacunación, pesaje, alimentación transitoria a los animales que van del norte al sur. Próximamente tendrá un feedlot.
“En Australia, en ciudades distintas de cada estado lo que se hace es operar un día a la semana, por lo que no existe una concentración en los indicadores de precio. Se realiza un promedio general sobre los promedios de los mercados regionales”, detalla.
Desde que llegó, las oportunidades para el joven ingeniero afloraron. Y de a poco le fue tomando el gusto a quedarse y empezó a encontrar apego a su nuevo mundo. “Cada día que pasa me voy destetando de mi origen y me siento más lejos de volver. Uno debe ser plástico y adaptarse a los desafíos que te presenta la vida”, finaliza.
Esta nota se publicó originalmente el 8 de julio de 2021
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