Lorenzo Sigaut Gravina: “El agro, energía y minería son sectores muy positivos en generación de dólares, pero crean poco empleo”
El economista señala que el Gobierno alineó variables clave, pero advierte sobre falta de claridad en la política cambiaria, metas incumplidas con el FMI y un mercado laboral tensionado
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A dos años del inicio del gobierno de Javier Milei, la economía atraviesa un período de reacomodamiento marcado por avances, sobresaltos y decisiones bajo revisión.
En una entrevista con LA NACION, el economista Lorenzo Sigaut Gravina, de la consultora Equilibra, analiza los puntos fuertes y las fragilidades del programa económico, los factores que explican la volatilidad de 2025, el rol del FMI como actor central de la política cambiaria y los riesgos que enfrenta el país de cara a 2027, año electoral.
También advierte sobre la tensión estructural entre los sectores que traccionan el crecimiento —agro, energía y minería— y aquellos que más empleo generan en los grandes centros urbanos, como la industria y la construcción.
–Esta semana se cumplieron dos años de gobierno de Javier Milei. ¿Qué balance hace?
–El principal logro fue estabilizar la economía. Veníamos de una situación muy crítica en 2023, en parte por una sequía muy dura que hizo perder buena parte de la producción agropecuaria y agrícola, y por ende muchos dólares. Teníamos también una situación muy negativa en las reservas del Banco Central (BCRA), que todavía no ha mejorado. Pero la economía volvió a funcionar con reglas más claras. Por ejemplo, había un nivel de trabas a las importaciones que no ayudaba. Después podemos discutir si hace falta una política industrial o algún tipo de protección sectorial, pero esas trabas eran indiscriminadas porque nos quedábamos sin dólares y no se podía importar libremente. En ese sentido, se ordenó y simplificó el esquema, y volvimos a algo más parecido a la normalidad, dentro de la cual está la estabilización de la inflación. En enero de 2024 los niveles eran muy cercanos a una híper, con 50% de inflación en dos meses. Desde entonces, el Gobierno logró —sobre todo en 2024— acumular reservas, pagar vencimientos de deuda, ordenar el financiamiento en pesos del Tesoro y bajar la inflación, que a fines del año pasado estaba cerca del 2% mensual. El año 2025 auguraba más crecimiento y una mayor baja inflacionaria, pero terminó siendo más traumático.
–¿Qué pasó?
–Tuvimos que recurrir a dos rescates. El primero fue a mediados de abril, cuando el FMI desembolsó más de US$14.000 millones, después de que la moneda se había apreciado demasiado. De hecho, el verano pasado hubo un boom de viajes a Brasil, no solo en avión sino también en auto, por la apreciación cambiaria. En ese momento, el Gobierno insistía en “pulverizar la inflación” y bajó el crawling peg [devaluación controlada] del 2% mensual al 1%. Pero la inflación no bajó: en marzo tuvimos un pico de 3,7%. El primer rescate del FMI obligó a modificar el esquema cambiario. El sistema funcionó un tiempo, hasta que en el tercer trimestre apareció mucha incertidumbre ligada a la política, sobre todo después del triunfo en las elecciones de Buenos Aires, que derivó en una incipiente corrida cambiaria. Eso se frenó con la quita transitoria de retenciones al agro —que permitió liquidar US$7000 millones— y con la aparición del Tesoro de Estados Unidos, que vendió dólares en el mercado.
–En octubre, con la victoria del oficialismo en las elecciones nacionales, la situación económica se tranquilizó.
–Sí. La población no dio un cheque en blanco, pero sí expresó que quiere estabilidad y que el Gobierno siga intentando dos años más. A pesar de que la economía no estaba bien —con inflación acelerada, actividad estancada, incertidumbre cambiaria y tasas muy elevadas— el oficialismo logró apoyo. La sociedad no quiso un escenario más ingobernable. Desde entonces, el panorama cambió favorablemente y el 2025 termina con muchas oscilaciones, pero con un Gobierno que consigue oxígeno, gobernabilidad y capacidad para aprobar leyes en el Congreso. El riesgo país bajó significativamente en línea con la caída del riesgo político. Todavía no estamos cerca de conseguir financiamiento internacional, pero el Gobierno dio un primer paso con la colocación de un bono local en moneda dura, como en su momento el Bonte [a finales de mayo se emitió el Bono del Tesoro]. Lo más importante es que hoy se vislumbran variables más alineadas.
–¿Cuáles son?
–Algunas son exógenas, como el precio internacional de la soja arriba de US$400; un clima benigno para el campo —aunque en algunos lugares el exceso de agua dificultó la siembra—; una cosecha récord de trigo; otra muy cercana a récord en maíz, y buenos rindes para la soja. Todo esto ocurre en un contexto en el que el Gobierno puede, por primera vez, aprobar el presupuesto y reformas estructurales. Habrá que ver en qué grado, porque quizás la reforma laboral no sea tan profunda como algunos quieren, y lo mismo puede pasar con la reforma tributaria. Aun así, veo un escenario más positivo para la primera mitad de 2026.
–De la volatilidad que hubo este año, ¿cuánto se debió al “riesgo kuka” y cuánto a errores propios?
–La derrota en Buenos Aires exacerbó el riesgo político, pero incluso antes ya se veía mucha tensión en las tasas de interés, con un Tesoro que vendía dólares para calmar el mercado. Había señales de que el esquema estaba crujiendo, a pesar de que unos meses antes se había firmado un acuerdo con el FMI que, en teoría, debía blindar la situación. El Gobierno también tuvo fuertes conflictos con el sistema financiero, porque el desarme de las LEFI fue desprolijo y derivó en un aumento de encajes para los bancos. Fue una situación de tensión que excedió la incertidumbre electoral típica de los años impares.
