
El papel del azar y de la astucia en un clásico juego criollo
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A menudo se usa hoy la taba del juego -un astrágalo de bovino, hueso del tarso del animal- como pisapapel gauchesco, con no más que adherirle un pequeño trabajo de forja para darle algo de consistencia y peso; parece cosa de nada, pero este intrascendente refinamiento de escritorio oculta, según veremos, el recuerdo de una tradición importante.
Muchos indicios existen de que la pieza de ese juego tan criollo y a la vez tan clásico -se le atribuye origen griego y ulterior difusión en el sur de la península ibérica incluso antes de los romanos- tuvo significado muy especial para los antiguos supersticiosos, y puede que todavía haya algo entre nosotros que condescienda con ese resabio de brujería.
Buena y mala fortuna
Como de sobra es sabido, el juego de taba consiste en que al arrojarla caiga de modo que quede hacia arriba el lado considerado bueno, o suerte; la derrota sobreviene cuando, opuestamente, muestra la panza el otro lado, de nombre por demás popular y una pizca malsonante para oídos modernos. Aparte de las trampas y distorsiones usuales, es indudable que con gran frecuencia ciertas tabas caen en forma inadecuada, y son las llamadas tabas culeras.
Ahora bien, si éstas existen es razonable -lógica y anatómicamente- que también existan otras de condición inversa, que bien podrían llamarse tabas suertudas. Este es el punto: de lo que se trata es de encontrarlas.
La malicia de los apostadores y la torva indecencia de los cancheros han creado las tabas cargadas que al tirarse de determinada manera caen siempre de modo de hacer ganar a quien las trajo. Pero, además, hay otras conformadas de tal manera que naturalmente producen el mismo apetecible resultado. Todavía más, las hay que suelen caer no sólo bien sino hasta de punta y permanecen en esa posición, circunstancia para mí singularísima pero atestiguada, a la que se conoce como "pinino" y que constituye el ápice de la fortuna favorable en este juego.
Por ende, esa taba en especial -y de un modo genérico, cualquiera que nunca haya sido puesta a prueba-, es en sí la suerte y conviene tenerla consigo.
Es comprensible, asimismo, que en el transcurso de una partida, las sucesivas formas de caer vayan definiendo el destino del jugador; luego, es conclusión sensata que retener esa taba y conservarla entre los objetos del rancho equivale a tener un amuleto a mano.
No es extraño, tampoco, que el paisano que se hubiese "desgraciado" procurase afanoso hacerse de una de ellas, quizás útil para evitar que lo alcanzara la mano de la Justicia; un residuo de esa costumbre debe ser la arquetípica leyenda correntina, chaqueña y formoseña, de que la posesión de una taba de aguará guazú -un lujo, verdaderamente- asegura la impunidad si se comete algún delito.
Más cerca de nuestros hábitos, en las ruedas de taba no se ve -o no se veía- más que cábalas e intentos de los apostadores por neutralizar con conjuros las rachas contrarias, quedando para los puebleros escépticos la vulgaridad de apostar contra el que va ganando, a la espera de que surta efecto el cálculo de probabilidades. Por supuesto, por último llega un día en que todos estos matices se confunden en la imagen de una simple taba barnizada, con un bronce pegado.






