Los terraplanistas de la economía manejan hoy el país
Contrariamente a lo que nos enseñaron en la escuela, para el momento en el que Cristóbal Colón convenció a la Reina Isabel la Católica de financiar su viaje a Asia navegando hacia occidente, la idea de que la tierra era una esfera ya estaba muy arraigada desde hacía varios siglos en Europa. El objetivo del marino Genovés nunca fue demostrar que la tierra era redonda, sino acceder a las tierras productoras de especias por otra ruta que la tradicional. También, ayudar a lanzar una cruzada que permitiera reconquistar Jerusalén. De hecho, llevaba a bordo un intérprete del idioma árabe.
La redondez de la tierra se comprobó empíricamente recién en 1522, cuando Fernando de Magallanes regresó de circunnavegar el planeta. Y tuvo una prueba visual irrefutable mucho más recientemente, con las primeras fotos espaciales de nuestro majestuoso mundo.
Sin embargo, a pesar de las contundentes pruebas, cada tanto surgen quienes reclaman que la tierra es plana. De hecho, este movimiento ha tomado una fuerza inusitada en forma reciente, quizás gracias a la difusión de las redes sociales. En su libro Flat Earth (Tierra Plana), Christine Garwood recorre la historia de esta disparatada idea y resalta dos características interrelacionadas de sus seguidores: se oponen a la ciencia establecida, y creen en teorías conspirativas; por ejemplo, no aceptan que el hombre haya llegado a la Luna.
¿A qué viene esta digresión sobre terraplanismo en una columna de economía? A que hoy nos dirigen los terraplanistas de la economía, quienes sostienen teorías que solo se encuentran en los sótanos del debate de la ciencia económica en el resto del mundo. Para la inmensa mayoría de los economistas del mundo, las teorías que sostienen suenan tan ridículas como la idea de que la tierra es plana.
La madre de las teorías de economistas terraplanistas locales es que la emisión monetaria no genera inflación. No entender sus orígenes es paradójico para un país que tiene una inflación promedio de 25% por año desde 1945, y de 38% desde 1970 (para los amantes de la estadística, para este cálculo utilizó la mediana, no la media, que da mucho más alta). Es como si un tripulante de la Estación Espacial Internacional, que se la pasa orbitando la tierra, pensara que la tierra es plana. Es más, dado que la inflación es un impuesto a los pobres y, por lo tanto, uno de los causantes de que la pobreza haya subido tanto en la Argentina mientras caía estrepitosamente en el resto del mundo, es como si ese tripulante espacial no solo pensara que la tierra es plana, sino que también usara esa creencia para calcular su retorno a la tierra. Lo llevaría a un fracaso monumental, como el nuestro.
Debe haber pocos resultados en los que la ciencia económica sea tan unánime como el que dice que la inflación es un fenómeno monetario. Es casi tan unánime como la idea de que la tierra es una esfera entre los homos sapiens. Es más, es casi una tautología. La inflación se define como el aumento de un conjunto de precios de bienes y servicios expresado en una moneda de referencia; en nuestro caso, el peso. Esto significa que decir que los precios suben es lo mismo que decir que cae el valor de los pesos expresado en la cantidad de bienes y servicios que estos pueden comprar. Si se emiten más pesos, cada uno de ellos comprará menos bienes y servicios.
Esto no quiere decir que todo aumento en la oferta de dinero genere inflación automáticamente. Depende también de su demanda. Por ejemplo, la Reserva Federal de los Estados Unidos (así se llama el banco central de ese país) expandió un 50% la cantidad de dólares emitidos desde marzo de 2020, y la inflación, por el momento, no asoma en ese país. Es que, durante la pandemia, la demanda de dólares aumentó fuertemente tanto en los Estados Unidos como en muchos otros países. Cuando cunde el pánico, nada mejor que tener a mano esos papelitos verdes con la cara de Ben Franklin impresa en ellos.
En el corto plazo otros factores también impactan en la inflación, más allá de lo que esté pasando con la cantidad de dinero. Un aumento de tarifas, la indexación de contratos, la depreciación del peso contra el dólar -en un país donde la moneda norteamericana es una referencia importante para muchos bienes- y otros factores tienen influencia en la medición de la inflación. Sin embargo, nada de esto invalida la regla general que dice que, al final de cuentas, la inflación es un fenómeno generado por la excesiva emisión monetaria.