–¿Qué puede cambiar el Gobierno para evitar lo mismo en 2027, próximo año electoral?
–El actual esquema cambiario sigue en discusión. En el corto plazo, con ingreso de capitales, una buena cosecha, récords crecientes en Vaca Muerta y la minería reactivada, uno ve un influjo de dólares que permite sostener el esquema. Pero la gran pregunta es qué pasará con el techo de la banda cambiaria, que ajusta al 1% mensual mientras la inflación aún está arriba del 2%. Eso genera dudas porque el techo se aprecia en términos reales. No estamos en un atraso cambiario como a principios de año, pero tampoco sobra margen. Si el techo sigue apreciándose, el tipo de cambio real será poco competitivo. Además, hay dudas sectoriales: en un contexto de mayor apertura comercial —cuando Estados Unidos y la Unión Europea se protegen de China pero la Argentina no— aparece un riesgo productivo. Podrían crecer las importaciones más de lo necesario. También está la política de acumulación de reservas, que el Gobierno no ha clarificado y que, en parte, contradice lo que pide el FMI. Ya incumplimos a mediados de año y también incumpliremos la meta de fin de año, incluso luego de haber sido reformulada. La duda es si el Tesoro y el Banco Central podrán comprar reservas en forma significativa sin tensionar el mercado. Si no lo hacen, el esquema se vuelve vulnerable para 2027.
–¿Cuál es la alternativa?
–Si el Tesoro y el Banco Central compran lo que pide el FMI y logran acumular un buen colchón para 2027, es probable que eso no sea compatible con el techo de la banda, porque aumentaría la demanda de dólares en un mercado que ya está cerca de ese límite y donde el techo se aprecia en términos reales. La disyuntiva sigue. Conservadoramente, pensando en 2027, quizá en enero, en la revisión del acuerdo con el FMI, habría que modificar la velocidad de ajuste o el nivel del techo, y clarificar el plan de acumulación de reservas. De lo contrario, aunque haya ingreso de capitales y optimismo en el primer semestre, se podrá acumular algo, pero estaríamos en un equilibrio inestable que podría desarmarse ante un shock o al acercarse 2027. Este esquema necesita ingreso de capitales para financiar el déficit externo —porque las importaciones están creciendo más de lo previsto— y para acumular reservas. En 2027, con riesgo cambiario más alto, ese equilibrio puede volverse negativo y obligar al Gobierno a vender reservas.
–¿Por qué cree que, después de las elecciones de octubre, el Gobierno no dio más claridad sobre su política cambiaria y monetaria?
–La clave está en la segunda revisión del acuerdo con el FMI, que cada vez es más explícito. El acuerdo era claro: el Gobierno debía acumular durante la cosecha gruesa, entre abril y julio, pero a las pocas semanas dijo que solo compraría si el dólar tocaba el piso de la banda. El Tesoro compró, pero muy de a poco. Entiendo que acumular reservas implica un tipo de cambio real más alto, y el Gobierno prioriza la baja de la inflación. Quizás la secuencia oficial es: una vez que la inflación converja a niveles internacionales, recién ahí cambiar el esquema. Pero la encrucijada la va a marcar la segunda revisión del acuerdo, porque la Argentina deberá pedir otro waiver [perdón] por el incumplimiento de la meta de reservas.
–¿Cómo ve a la industria y la construcción, dos sectores muy sensibles por la mano de obra que emplean?
–Que emplean, además, en grandes centros urbanos. Hay ganadores y perdedores muy claros. La construcción, sin obra pública, se desplomó el año pasado; este año se recuperó, pero pasó del quinto subsuelo al cuarto o al tercero: sigue muy por debajo de 2023. En la industria ocurrió algo similar: la caída fue menor en 2024, pero este año hay señales de estancamiento o retroceso. Declaraciones como las de Techint o Mercado Libre muestran la preocupación: en un mundo donde Estados Unidos y la Unión Europea se protegen de China, una apertura comercial tan amplia se vuelve indiscriminada. China es el principal exportador global; Estados Unidos, el principal importador. Si Estados Unidos se cierra, China vuelca su oferta al resto del mundo. Y si uno no se protege, como hacen ellos, el escenario es complejo. Ya no es solo la industria textil o los electrodomésticos que están afectados: incluso la automotriz muestra buenos patentamientos, pero con creciente participación de autos importados, y una caída de las exportaciones. Es un combo difícil: más importaciones y menos competitividad para exportar.
–¿Y cómo ve la transición entre una industria que se achica en los centros urbanos y el crecimiento del petróleo, el gas y la minería en el resto del país?
–Las locomotoras del crecimiento —agro, energía y minería— son muy positivas en generación de dólares, pero crean poco empleo, porque son sectores capital intensivos y, además, generan trabajo fuera de los grandes centros urbanos. La intermediación financiera, que fue de los sectores que más creció en la administración Milei, tampoco generó empleo formal. En los sectores ganadores no hay ninguno que genere empleo masivo en las grandes ciudades. Y los sectores perdedores —industria, comercio y construcción— son justamente los que más empleo urbano generan, y ahí empiezan a aparecer problemas. Es cierto que también está el empleo asociado a aplicaciones y nuevas tecnologías, pero incluso ahí vemos cierta saturación. Había expectativas con los servicios basados en conocimiento, pero la inteligencia artificial está impactando fuerte, sobre todo hacia adelante: habrá cada vez más servicios, pero con menos puestos de trabajo.
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