El ingeniero coreano que transformó su restaurante en un proyecto agroindustrial
Víctor Ho llegó a la Argentina a los 13 años, estudió ingeniería en el ITBA y trabajó en grandes empresas de telecomunicaciones; la escasez de un ingrediente típico coreano lo llevó a reinventarse
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“Corea es un país muy competitivo. Desde que nacés hasta que vas a la universidad, solo pensás en ingresar en Samsung. Si no sos competitivo, quedás a un costado del camino”. Esa fue la filosofía con la que Dong Hee Oh (61) creció y que, tras haberse instalado en la Argentina hace más de cuatro décadas, lo llevó a emprender diferentes negocios, todos conectados.
Llegó al país a fines de la década de 1970, cuando tenía 13 años, junto a sus padres y a su hermano. Su familia se instaló en Buenos Aires, en busca de un futuro más tranquilo y con mayores oportunidades. Sin embargo, para él no fue fácil. Hasta su nombre cambió: lo registraron como Song Hee Ho -le cambiaron dos letras por error de tipeo- y adoptó el nombre Víctor. “Lo único que sabía de la Argentina, por la escuela, es que ahí había muchas vacas. No hablaba español y me costó adaptarme. Me había enojado con mi padre por traerme acá”, dijo a LA NACION.
Apasionado por la tecnología, estudió ingeniería en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). Trabajó en Telecom y en CTI (hoy Claro) y fue director de marketing regional de ImpSat, la histórica compañía de telecomunicaciones fundada por Enrique Pescarmona. Después de varios años en el mundo empresarial, creó su propia consultora enfocada en el desarrollo de negocios que vinculaban América Latina con Corea.
De las telecomunicaciones a la gastronomía
En paralelo, un impulso familiar lo llevó al mundo gastronómico. “Todos los inmigrantes somos un poco ‘busca vida’. Teníamos un bazar, apoyado en las importaciones de Corea y de Japón. Pero con las políticas de Guillermo Moreno, entonces secretario de Comercio Interior, era imposible importar y mi madre quiso abrir un restaurante”, señaló.

Y aclaró: “Mi madre quería que fuera a puertas cerradas para la comunidad coreana. Pero mi esposa y yo queríamos que fuera abierto a todo público, y así fue. El restaurante abrió en 2012 en el barrio coreano, en Flores, y llevó el nombre “Una canción coreana”: el mismo título de la película inspirada en la vida de su esposa, Ana Cheong, una cantante lírica quien llegó también de joven desde Corea junto a sus padres.
El productor de esa película era un amigo que había conocido durante su etapa en el mundo tecnológico, mientras gestionaba un proyecto para realizar un festival de cine. Pero su vínculo con el ámbito audiovisual no terminó ahí: el auge del restaurante y el interés creciente por la cultura coreana derivaron en su propio programa de televisión, “El tío y el sobrino”, que llegó a ganar un Martín Fierro.
De la gastronomía a la agroindustria
El emprendimiento gastronómico trajo consigo un nuevo desafío. Uno de los ingredientes esenciales de la cocina coreana, el gochugaru (ají rojo molido), escaseaba en el mercado local. “Todos los años era una lucha para asegurar la cantidad necesaria para que el restaurante funcione. No alcanzaba para todos los restaurantes coreanos y para la comunidad. Además, incluso los argentinos empezaron a consumir comida coreana en sus casas. Había que rogarle a los pocos productores locales que me apartaran unos kilos y pagar por adelantado”, señaló a la vez que enfatizó: “Más que un condimento, el ají molido es un ingrediente. Por año, consumimos cerca de 500 kilos por año en mi restaurante”.
Esa dificultad se transformó en una oportunidad. En 2022, decidió crear su propia empresa dedicada a la producción de ají rojo con semilla híbrida coreana, cultivado y procesado íntegramente en la Argentina. Y para ello, cerró un acuerdo con la compañía coreana Nongwoo Bio, que capacitó al equipo.

Así, en marzo de este año, Ho salió al mercado con su marca Picor. Hoy, la firma produce ají en su campo de Salta, donde ya va por la tercera cosecha -estimada estimada en 6000 kilos-, con una inversión inicial de alrededor de US$100.000 y un costo por semilla que ronda los US$5000 por hectárea, el mayor componente de la estructura.
El plan de negocio de Picor prioriza el abastecimiento nacional, enfocado en restaurantes coreanos y supermercados étnicos. E incluye el lanzamiento de presentaciones de medio kilo y de 250 gramos, para que los consumidores puedan adquirir directamente en los locales.
De la agroindustria al mercado exportador
De acuerdo a datos de la compañía, en Corea, la producción de ají molido ronda las 20.000 toneladas al año, que se comercializan por unos US$93 millones; mientras que en la Argentina el mercado supera los US$2 millones, y en América del Sur, los US$10 millones.

Para Picor, Estados Unidos aparece como un destino natural de exportación, impulsado por el crecimiento global de la cultura coreana. “Estamos en contacto con personas de Estados Unidos y hay interés en adquirir nuestro producto. Pero estamos viviendo en un mundo muy complicado: el presidente Milei abrió el mercado, pero el costo laboral aumentó en la Argentina y perdimos competitividad. Y a esto se suma la guerra comercial que desató Trump con las tasas de importación. Estamos un poco mareados y sabemos que pasará”.
En esa línea, la firma planea enviar una primera carga de prueba -de entre 1000 y 1500 kilos de ají- para finales de este año; y no descarta la expansión a países limítrofes. “Si va bien, apuntamos a crecer y pasar de 5 a 25 hectáreas. En Salta hay un montón de campos: la provincia es una de las principales productoras de tabaco y muchos productores necesitan cambiar de producto por la baja del consumo”, explicó.
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