En el establecimiento Frutasia, ubicado a la entrada del Parque Nacional Pilcomayo, en Formosa, una familia taiwanesa produce variedades poco difundidas en el país y muy demandadas por la ciudadanía global
El matrimonio formado por Sianyue y Suchin Cheng llegó de Taiwan, la bella isla que forma la China insular y después de transitar un tiempo por distintas provincias argentinas se instalaron en Formosa para llevar adelante un emprendimiento centrado en el cultivo de frutas tropicales.
Por añoranza de sus tierras originarias eligieron esta zona del norte ya que su nombre les recuerda a la denominación que los portugueses le dieron a la isla que forma el país que se convirtió, en 1949, en refugio del líder político Chian-Kai-Shek durante el gobierno de Mao Tse-tung. Eligieron un terreno que hoy tiene 100 hectáreas, a la entrada del Parque Nacional Pilcomayo, un área protegida con pantanos de fama mundial, palmares que cuentan con cuatro variedades de palmas, sabanas e islotes de monte virgen y árboles de hasta 22 metros de altura.
El establecimiento Frutasia está en la localidad de Naick Neck, en un lugar llamado Isla Puen, a 1000 metros del arroyo el Porteño. Ahí cultivan las frutas del paraíso. El 70 por ciento de la superficie está dedicada al mango -2800 plantas que dan 100 frutas cada uno por cosecha-, una variedad carnosa, escasa en fibra, textura de durazno y piel tornasolada, con amplias zonas color bermellón -pueden pesar hasta un kilogramo-. Este fruto, también denominado melocotón de los trópicos, es nativo del sureste asiático y de las islas circundantes.
En el oasis de los Cheng, emprendimiento que comparten con Walter Orbe y José Kao, las frutas crecen protegidas por bolsas para que no las picoteen los pájaros. Además, cultivan la tuna cabeza de dragón que, según cuenta la leyenda, debe su nombre a una historia de amor: aparece en el lecho de muerte de un dragón que se va de este mundo al perder a su amada, una princesa que había raptado. Si bien hay una versión blanca de esta tuna circular -pesa entre 250 y 600 gramos- lo ideal, según los entendidos, es comer primero la de color, para asegurarse de que se encontrará el amor pleno en esta vida. En su interior abundan pequeñas semillas negras que le dan un sabor dulzón suave. La tuna cabeza de dragón pertenece a la familia de las cactáceas. Hay 800 variedades, como por ejemplo la pitaya y el warakko.
El campo tiene hectáreas dedicada a la fruta estrella. Su particularidad está en la forma. Alargada, de superficie extra sedosa, color verde limón claro -puede llegar a medir 30 centímetros de largo y tener un diámetro que va de 12 a 14 centímetros- en lugar de ser circular, cuando uno la corta transversalmente, las rodajas tienen forma de estrellas. Ideales para elaborar jugos y postres.
En diez hectáreas crecen en orgullosos racimos, los divinos lychees. Circulares, pequeños, de cáscara fucsia de textura similar a la del huevo, resguarda un tesoro culinario, preciado por todos los pueblos orientales. Su pulpa es nacarada, untuosa, con sabor anisado con un toque a lima. El lychee, como el anaranjado, jugoso y superdulce kaki, es una de esas frutas que los antiguos llamaban "de los dioses". De la familia de la sapindáceas formada por 1000 especies de árboles y arbustos, es semejante al madroño, otra rareza tropical en alza que en la Argentina aún no se consigue.
Aromática indiscutible
Tampoco falta la guayaba. Aromática indiscutible, popular en el área de Oceanía, su perfume la convierte en sugestiva y tentadora. Frutas estéticamente atractivas, recién comienzan a despuntar en el mercado nacional aunque son cada vez más buscadas en el internacional junto con otras delicias pintorescas como la chirimoya y los nísperos.
La ciudadanía global pide productos exóticos y la oferta responde despacio. Frutasia es un campo-paraíso, pero en Formosa, con sus 72.066 hectáreas de superficie y aproximadamente 487.000 habitantes, está tratando de avanzar el cultivo de bananas, el del arroz y la apicultura.
En otras provincias cercanas, por ejemplo, en Misiones, hay planes para promover, más allá de las huertas familiares, el cultivo de éstas y otras frutas entre las que se encuentra el ananá para sustituir importaciones -la Argentina compra, por ejemplo, mango en Brasil, Paraguay y Venezuela-. Un vergel cercano a un parque nacional de 45.774 hectáreas, Frutasia es sólo una muestra de las múltiples posibilidades productivas aún no tradicionales de la Argentina.
Gran interés por sabores diferentes
El interés de los consumidores por degustar sabores de vegetales de diferentes lugares del mundo aumenta la diversidad de productos de la canasta de alimentos, entretanto acerca y enlaza culturas. Los peruanos, por ejemplo, están llevando adelante el programa Frutales Nativos.
Con la guía del ingeniero Mario Tapia, investigador del Centro Internacional de la Papa (CIP), rescatan, desde hace más de una década, en la sierra de Cajamarca, los ovales tomatillos.
Fruto de un pequeño arbusto bianual que produce una fruta de tamaño un poco más grande que el de la cereza, sabor agridulce y aroma sutil, ya cuenta con gran aceptación en el mercado gastronómico europeo, especialmente en Italia, donde se come cubierto de chocolate.
Para el cultivo en mayor escala de este y otros vegetales que se están recuperando formaron la Asociación Nacional de Productores Ecológicos (ANPE), integrada por 3000 personas.
El objetivo del equipo es mejorar la calidad de los productos, confeccionar un registro sanitario de cada localidad y lograr la certificación de la producción como orgánica. Parte de los alimentos frescos se presentaron en la Feria de la Agrobiodiversidad realizada en Cajamarca en 2003.
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