Del tercer al primer mundo
Por María Inés Yasukawa mariainesy@nyc.odn.ne.jp Desde Japón
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Llegué a este país pensando que era una japonesa como cualquier otra, y es lógico que así fuese ya que durante casi 30 años de mi vida en Argentina siempre fui "la japo, la china, la ponja" y otros apelativos que ya ni recuerdo sin contar las estúpidas bromas como: amalillio, lindo colol… que tenía que escuchar con una falsa sonrisa en los labios. Además estaba segura de que hablaba y comprendería el japonés sin problemas, después de todo cuantas veces había escuchado a mi abuelita decirme: "llevás hankachi (pañuelo)?" o "alcanzame los megane (anteojos)".
Además de tantos años de Nihongogakko (escuela de japonés) en mi ciudad natal donde aprendí perfecto los hiragana y katakana (letras japonesas) además de algunos kanji (ideogramas). En definitiva, llegué con toda la confianza del mundo y con la valija llena de sueños pensando en regresar después de un año sin problemas ni complejos de identidad.
La ilusión duró casi tanto como mi viaje en avión desde Argentina hasta Japón.Cuando me encontré en el aeropuerto con la persona que me esperaba, lógicamente un japonés, quién lógicamente hablaba sólo japonés, la realidad se encargó de hacerme aterrizar en la verdad de que el idioma no tiene nada que ver con el ADN, que no se lleva en la sangre y que no se aprende por ósmosis. En una palabra, no entendía nada de lo que me decían.
Me quedaba la esperanza de que, como mis amigos me decían, yo había recibido una educación "a la japonesa", y los modales y las buenas costumbres aprendidos en casa me ayudarían en la tarea de acostumbrarme a la nueva cultura. Lamentablemente tampoco fue así. Cuando vi que los japoneses se inclinan por día unas mil veces para saludar a la mañana, para disculparse, para agradecer, para felicitar, incluso mientras hablan por teléfono (?) y yo apenas me inclinaba dos veces: una a la mañana para calzarme los zapatos y otra a la noche para sacármelos. Descubrí con dolor que yo era tan japonesa como el locro argentino.
A medida que transcurrían los días y cuando el sushi, el misoshiru (sopa) y el arroz blanco comenzaron a dejar de ser una novedad, empezó a rondar en mi cabeza la imagen de un asado a las brasas, con chorizos, achuras, vino, etc. Cuando pasé por el super y vi el precio de la carne sentí que un año en esta isla sería un largo tiempo. Pero mientras estaba así, sintiendo lástima de mi misma, mi jefe tuvo la increíble idea de preguntarme qué me gustaría comer, ya que como sería mi fiesta de bienvenida, nos llevaría a comer lo que yo quisiera. La verdad es que tanta casualidad me parecía magia y no tardé ni un segundo en responder: ASADO.
Los dos sacamos nuestros respectivos diccionarios y usando la imaginación y haciendo uso de papel y lápiz (todo vale a la hora de la comunicación) decidió que el equivalente en Japón es yakiniku. El señor quedó muy orgulloso de sí mismo por haber entendido mi "castellano" y yo feliz porque comería asado.


