Historias inspiradoras. Se endeudó con su suegro, perdió dos dedos y hoy recicla 6 millones de botellas al mes

Pasaron dos años desde que Rodrigo Miles compró una fábrica abandonada en Mercedes, provincia de Buenos Aires. Hoy está endeudado, tiene dos dedos menos y más pragmatismo: la ilusión del principio se chocó de frente con el realismo. Aun así, está feliz: se encontró con una planta con máquinas paradas, llena de bolsones con residuos, y la convirtió en una fuente de trabajo para el pueblo bonaerense. Hoy emplea a 15 personas y recicla seis millones de botellas plásticas al mes.
El ingeniero de 36 años tenía trabajo en una petroquímica dedicada a la producción de plásticos. Allí adquirió el conocimiento que luego lo animó a ahorrar y pedir prestados unos US$400.000, que espera poder terminar de devolver este año. Suegros, amigos, colegas, todos contribuyeron a su sueño: recuperar una fábrica que estuvo 12 años cerrada para reciclar botellas de plástico en "escamas" PET reutilizables para otras industrias. Su empresa se llama Reciclado Argentino de PET (RA PET).

"Tener esta fábrica siempre me pareció una locura -cuenta, recién vuelto de una jornada de trabajo en Mercedes a su hogar en Garín, a una hora y media en auto-. Pero uno termina enamorándose del proyecto y tirándose a la pileta". Así dejó de lado las comodidades corporativas: dejó de disfrutar de un 0 kilómetro de alta gama que le daba la empresa donde trabajaba como empleado en relación de dependencia y una obra social de las más completas porque, en sus palabras, le picó "el bicho de emprender".
No fue fácil, claro. Mientras renovaba la fábrica y la ponía en marcha, nació su hija, que hoy tiene un año. En el camino, se encontró con las trabas para pedir financiamiento y créditos no reembolsables: "Siempre faltaba una coma", recuerda. Así que prefirió dedicarse al trabajo y olvidar los trámites. "Llegó un momento en el que pensé: ‘Prefiero dedicarme a laburar y ponerle trabajo a esta fábrica en lugar de estar tres meses armando aplicaciones que luego te rechazan’".

En medio de la vorágine, estaba tan dedicado a la fábrica que descuidó su salud. Se pasaba horas adentro y veía que su esfuerzo rendía frutos: cada vez tenía más clientes de diferentes industrias que utilizan sus productos para hacer poliéster (un tejido) y monofilamentos (que integran las cerdas de un cepillo). Hasta que un día, en su ímpetu de hacer todo por su cuenta, quiso arreglar una máquina para evitar que la producción frenara y perdió dos dedos.
"Hoy yo hablo desde un lugar de superación porque los números dan y la producción crece a volúmenes interesantes -admite-. Pero en algún momento las cosas no salían, todo se ponía cuesta arriba y fueron momentos de desesperación".
Perdió el índice y el mayor de la mano derecha. "Ahora puedo escribir, pero si juego al tenis, se me vuela la raqueta. No deja de ser difícil verme la mano, pero seguí adelante: eso me hizo un clic de cambiar un poco la cabeza, porque si no, me iba a terminar matando dentro de la fábrica", relata. Su pensamiento a partir de ese momento fue "si esto tiene que crecer a un menor ritmo, así será, y si falla, falla".
Del abandono a la producción
La fábrica de 1400 metros cuadrados estaba abandonada hacía 12 años. Cuando ingresó a la planta por primera vez, Miles dice que lo sorprendió la cantidad de bolsones de residuos que había arriba de las maquinarias. Ni siquiera las pudo prender para verificar cómo funcionaban. "Fue un acto de fe: compré algo que suponía que podía llegar a andar, pero me podría haber salido mal", resalta.
Siguió un trabajo de varios meses en los que rescató los "fierros" que estaban tirados y los puso a funcionar, compró otras máquinas en subastas y contrató a personas de Mercedes para trabajar con él. Hoy emplea a 15 personas del lugar: dos de ellas son mujeres mayores de 45 años, un grupo más vulnerable en el área, dice.

Miles explicó que la fábrica ya se dedicaba al reciclado de plástico, pero que había sido abandonada por cuestiones operativas del anterior dueño. Como la planta está emplazada en Mercedes, pero las oficinas del exdueño estaban en Microcentro, a los proveedores se les complicaba cobrar, por lo que dejaban de entregar.
"Hoy para mí esto es un negocio rentable", dice. La facturación llega a los $4 millones mensuales. "Tengo un perfil bien comercial, trato de estar en contacto con clientes míos y entablar una relación de ‘socios’ con los clientes e intento estar cerca de ellos para modificar mis procesos en función de lo que me van pidiendo", asegura.
Industriales en la Argentina: una historia de desafíos
Miles considera que debería recibir algún tipo de ayuda estatal para hacer su trabajo, porque, a su juicio, el reciclaje que él realiza le evita el costo al Gobierno de enterrar esa basura en el Ceamse.
"En 10 años, el problema del reciclado va a ser un problemón: en la Argentina tenemos números pobres, hoy solo recuperamos el 25% de nuestra producción. Si el Estado hiciera una cuenta, solamente con lo que se ahorra por no procesar esta basura, podría tranquilamente dar un beneficio fiscal para que más proyectos como el nuestro florezcan", opina.

Ser industrial en el país de las tasas altas no es tarea fácil. "Lo primero que pensé cuando abrí la fábrica es: ‘Soy mi propio dueño, hago lo que quiero’. Y no hay nada más alejado de la realidad: hay un montón de personas a las que tenés que respetar", relata. De todos modos, Miles confía en su capacidad. "Uno termina conociendo las variables de una industria y lo más probable es que te vaya bien. Hay que confiar en el conocimiento y en la capacidad de toma de decisiones", concluye.
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