El día en que Carlos Fermín Fitzcarrald iba a ser fusilado ocurrió un milagro: el párroco que le estaba por dar la extremaunción lo reconoció y le salvó la vida. Este hombre que escapó a la muerte en el último instante fue tiempo después conocido como el "rey del caucho", se hizo millonario y dejó su nombre inscripto en la geografía peruana, pero perdió su pulseada con la parca a los 35 años, cuando se ahogó en medio de una accidentada expedición.
Bautizado como Isaías Fermín, nombre que después se cambiaría por el de Carlos Fermín, Fitzcarrald había nacido el 6 de julio de 1862, en San Luis de Huari, un pequeño poblado en el centro oeste de Perú. Sus orígenes se difuminan en medio de la leyenda, pero se sabe que fue el mayor de los siete hijos que tuvieron un marinero de origen irlandés, William Fitzgerald, y una dama peruana proveniente de familia hacendada, Esmeralda López.
Al finalizar sus estudios primarios, ingresó al Liceo Peruano de Lima, con la intención de convertirse en marinero y seguir así la tradición paterna. Pero al morir su padre, en 1879, quedó sin apoyo económico para seguir esa carrera y decidió ir a probar fortuna al oriente peruano, hacia donde emprendió viaje, con lo puesto y con algunos mapas que había trazado su progenitor.
Salvado por el pasado
Justo estalló la guerra con Chile y Carlos Fermín decidió enlistarse en el ejército, donde poco después fue acusado de ser un espía chileno, por carecer de documentos y andar con mapas de los ríos orientales. Fue juzgado por una corte marcial y condenado a muerte. Pero fue en ese momento cuando ocurrió su milagro: como se dijo, el párroco que le fue a dar la extremaunción lo reconoció, porque en su época de misionero había sido hospedado en casa de los Fitzcarrald, garantizó su buena conducta y le salvó la vida.
Luego de este percance, el hombre se "sumergió" en la selva amazónica, donde convivió con los nativos y se familiarizó con los secretos del caucho, el famoso "oro blanco", que estaba en plena ebullición por aquella época de fines del siglo XIX. Entró a la selva pobre y solo; años después, salió de ella, millonario y casado con una bella dama, Aurora Velazco, hijastra del riquísimo comerciante brasileño Manuel Cardozo Da Rosa, con el que se había asociado.
El párroco que le fue a dar la extremaunción lo reconoció, porque en su época de misionero había sido hospedado en casa de los Fitzcarrald, garantizó su buena conducta y le salvó la vida
En menos de una década, gracias a la explotación del caucho, Fitzcarrald se convirtió en uno de los hombres más ricos de Perú, se construyó una mansión alrededor de la cual se formó un poblado y abrió un almacén en el que se podía comprar todo tipo de mercancías. "No podríamos hablar del caucho sin hablar de la vida de este hombre extraordinario...", dice el escritor y periodista rosarino Ovidio Lagos en el libro Arana, rey del caucho. Terror y atrocidades en el Alto Amazonas, donde narra la vida de otro hombre que se hizo rico gracias al "oro blanco".
Según se cuenta en el libro citado, Fitzcarrald mostró una habilidad extraordinaria para vislumbrar que el caucho se transformaría en una insustituible materia prima y para realizar astutísimas maniobras comerciales. "En 1888 ya figuraba entre los más destacados caucheros del río Ucayali. A diferencia de otros productores de látex, tenía un estilo que lo acercaba más a un gentleman que a un simple cauchero. Su vapor, el Bermúdez, era célebre por sus características epicúreas...", se relata en la obra de Lagos.
Pero había algo que entorpecía su negocio: necesitaba una vía más directa para trasladar el caucho hacia los principales puertos, algo que preocupaba incluso a las propias autoridades peruanas. Así que se embarcó en una aventura signada por la desmesura: la de descubrir un paso que comunicara dos ríos y facilitara esa circulación.
Su misión parecía imposible, pero, en 1895, luego de tres años de exploración, descubrió lo que hoy se conoce como el Istmo de Fitzcarrald y que se considera el descubrimiento geográfico más importante de Perú en el siglo XIX. Este era un paso de unos 11 kilómetros por tierra que unía el río Cashpajali con el Manu y el Madre de Dios, y simplificaba enormemente la logística del caucho.
Una vez descubierto ese paso, Fitzcarrald, gracias al trabajo de numerosos nativos, arrastró una barcaza a lo largo de esos 11 kilómetros que separaban las dos cuencas, con alturas que llegaban a los 500 metros. Esta proeza fue la inspiración para el aclamado film Fitzcarraldo (1982) dirigido por el alemán Werner Herzog.
Como la fiebre del caucho daba para todo, Fitzcarrald planeó organizar núcleos de colonización europea en la zona, comprar lanchas de vapor para facilitar el comercio y construir una línea ferroviaria en plena selva. Sus millonarios ingresos y sus inmensas explotaciones le valieron el apodo de "rey del caucho".
Lagos relata en su libro que, hacia mediados de la década de 1890, Fitzcarrald era nombrado en cada banco, en toda casa comercial y en las tertulias amazónicas. "Sus hazañas eran proverbiales... Su gran momento llegó cuando se asoció con dos barones del caucho dueños de riquezas incalculables: el boliviano Nicolás Suárez y el español Antonio Vaca Díaz", narra el autor.
La unión comercial de estos tres hombres, continúa Lagos, fue apabullante. "Iniciaron la compra en Inglaterra de una prodigiosa flota fluvial, compuesta por vapores especialmente diseñados para esos ríos, y su poder de dominación fue absoluto. Fitzcarrald obtuvo del ministro de Guerra peruano, coronel Juan Ibarra, exclusivísimos derechos para que él y sus socios fueran los únicos concesionarios de los ríos Ucayali, Urubamba, Manu y Madre de Dios", se lee en el libro citado.
A los 35 años, aquel chico que alguna vez había soñado con ser marinero como su padre, manejaba un imperio comercial, recibía honores de las autoridades peruanas y había inscripto su nombre en la geografía de su país. Tenía por delante una vida resuelta, que podría disfrutar al lado de su bella esposa y sus cuatro hijos. Estaba en su mejor momento, tocando el Cielo con las manos. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
El final inesperado
El 1 de mayo de 1897 emprendió junto a un socio boliviano un nuevo viaje en un vapor llamado Adolfito, en el que además de mercaderías para comerciar llevaba los rieles con los que empezaría el tendido del ferrocarril del istmo. El 9 de julio, mientras atravesaba uno de los rápidos del río Urubamba, la muerte lo esperaba agazapada.
En un momento, la corriente estrelló el barco contra las rocas. En medio de la confusión, Fitzcarrald vio que su socio Vaca Diez se estaba ahogando y se arrojó en su auxilio, pero las aguas lo envolvieron y terminó él mismo ahogado. Su cuerpo, junto con el de su socio, apareció en la isla Guineal.
Se truncó así la vida del hombre que quedó en la historia como el "Rey del caucho", pero que también, todo hay que decirlo, es muy cuestionado por su maltrato a los indios. Lagos concluye así su historia: "Nadie lo sucedió en sus negocios. Ninguno de sus hijos pudo continuar su tarea. El imperio que había construido en apenas diez años se derrumbó de la noche a la mañana. Pero a diferencia de Julio César Arana, que vivió hasta los ochenta y ocho años solo para ser irremisiblemente olvidado, ingresó al Olimpo que habitan los héroes peruanos".
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