En 1981, la ciudad tenía la cifra de homicidios más alta registrada en la historia de la urbe luego de que murieran en un año 621 personas
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“¿Un paraíso perdido?”.
Esa era la pregunta en la portada de la revista estadounidense TIME en su edición del 23 de noviembre de 1981, hace 40 años.
El paraíso al que se refería la revista era el sur de Florida y lo calificaba como “perdido” a causa de la coyuntura sangrienta que padecían Miami y sus alrededores. 621 personas murieron violentamente ese año, la cifra de homicidios más alta en la historia de la ciudad, y los medios reportaban sobre ellos de manera explícita.
Una mujer muerta a balazos en una calle de Miami, la vena yugular de un hombre cercenada con un cuchillo, un cuerpo rodante sobre una autopista tras ser empujado desde un auto en marcha, un niño de 4 años baleado mientras caminaba tomado de la mano de su madre.
Los muertos eran tantos que la oficina forense de la ciudad tuvo que alquilar (por segundo año consecutivo) un camión congelador para almacenar los cadáveres.
“La tasa de asesinatos era abrumadora y el departamento de policía no lograba mantenerse al día con la limpieza de los homicidios”, le dice a BBC Mundo el escritor y periodista Roben Farzad, autor del libro Hotel Scarface: Where Cocaine Cowboys Partied and Plotted to Control Miami (“Hotel Scarface: donde los jinetes de la cocaína iban de fiesta y conspiraban para controlar Miami”, en su traducción literal al español).
“Un policía lo comparó con empujar arena contra la marea”, agrega el autor, explicando que la degradación de la violencia derivada del narcotráfico en Miami, manejado principalmente por colombianos, intimidaba a los testigos y familiares de las víctimas.
“Nadie quería presentarse a dar su testimonio y todos estos cuerpos no identificados se apilaban y apilaban”, recuerda.
“Discretamente la oficina forense le pidió a [la cadena de hamburguesas] Burger King un camión congelador, literalmente para el desbordamiento”, acota Farzad.
El congelador le costaba a la ciudad U$800 cada mes. Había sido alquilado el año anterior, en 1980, para albergar los cuerpos correspondientes a la ya aterradora cifra de 573 homicidios.
Fue usado hasta 1988 porque la ola de violencia en la entonces apodada “capital estadounidense del asesinato”, no duró solo un verano, ni unos pocos meses, sino que fue parte de un ciclo que empezó a tomar forma en 1979, detonó en 1980 y tuvo su punto álgido en 1981.
Un tiroteo a plena luz del día
“Muchas cosas pasaron antes [de 1981]. La erupción original la encuentras en el verano de 1979, con el tiroteo en el centro comercial Dadeland”, explica Farzad,
Aquel tiroteo ocurrió el 11 de julio de 1979, a plena luz del día, entre supuestos traficantes colombianos, apodados como los “jinetes de la cocaína”, un término acuñado por un agente de policía que estuvo en la escena del crimen aquel día, según relata un artículo del periódico Miami Herald.
“Esa fue la máxima advertencia, hacer un tiroteo tan descarado en el centro comercial más grande del sur de Florida, entre una [pizzería] Cazzoli’s y una licorería llena de gente”, agrega Farzad, quien ha estudiado a fondo la historia de Miami.
Pero la violencia en el sur de Florida no solo escaló por el tráfico de drogas ilícitas.
Varios hechos puntuales apuntalaron las frustraciones y tensiones entre los diversos grupos demográficos, añadiéndole pólvora a la bomba de tiempo.
Los disturbios raciales de 1980
En diciembre de 1979, el vendedor de seguros y exmarine negro Arthur McDuffie, fue golpeado por una decena de policías blancos hasta quedar en estado de coma, después de que cruzara una calle en su motocicleta con un semáforo en rojo.
McDuffie falleció a los pocos días.
Aunque la investigación condujo a varios arrestos, cinco meses después, en mayo de 1980, algunos de los agentes, presuntamente responsables del crimen, fueron absueltos por un jurado todo blanco, a pesar de que la evidencia mostraba que habían encubierto el crimen.
Dicha frustración desembocó en los disturbios raciales de Miami en los que al menos 18 personas murieron, más de 600 fueron arrestadas y hubo pérdidas por más de US$100 millones en propiedades destruidas, principalmente en los barrios de mayoría afroestadounidense Liberty City y Overtown.
“La gente simplemente sacaba a otras personas de los autos y las golpeaban”, narra Farzad.
Por su parte, Lisandro Pérez, profesor de Estudios Latinoamericanos y Latinxs del John Jay College, de la Universidad CUNY, explica que factores como la emigración de la clase media negra de Miami tuvo un impacto en las posibilidades de que la comunidad pudiera expresar sus frustraciones de manera legítima en el sur de Florida.
“La comunidad afroestadounidese de Miami no se había destacado como otras ciudades en EE.UU. por disturbios como los que sucedieron en los años 60 en el norte [del país]”, señala.
“Personajes como Martin Luther King, por ejemplo, que eran de esas clases medias de donde viene por lo general el liderazgo afroestadounidese, en Miami ha estado ausente”, dice.
En efecto, hasta la década de 1960, Overtown, un barrio en el norte de Miami, era una comunidad afroestadounidense próspera y con una vida cultural muy activa, pero un plan de renovación urbana que implicó la construcción de varias autopistas que se cruzaban literalmente sobre el barrio, devastó el área y desbarató la viabilidad de la comunidad.
