El Malba y la pregunta del millón
El museo porteño está cumpliendo veinte años en un contexto muy diferente para el mundo del arte
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¿ Sería posible hoy fundar un Malba? La pregunta del millón tiene varias respuestas. La primera, de cajón, es no. El Malba cumplirá en septiembre 20 años. Es la medida exacta para entender cuánto cambiaron las cosas, más allá de la pandemia que azota el planeta. Otro mundo, otros precios y, básicamente, otro país. Jugar una carta fuerte como la que jugó entonces Eduardo Costantini suena, casi, a un imposible, un sueño.
El proyecto del Malba comenzó a girar en la mente de su fundador a fines de los noventa, cuando ya tenía una colección importante con dos pilares mayúsculos como La mujer del suéter rojo y Manifestación de Berni, que estaban colgados en su casa de la Isla donde lo entrevisté por primera vez. Tenía también una selección de obras de Xul Solar, que había pertenecido a un gran coleccionista argentino.
Todos cuadros de “museo”. En ese momento dio el gran paso y avanzó en dos direcciones: la creación del Premio Costantini, con el apoyo incondicional de Jorge Glusberg, entonces director del Museo de Bellas Artes, y la compra de obras maestras en los remates de Nueva York.
Ganó la delantera para quedarse con piezas históricas, íconos del arte latinoamericano. Hoy no están disponibles y, si lo estuvieran, estarían en un rango de precios fuera de combate. La colección del Museo de Arte Latinoamericano centrada en el arte moderno tiene algunas joyas. Primero Abaporu, una bandera del arte brasilero. No se entiende, nunca lo entenderé, cómo los brasileños, que estaban sentados al fondo de la sala de subastas de Christie’s en Park Avenue y pujaban por el cuadro con Costantini, quedaron a la vera del camino. Por un 1,3 millón de dólares el argentino compró el cuadro y se quedó con el cóctel que los brasileros habían preparado para celebrar la compra (que pensaban concretar) en el penthouse de Delmonico. Una galantería carioca.
Años atrás, la entonces presidenta Dilma Roussef pidió prestado Abaporu para una muestra en el palacio de Itamaraty, en Brasilia. Mandó un avión privado para buscar la pintura, y dicen los que saben que quisieron comprar Abaporu por 65 millones de dólares. No estaba en venta.
La segunda joya de la corona es el Autorretrato con loro, de Frida Kahlo. El último disponible, y en su momento un récord... tal vez porque estaba Madonna detrás de los retratos de la pintora de Coyoacán. El cuadro es imponente y al mismo tiempo de pequeño formato. Un buen contrapunto con el retrato cubista de Ramón Gómez de la Serna pintado por Diego Rivera, su amor y su tortura. Estaban los cuadros, estaba el premio, ganado entre otros por Pablo Suarez y León Ferrari, faltaba el edificio… porque Costantini tenía el terreno.
La otra joya de la corona es la ubicación. Figueroa Alcorta y San Martín de Tours imbatible location, en línea con la milla de los museos que arranca en el Palais de Glace y llega hasta los bosques de Palermo con el Museo Sívori. Esa esquina única, sobre la plaza Perú, le costó a su nuevo dueño US$3 millones. No hace falta mucha imaginación para calcular lo que costaría hoy. Va un dato que ayuda a sacar cuentas. Se vendió la esquina de Clay y Báez en Las Cañitas, donde estaba la sastrería militar, por US$34 millones.
Desde su fundación, en septiembre de 2001, Malba amplió sus colecciones, conquistó al público local y visitante, y mantuvo un calendario de muestras internacionales a la medida del museo diseñado por los arquitectos cordobeses Atelman, Fourcade y Tapia. Dos décadas de crecimiento, sostenido con fondos privados. Lo que pareció posible en los ’90, hoy suena a una quimera. No están los cuadros, no está la esquina perfecta y estamos en otro país. Imperfecto.
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