Una gestión económica que va detrás de los acontecimientos
La política económica actual se presenta con marchas y contramarchas y una ejecución que va por detrás de los acontecimientos. Esto se evidencia tanto en la política cambiaria-monetaria como en la fiscal, o en la política de precios. Así, los resultados son pobres en materia de actividad e inflación, poniendo de relieve las inconsistencias del programa actual.
La actividad en la industria se contrajo un 11,1% interanual en el primer trimestre del año, la construcción disminuyó un 11,3% interanual (i.a.) en igual período, el empleo privado registrado cayó un 2,4% i.a. en el bimestre y la producción automotriz se desplomó un 31,6% i.a. entre enero y abril, por sólo dar unos ejemplos. Con la inversión y el consumo en franco deterioro, el sector externo aparece como el único traccionador. Sin embargo, se identifican dos riesgos latentes: la cotización de la soja que llegó a caer por debajo de los US$300 la tonelada y una economía brasileña cuya recuperación es cada vez más modesta.
En paralelo, la inflación se aceleró al 54,8% i.a. en marzo, el valor más alto de la serie, mostrando la dificultad para quebrar la inercia inflacionaria en un marco de volatilidad cambiaria. Incluso, las medidas encaradas por las autoridades resultan no solo ya conocidas, sino de impacto limitado y cortoplacistas, postergando el problema de los precios relativos hacia delante. De este modo, la inflación anual ya tiene un piso de 40% y la núcleo permanecerá por encima del 2% mensual todo el año.
En materia fiscal, también se advierten inconsistencias de política, donde la meta es desafiante, aun con la fuerte reducción del gasto en términos reales, en un contexto recesivo que repercute en los recursos fiscales. En efecto, el magro desempeño de los ingresos tributarios enciende la alerta. Así, se agudiza la presión sobre la reducción del gasto primario, mientras se acude a la suba de alícuotas y tasas de emergencia.
En este contexto, la confianza de los mercados es difícil de recuperar, mientras la demanda de divisas no cede. Las compras de dólares billetes en marzo sumaron unos US$4000 millones, uno de los registros más elevados de los últimos años. De este modo, los riesgos de un proceso de dolarización de carteras más agudo siguen presentes, lo que podría derivar en un escenario de mayor devaluación, inflación más elevada y una caída del producto más profunda. En este sentido, habrá que monitorear la evolución de los plazos fijos en pesos del sector privado, que en el mes de abril crecieron solo un 1,3% mensual.
En definitiva, se percibe la necesidad de reanudar el camino del crecimiento económico para retornar a los mercados internacionales de deuda y así financiar los US$20.000 millones que se necesitan el próximo año, cualquiera sea el signo político del próximo gobierno. Por el momento, seguimos a la espera de un verdadero plan integral, mientras sufrimos los vaivenes de una política económica volátil.
El autor es economista jefe de Fundación Capital
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