A nivel macro -y para los principales cultivos de exportación- la sequía tiene como consecuencia la caída en el ingreso de divisas al país. Si no existen restricciones en el acceso al mercado internacional de capitales, la merma de producción no resulta mayor problema, ya que representa una reducción temporaria en la recaudación; por ende, es un incremento solo temporario en el déficit fiscal. En todo caso, el problema no es uno de caídas temporarias de ingresos por exportación, sino de niveles altos y permanentes -cuando no crecientes- de gasto público.
La cosa es distinta a nivel de la empresa agropecuaria. La variabilidad interanual de ingresos puede ser traumática. Decisiones de diversificación entre cultivos y, en algunos casos, de zonas de producción, estructura de capital y endeudamiento, y de uso de tecnología, cobran gran importancia.
Adaptarse a riesgos requiere evaluación correcta de estos. Como señaló el destacado psicólogo Daniel Kahneman (premio Nobel de Economía 2002), varios "sesgos cognitivos" caracterizan nuestro razonamiento. Por ejemplo, una investigación, que realizamos hace algún tiempo, muestra que asesores de empresas agropecuarias tienden a subestimar la variabilidad de rendimientos. En efecto, si bien estiman correctamente los rendimientos promedio que pueden lograrse, en forma sistemática subestiman la dispersión de rindes alrededor de este promedio. Este exceso de confianza lleva a subestimar -en algunos casos en forma notoria- la probabilidad de pérdidas. En la producción de granos el exceso de confianza se refleja -por ejemplo- en los altos precios pagados con frecuencia por el alquiler de tierras.
Una sequía generalizada moviliza interés por cómo gestionar riesgos. Pero ocurre lo mismo que con nuestra salud: empezamos a cuidarnos cuando ya estamos excedidos de peso o con alto colesterol. Así sucede con la gestión de riesgos: nos acordamos del problema cuando ocurre una sequía. Como ejemplo de lo anterior, no se ha explorado con suficiente atención el rol potencial que pueden cumplir los seguros paramétricos o "de índice" como herramienta de gestión de riesgos. En estos seguros la indemnización no se gatilla en base a daño observado en una empresa, sino cuando se cumplen ciertas condiciones en la región donde la empresa está ubicada. Por ejemplo, un productor de Pergamino que contrata un seguro paramétrico cobraría indemnización si el índice de su zona (de lluvias o rinde promedio), incluido en el contrato, cae por debajo de cierto nivel.
En otro trabajo, realizado para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), estimamos la "disposición a pagar" (DAP) de productores de soja por un seguro de este tipo. Nuestros resultados muestran una DAP de entre 1,5 y 2,0 qq/ha de soja, resultado que supera el costo esperado (indemnización + costos administrativos) en el que incurrirían las empresas aseguradoras. En principio estarían dadas las condiciones para el desarrollo de un mercado de estas características. La implementación de un programa de seguros paramétricos, sin embargo, requiere sistemas de recolección y validación de datos, y cuidadoso diseño en lo relativo a prima a cobrar y mecanismos de reaseguro para las compañías aseguradoras.
Centrar la problemática del riesgo climático en declaración de "emergencia agropecuaria" no parece el camino más adecuado. En todo caso, la política pública debe apuntar a generar condiciones para que se solidifique el resultado de la empresa (menos impuestos y trámites, mejor infraestructura), y paralelamente contribuir a que se desarrollen alternativas novedosas de gestión de riesgos.
Los autores son director de la Maestría de Agronegocios de la Ucema y profesor de la Ucema e investigador del INTA, respectivamente