Coldplay y el management emocional: cómo convertir un recital en un colapso ético
Un CEO que dirige con el corazón (literalmente), una jefa de Recursos Humanos que gestiona vínculos muy cercanos y una empresa que pregonaba transparencia, pero terminó enroscada en su propio storytelling
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Hay algo conmovedor en ver cómo una organización se desarma en vivo, como si fuera un tema de Coldplay. Porque en Astronomer, la empresa que hasta hace poco optimizaba los datos de otra firmas y ahora exporta culebrones, no hace falta leer el balance ni mirar el Ebitda: alcanza con ver los videos del CEO y la jefa de Recursos Humanos abrazados en el sector VIP del recital, con la misma pasión con la que se prometieron “alinear la cultura organizacional” (y lo lograron). La cultura se alinea ahora con la telenovela.
Para quienes no están al tanto, en un recital de Coldplay, una cámara indiscreta identificó a su CEO, el carismático Andy Byron, acaramelado con quien hasta entonces era la encargada de gestionar los conflictos, el clima laboral y la equidad en Astronomer, la directora de Recursos Humanos (más humanos que nunca). Y lo hicieron público. El líder de la banda, Chris Martin dijo, mientras la cámara los enfocaba: “Oh, mirá a estos dos. O están teniendo un affaire o son simplemente muy tímidos”. Sin saberlo, dio en el clavo. Primera enseñanza, si se van a incumplir todas las normas de ética corporativa, al menos no hay que hacerlo mientras suena “Viva la Vida”, abrazado a una subalterna.
La escena, digna de un episodio de The Office, fue tan explícita que no dejó lugar a la interpretación. Al día siguiente, el escándalo estalló en las redes sociales y en la conciencia colectiva de una empresa que, irónicamente, se define como “data driven”. No hacía falta un algoritmo para detectar el affaire. Ahora bien, ¿por qué este caso nos interpela tanto? ¿Por qué no podemos dejar de mirar este colapso como quien ve una estrella fugaz a punto de apagarse? Porque, en realidad, no se trata solo de un amorío. Se trata del nuevo management sentimental. Ese que pregona la autenticidad, el liderazgo vulnerable y la cultura horizontal, mientras se cocina en secreto una telenovela que haría sonrojar a los guionistas de las peores tiras chabacanas de esas que pasaban a las dos de la tarde y venían de México o Turquía.
Durante años nos dijeron que los CEO debían ser empáticos, genuinos, que debían traer su yo completo al trabajo. Bueno, Andy trajo su yo completo, y un poco más. Y su jefa de Recursos Humanos, también. Tan completa fue la entrega que los empleados terminaron siendo espectadores involuntarios de una tragicomedia corporativa. La pregunta, entonces, no es si está bien o mal enamorarse en el trabajo. La pregunta es: ¿qué pasa cuando quienes deben cuidar la ética son quienes la violan con más estilo que un solo de guitarra de Eric Clapton?
Hay que recordar: Recursos Humanos es, en teoría, la última frontera entre el desborde emocional y la profesionalidad. Es la función que organiza talleres sobre “límites sanos”, que modera charlas sobre “sesgos inconscientes” y que distribuye encuestas de clima con emojis felices. Que justamente desde ahí se haya iniciado esta historia de amor es, como mínimo, un recordatorio de que la carne es débil, incluso en la era del compliance.
Pero hay más. Cuando el escándalo estalla, ¿qué hacen los líderes de Astronomer? ¿Piden disculpas públicas? ¿Reconocen el conflicto de interés? No. El CEO, magnánimo, anuncia que se retira “para enfocarse en su familia”. Un gesto noble, claro, si uno olvida que esa misma familia fue vulnerada bajo las luces de Coldplay. Y la empresa manda un mensaje bien corpo, de esos que pasarán a la historia como irrelevantes: “Como se indicó previamente, Astronomer está comprometida con los valores y la cultura que nos han guiado desde nuestra fundación. Se espera que nuestros líderes marquen el estándar tanto en conducta como en responsabilidad, y recientemente, ese estándar no se cumplió. Andy Byron presentó su renuncia y el directorio la aceptó.” Bla, bla, bla.
Lo que queda, una vez que se apagan las luces del escenario, es una organización fragmentada, empleados desorientados, y una reputación en caída libre. Porque las culturas organizacionales no se destruyen por errores técnicos. Se desmoronan cuando se pierde la confianza. Y nada destruye más la confianza que ver cómo se rompen las reglas desde arriba, con una sonrisa y una entrada VIP.
Este caso nos deja una enseñanza. No sobre el amor en tiempos de startup, sino sobre los límites del discurso empresarial. Porque el management moderno, con su obsesión por la transparencia, la cultura y la autenticidad, no siempre está preparado para lidiar con lo más humano de todo: la pulsión, el deseo, el desliz. Quizás sea hora de revisar nuestros manuales de ética. De dejar de repetir como loros que “las personas son el activo más importante”, mientras se las convierte en extras de una telenovela liderada por el CEO de turno. Tal vez haya que volver a lo básico: respeto, profesionalismo y un poco de sentido común. Y si eso falla, al menos, elegir otro recital para protagonizar la caída.
En definitiva, el caso Astronomer es una parábola moderna. Un recordatorio de que cuando los líderes confunden la cultura con la cursilería, y el compromiso con el coqueteo, las organizaciones se transforman en lo que realmente son: frágiles, humanas y muy poco astronómicas. Porque, al final, como canta Coldplay: Nobody said it was easy. Pero nadie esperaba que lo hicieran tan complicado.
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