Al igual que con el resurgimiento reciente del terraplanismo, la profesión de economistas ha visto un renacimiento de quienes piensan que la emisión no genera inflación. Sus propulsores la llaman Teoría Monetaria Moderna (cuando uno plantea una teoría es muy importante ponerle las palabras "nueva" o "moderna", para contraponer con las teorías "viejas" o "antiguas", infiriendo ya en el nombre que las alternativas están obsoletas). Sin embargo, ningún ministro de economía o presidente de banco central de países en donde la inflación es baja consideraría que esta teoría vale la pena para ser discutida seriamente.
De la misma manera que con los terraplanistas, quienes piensan que la emisión no genera inflación creen en un montón de teorías disparatadas complementarias, en general de carácter conspirativo. Algún culpable, al final de cuentas, tiene que haber detrás de la inflación. Los preferidos de los economistas terraplanistas locales son la "puja distributiva" y los "formadores de precios".
De estos errores conceptuales surgen luego recetas nocivas para erradicar la inflación, como las que está implementando el Gobierno hoy. Si la inflación surge de la "puja distributiva", lo que hay que hacer es firmar acuerdos sociales donde se sienten empresarios, trabajadores y el Gobierno, para que dejen de "pujar" y acuerden precios y salarios. Si los "formadores de precios" son culpables de los aumentos, hay que controlarlos. Como escriben Robert Schuettinger y Eamonn Butler en su libro 4000 años de controles de precios, el historial desde que Hammurabi aplicó el primer control de precios en Babilonia hasta la fecha es de un "sombríamente uniforme fracaso repetido". Es decir, se sabe que los controles de precios no funcionan desde mucho antes de que se sepa que la tierra no es plana.
En la dinastía Zhou en China, en el año 1000 antes de Cristo, había un ejército de controladores de precios, uno cada 20 comercios, por supuesto sin éxito. Cuando el Gobierno saque a los 20.000 miembros de los movimientos sociales a controlar precios en las próximas semanas no estará retrasando 50 años, sino 3000.
Una derivación necesaria de estas teorías de la inflación es la de la "restricción externa". Sostiene que hay escasez de dólares y que, por lo tanto, hay que restringir su uso. Curioso concepto en un momento de la historia en el cual lo que sobran, como expliqué más arriba, son los dólares. Nuestros vecinos emiten deuda a tasas históricamente bajas. Al mismo tiempo, los economistas terraplanistas locales fuerzan a nuestras empresas y provincias a reestructurar agresivamente sus deudas, y así destruyen nuestra capacidad de invertir y generar empleos de calidad en el futuro. Chic@s, no faltan dólares; sobran pesos y falta confianza.
Lo mismo pasa con la idea de "desacoplar los precios locales de los internacionales" para evitar "la maldición de exportar alimentos". Nada de esto ocurre en exportadores de alimentos como Australia o Nueva Zelanda, que están en el lado opuesto tanto del globo terráqueo como del pensamiento de nuestros dirigentes.
Los defensores de la idea de que la tierra es plana y los economistas terraplanistas locales incurren en inconsistencias muy graciosas. No podía ser de otra manera, dado lo absurdo de las teorías que sostienen.
La Sociedad de la Tierra Plana (https://www.tfes.org/) una vez aseveró que "tiene miembros en todo el globo"; hoy se pueden comprar remeras con esa ocurrente inscripción. A nivel local, los economistas terraplanistas locales suelen ahorrar en dólares. Aunque esto sea mucho menos gracioso, es mucho más contradictorio que lo anterior.
El problema es que mientras que los terraplanistas son una minúscula minoría que debate en los márgenes de la sociedad civilizada, los economistas terraplanistas son la columna central de la economía kirchnerista y, por lo tanto, de la Argentina en el siglo 21. Es más, sus disparatadas teorías se enseñan a cientos de estudiantes de economía todos los años, financiados con nuestros impuestos.
Y así, al igual que un navegante que se manejase con una carta náutica de una terra plana, las decisiones de los economistas terraplanistas vernáculos están llevando a la economía argentina a un naufragio y, paradójicamente, a caernos del mundo.
El autor es economista. PhD (Universidad de Pensilvania); fue economista jefe para América Latina de Bank of America Merrill Lynch. Autor del libro Emergiendo