Eran las tres y media de la mañana, cuando el transportista de hacienda Roberto Peart recibió la llamada de un colega y se levantó. El camionero llevaba hacienda a un frigorífico de Monte Grande, provincia de Buenos Aires y no conocía bien "los pormenores" de ese trayecto. Ahí mismo y por un tiempo largo, desde su casa en Reconquista, Santa Fe, vía telefónica lo guió "para que a esa hora de la madrugada no le erré el camino y no tenga ningún percance".
Moreno, San Fernando, Virrey del Pino, Campo de Mayo, Tres de Febrero, Bernal, La Plata, el Gran Rosario y el Mercado de Liniers en el barrio de Mataderos, entre otros tantos lugares, tienen para los "jauleros" un común denominador: riesgo constante, amedrentamientos, alerta permanente.
El último hecho de inseguridad que vivió un camionero a las afueras del Mercado de Liniers, el lunes pasado, puso en evidencia la exposición constante que pasan en los alrededores de los frigoríficos y en el mercado de hacienda, que si bien no es de ahora, "en los últimos tiempos ha empeorado".
En este sentido, Peart, que se crió arriba de un camión con un padre transportista que lo llevaba a todos los viajes, entiende que cada día que pasa el desamparo para los camioneros es mayor.
Hace más de 22 años que va a distintos frigoríficos del Gran Buenos Aires y con sus 38 años, nunca vio una mejora. "Por eso uno va aprendiendo a manejarse en la calle: dónde hay que dejar propina para que no te roben y quiénes son aquellos que te cobran para cuidarte de las amenazas de robo de los otros vecinos de la villa. Incluso tenemos los teléfonos de la gente a quienes les pagamos la propina para avisarle que estamos llegando, que nos esperen y que nos brinden seguridad. No corresponde que lo paguemos pero lo hacemos igual. Pagar ese peaje es la garantía que uno tiene que no le va a pasar nada", indica.
El testimonio de Marcelo Alonso, con sus 44 años y 25 arriba de un camión de hacienda, así lo muestra: "Hoy esos lugares son tierra de nadie. Todo va en suerte, pero no se puede vivir y trabajar, jugando con la suerte". De Maipú, desde 2008 decidió vivir en un lugar más tranquilo y eligió a Realicó, La Pampa, para hacerlo.
En un principio, cuando Alonso comenzó a viajar en el camión era tranquilo pero poco a poco las cosas se pusieron "más fuleras". Un día andaba por la autopista del Buen Aire y para que se detenga, le arrojaron dos barras hierro que agujereó el techo de la cabina, pero nunca paró: "Muy por el contrario aceleré más".
Según cuentan, el problema son los asentamientos urbanos que se erigieron alrededor de los frigoríficos, "en donde casi un 95% tienen villas bordeándolos y cuando salís del establecimiento, andas con cuatro ojos porque no sabés de dónde va a venir el golpe". Por este motivo, eligen bien los horarios para la carga de los vacunos en el campo, calculando las horas de viaje hasta el destino, para no llegar de noche, donde el peligro se acrecienta.
En este contexto, muchos camioneros dejaron de venir a Buenos Aires y prefieren agarrar viajes por el interior e incluso los nuevos que desconocen los lugares tampoco se animan a hacerlo.
"Pero hay que trabajar, son viajes de 800 kilómetros que no se pueden desperdiciar y yo asumo el riesgo pero muchos deciden no hacerlo. Gracias a Dios tengo un patrón que me da total libertad y me reconoce este tipo de gastos, pero no todos son iguales y mis colegas deben sacar plata de su propio bolsillo. Es una impotencia enorme sentir que uno tiene la obligación de darles algo", puntualiza Peart.
Para protegerse, un chat de camioneros jauleros se convirtió un buen sitio para consultas, consejos y datos relevantes, desde lugares más peligrosos, horarios de viajes y otros detalles de inseguridad. "En nuestro grupo de camioneros la gente es gaucha y el compañerismo entre los colegas es enorme", destaca.
En el Mercado de Liniers, el tema del peaje es moneda corriente desde hace tiempo, sobre todo cuando se acumulan en la calle los camiones a la espera de la descarga. Allí, los vecinos de Ciudad Oculta se paran en la calle y "hacen de inspectores de tránsito para hacerte indicaciones, con el compromiso de darles una propina".
Francisco Martínez, apodado el uruguayo que vive en Las Armas, coincide con sus colegas. Con 20 años viajando a Buenos Aires, entiende que el tema de la seguridad se ha puesto "más brava" en el último tiempo. "Hay muchos que no quieren viajar más, yo mismo dejé de viajar hace un tiempo a Bancalari", resalta.
"El problema mayor surge cuando te quedás parado para entrar al frigorífico. Estás solo contra toda una villa. Amigo, hay algo para la cerveza, te dicen. Saben que andás con efectivo encima porque lo necesitás para el viaje y si no colaborás, te marcan y a la salida te comés un piedrazo", indica.
Todos afirman que se encuentran solos, "a la buena de Dios, con una policía que hace la vista gorda" y donde la falta de patrullaje acrecienta el peligro y los lugares se vuelven "zonas liberadas".
"Nos sentimos a la deriva, sin protección policial. No te cuida nadie, no hay un Estado que te proteja", concluye Martínez.
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