Residentes de clase media de Overtown emigraron a otras ciudades mientras que los residentes negros de bajos recursos se mudaron a Liberty City, ocasionando a su vez que las familias de clase media de este barrio se fueran.
Liberty City se convirtió en una zona más pobre, abandonada por el estado y con una continuada segregación estructural.
La llegada repentina de 125.000 cubanos
“A todo esto se le suma el hecho de que en ese mismo mes llegaron los primeros botes del Mariel”, dice Pérez refiriéndose al éxodo masivo desde el puerto el Mariel de Cuba, que generó la llegada al sur de Florida de cerca de 125.000 cubanos en un periodo de seis meses, entre abril y octubre de 1980.
Tras una ocupación de miles de cubanos de la embajada de Perú en La Habana, en abril de 1980, Fidel Castro permitió la salida de la isla de quien quisiera irse. Miles de botes zarparon desde Cayo Hueso, Florida, a 170 km de La Habana y regresaron a EE.UU. cargados con los nuevos migrantes.
“El Mariel representaba una tremenda amenaza sobre todo para la comunidad negra, pero también para la comunidad blanca, anglosajona de Miami”, asevera Pérez, quien es productor ejecutivo del documental “Más allá del mar” sobre el éxodo del Mariel.
“Antiguamente la emigración cubana había sido una migración ordenada”, afirma Pérez.
“En muchos casos, los cubanos fueron localizados con un programa, fueron relocalizados a otras partes de EE.UU. y esas migraciones no representaron una gran amenaza.
“Ahora cuando empieza Mariel se ve otra cara de la migración cubana. Una migración cubana que EE.UU. no estaba dispuesto a aceptar. Era desordenada, en la que no parecía que EE.UU. tuviera control sobre sus fronteras”, agrega el profesor cubano.
“Además eran sectores de la sociedad cubana que no se habían antes visto en ese número en EE.UU., sobre toda la población negra, mulata y de niveles socioeconómicos más inferiores de Cuba”, describe Pérez.
Cerca de 2000 cubanos que llegaron en el Mariel fueron designados por la autoridad migratoria de EE.UU. como “no admisibles”, según dice Pérez, que aclara que se suele especular sobre una cifra mayor e imprecisa de cubanos que llegaron con algún tipo de récord criminal.
“En un ambiente caldeado por el tráfico de drogas, por la situación de la población afroestadounidese, la llegada de los cubanos del Mariel fue echarle gasolina al fuego”, dice Pérez.
Los cubanos ya establecidos en Florida buscaron apartarse de esa migración y trataron de mantener una imagen de migración del exilio exitoso, “que contribuía a la vida en EE.UU”, según explica el profesor de CUNY.
Por su parte, el resentimiento de la comunidad blanca estadounidense en el condado de Miami-Dade se materializó en su iniciativa, y posterior triunfo, de un referendo en el que se anuló el estatus bilingüe que tenía el condado.
Colombianos mayoristas, cubanos distribuidores
El negocio de la cocaína y todos sus derivados era lo que aceitaba la violencia en la ciudad.
Cifras de la Agencia contra las Drogas de EE.UU. (DEA), publicadas por The New Tork Times en 1981, indican que en 1980 agentes federales incautaron 2217 kilogramos de cocaína en Florida, 384.525 kg de marihuana y 15 millones de dosis de Quaaludes.
También fueron confiscados US$42 millones en efectivo, carros, botes, aviones y otros elementos.
Por su parte, la revista TIME, en el artículo mencionado al inicio de esta nota, sostenía: “El dinero de la droga ha corrompido la banca, los bienes raíces, las fuerzas del orden e incluso la industria pesquera, cuyos practicantes están abandonando la búsqueda del pargo y el mero para el transporte de bultos de marihuana […] desde los cargueros en el mar hasta el continente. Aproximadamente un tercio de los homicidios en la región están relacionados con las drogas”.
De acuerdo a la investigación de Roben Farzad, los colombianos eran quienes tenían el negocio de la cocaína, pero usaban a los cubanos para mover la droga y distribuirla por el Caribe y el litoral de Florida. También como distribuidores locales.
“Los colombianos eran los menos llamativos, eran los mayoristas. Salían de su casa a una hora normal de la mañana, vivían en familia e iban a la iglesia. Pero necesitaban a los cubanos abrumadoramente”, explica.
“Muchos [cubanos] fueron entrenados por la CIA en Bahía Cochinos, conocían el litoral de Florida, sabían hacer evasión marítima”.
“Para ese entonces, Pablo Escobar se gastaba US$1000 en cauchos para los fajos de billetes” dice Farzad. “Si tienes tanto dinero en efectivo, todo el mundo está a la venta”.
“Cuando hablas de US$50.000 el kilo o del superávit de US$5.000 millones en efectivo que tenía la sucursal de la Reserva Federal de Miami para 1980 y miras cuánto dinero podía ganar un solo agente de policía, US$21.000 al año, entiendes que se le podía pagar con un kilo y duplicar su salario”, asevera Farzad.
“Miami era realmente ingobernable, era completamente ilegal. Se parecía al Oeste Salvaje, pero mucho más asesino, con mucho más dinero, con todo el mundo a la venta y donde las instituciones no funcionaban”.
Por Natalia Guerrero
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