
Inflación: a partir de qué nivel empieza a ser un problema para el crecimiento
Luego de varios años de negación por parte del gobierno kirchnerista, ahora se abrió finalmente una discusión sobre la inflación. Bienvenido el debate. Pero como sucede a veces en nuestro país pendular, me parece que estamos dramatizando innecesariamente el problema.
Lo primero que hay que reconocer es que la idea de "inflación", como tal, no dice mucho. Lo que se debe precisar es a partir de qué nivel empieza a ser un problema para el crecimiento, la inversión, y el empleo, por un lado, y para la equidad y la reducción de la pobreza, por el otro. Esta conceptualización implica que la inflación debe ser articulada con otros objetivos de desarrollo y equidad de la sociedad.
Una alta inflación tiene efectos negativos sobre el crecimiento, la inversión y el empleo tanto directamente (debido a la incertidumbre macroeconómica, y el costo de las diferentes actividades de productores y consumidores para cubrirse de aumentos de precios) como indirectamente, debido a posibles intervenciones equivocadas del gobierno. Asimismo, una inflación acelerada afecta negativamente la capacidad adquisitiva de los más pobres que no tienen mecanismos para proteger sus ingresos nominales. Pero, por otra parte, políticas drásticas para "enfriar" la economía con el fin de frenar la inflación también pueden afectar negativamente tanto al crecimiento y la inversión, como al empleo y los ingresos de los más pobres. Por ello es muy importante tomar una visión integral, balanceando adecuadamente objetivos y políticas.
Lo segundo que hay que reconocer es que la economía no postula un número preciso a partir del cual la inflación empieza a afectar negativamente esos otros objetivos centrales de desarrollo y equidad. Y aquí, cito a Roggoff y Reinhart, en su conocido libro sobre las crisis financieras "This time is different," para que no me acusen de hereje económico y me quieran sacar mi doctorado: "Una serie de estudios, incluyendo nuestro propio trabajo anterior… usa un umbral de inflación anual de 40 por ciento o más como la marca de un episodio de alta inflación. Por supuesto, se puede argumentar que los efectos de la inflación son perniciosos a niveles mucho más bajos, digamos el 10 por ciento, pero los costos de la inflación moderada sostenida no están bien establecidos ni teórica ni empíricamente" (páginas 4 y 5 de su libro).
Hace algún tiempo hice una revisión de diferentes estudios empíricos que tratan de estimar el punto de inflexión a partir del cual la inflación afecta el crecimiento y, para países en desarrollo, las estimaciones están aproximadamente entre 10 y 20% (y quizás algo más). Respecto de la pobreza y la distribución del ingreso, las estimaciones que revisé sugieren un umbral algo más alto que ese para que los efectos negativos aparezcan claramente.
Debe recordarse, por ejemplo, que el período de alto crecimiento de Chile desde mitad de los 80s hasta mitad de los 90s, con un promedio de algo más de 7% anual e importantes mejoras de indicadores sociales, también fue un período de inflación anual promedio de casi el 20%.
El problema del gobierno anterior es que en los últimos años siguió políticas que claramente hicieron que, sin llegar a los excesos históricos que sufrió nuestro país, se pasara el umbral a partir del cual la inflación afecta negativamente al crecimiento, el empleo y a los pobres (y lo pagó en las urnas). Los subsidios a la energía y el intento de armar un partido político con gasto público, llevaron a déficits fiscales financiados con emisión monetaria. Para disimular la inflación reprimida se ocultó la información, se abarató el dólar, y se usaron diferentes restricciones a la oferta (tratando de mantener el dólar bajo control). Los costos de esas políticas fueron absorbidos mayormente por el ciudadano sin empleo público (incluyendo muchos pobres y vulnerables) y las actividades productivas, especialmente en las economías regionales, que tuvieron que sufrir el impuesto inflacionario y la falta de crecimiento y empleo.
El gobierno actual ha ido normalizando una serie de precios relativos (especialmente el precio del dólar y de la energía) que debería llevar a un crecimiento más sostenido. Dada la inflexibilidad a la baja de otras variables nominales, esa corrección de precios relativos siempre genera un aumento en el nivel de precios. Pero este incremento quedaría acotado en tanto se vayan desarmando los mecanismos que pueden llevar a una continua propagación de la espiral inflacionaria; y me parece que el gobierno está tratando de hacer eso, aunque no lo presente como un plan formal.
Por ejemplo, se han eliminado diferentes restricciones a la producción lo que va a incrementar la oferta agregada de bienes y servicios y el empleo. Se está tratando de completar la reestructuración del remanente de deuda pública, lo que permitirá acceder al financiamiento para inversiones en infraestructura al sector público, y también para inversiones privadas, apoyando así el crecimiento de la oferta. Por otra parte, se ha desacelerado el crecimiento nominal del gasto público y la emisión monetaria, pero tratando de proteger componentes del gasto social. Algunos querrían ir más rápido en estas dos dimensiones, pero acá es bueno recordar lo dicho más arriba acerca de la coordinación con los objetivos de crecimiento y equidad.
Considerando la importancia de la inercia inflacionaria, se está procurando dar un marco de expectativas inflacionarias moderadas a las paritarias, con la intención que se fijen objetivos salariales que sean compatibles tanto con la necesaria mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y el fortalecimiento del mercado interno, como con el dinamismo y viabilidad productiva de las empresas y sectores que los emplean. En este sentido, sería útil formalizar un mecanismo global y sectorial más estructurado, como tienen los países económicamente y socialmente exitosos que han institucionalizado estos mecanismos de diálogo.
Asimismo, en una economía como la nuestra, donde la memoria inflacionaria y estructuras de mercados imperfectos generan comportamientos no competitivos y expectativas alarmistas que le dan persistencia al alza de precios, se ha hecho necesario contemplar también medidas de control a remarcaciones exageradas, a la vez que se están considerando posibles importaciones puntuales en productos de primera necesidad (como la carne) que aparecen con oferta interna limitada en la actualidad.
Finalmente, aunque con disputas que se debían haber evitado, se está normalizando el sistema de estadísticas. Aún en países con sistemas estadísticos impecables, el ciudadano medio sobreestima por una margen importante la inflación real. Mucho peor si no hay mediciones confiables que alimentan la inercia inflacionaria.
En resumen, es importante que haya un debate, pero que sea constructivo, sin desbordes ni exageraciones. Lo mejor para el ciudadano medio, y especialmente para los más pobres y vulnerables, es que, como dijo alguien con mucha experiencia en nuestro país, todo se haga en su medida y armoniosamente.





