En Europa fueron consideradas un lujo; en América, en cambio, perdieron significado
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Llama la atención que la palabra talonear no aparezca en la pauta académica del idioma, siendo que entre nosotros es tan común, al punto que hacemos academia propia y nos inquietamos por la deformación, también usual, de taloniar .
La expresión canonizada es espolear , acción de aplicar las espuelas al ijar del caballo para estimular su marcha. El vocablo, pues, supone que el aludido taloneo se hace invariablemente con espuelas. Sin embargo, por diversos motivos a menudo se monta sin llevar espuelas, y uno es para evitarle a un animal buen compañero las consiguientes lastimaduras, o espoleaduras, a saber: "heridas causadas a las caballerías por el uso de espuelas", marcas cruentas del todo inaceptables en la época presente cuando la equitación apenas si es vista como algo más que un deporte, tanto que aun en los remanentes militares y policiales de esa actividad no subsisten sino unos acicates de punta roma.
Hay fundadas razones para creer que el gaucho usaba poco y nada las espuelas, aparte de hacerlo en algunos trabajos especiales como las domas, o en circunstancias de eventual lucimiento; una de tales razones, por supuesto, es que su descendiente -el paisano- jamás las usó, si bien cabría atribuir asimismo esa carencia a prohibición patronal tendiente a que los peones no estropeen las caballadas.
Pero en todas las reseñas y descripciones, espuelas lujosas y de complicada forja acompañan al gaucho como la sombra al cuerpo. Las afamadas nazarenas y lloronas, con sus grandes rodajas o estrellas en el extremo de la corta espiga que une el instrumento de aguijonear con las piernas y el pihuelo, son infaltables en las enumeraciones criollas.
Bastante se ha hablado de gauchos caminando al tranco con espuelas sobre las botas de potro y hasta entreverados en riñas con cuchillo, en las que se verían no poco incomodados por esos adminículos, sobre todo teniendo en cuenta la falta de tacos del referido calzado. Más tarde, los conjuntos de ballet folklórico incorporaron las espuelas -ahora sobre negras botas de caña baja- a la indumentaria masculina.
Claro que son abusos dictados por el entusiasmo o la ingenuidad, pues es de sentido común que no siempre resulta cómodo o conveniente llevar espuelas. Aunque la cuestión importante no es ésa, sino la de si en realidad estaba difundido en la zona pampeana su uso, que algunos estudiosos extienden hasta a los indios, que habrían usado para esa función a horquetas o a zapatillas de madera de cuya parte trasera emergían uno o dos aguijones.
De usos y costumbres
Todo lo que se cuenta existió, ¿pero era usual? Es lógico que un ilustrador represente a su personaje con todos los elementos que lo caracterizan, ¿pero la persona real que inspiró la ilustración los usaba siempre y todos juntos, además?
Al recado se lo exhibe completo, pero ¡cuántas veces no se prescinde de algunas de sus partes, o -como en el tiempo viejo- se monta en pelo, como hacía el indio, aparte de esos indios finos que se procuraban horquetas, no para hacer gomeras, como después los chicos, sino para azuzar caballos!
En rigor, se puede cabalgar perfectamente sin espuelas -así lo hacen los jockeys, si bien la trampa en ese gremio consistía en utilizar espolines eléctricos-, a no ser en ciertos cometidos de extremo esfuerzo, como pudo haber sido, por ejemplo, una contingencia bélica en la que debía llevarse al animal contra el aterrador estruendo de la artillería.
En los demás casos, las espuelas eran -y son- más bien un engorro; en Europa, donde cabalgar fue privilegio de nobles y de guerreros, preservó su condición ostentosa. En América, los caballos fueron de todos y sirvieron para todo; los adornos, pues, perdieron significado y al jinete -un pobre hombre descalzo: el paisano de estancia, el muchacho de las pequeñas tareas, el matrero, el salvaje- le bastó con apretar los talones para que el caballo entendiera y convirtiera el paso en trote, en galope y en gran galope, hasta que se perdió en la polvareda. Quedaron las palabras: allá se espolea; acá se talonea.
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