Fratelli tutti: en su nueva encíclica, el Papa retoma las grandes preocupaciones de su pontificado
ROMA.- "Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos".
Es el pedido del papa Francisco en su nueva encíclica, Fratelli tutti (Hermanos todos), firmada ayer en Asís y difundida por el Vaticano hoy, en el día que se celebra San Francisco, patrono de Italia. Tal como admite el Papa al principio de este documento -la tercera encíclica después de Lumen Fidei, escrita a cuatro manos con Benedicto XVI, papa emérito, en junio de 2013 y Laudato Sí, sobre el cuidado de la casa común, en mayo de 2015- San Francisco fue por segunda vez el gran inspirador de este texto pastoral sobre fraternidad y amistad social. Aunque otro inspirador fue también el Gran Imán de Al Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, con quien se reunió en Abu Dhabi en febrero de 2019 para firmar un histórico documento que recordó que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos».
Dividida en ocho capítulos y 287 párrafos en 84 páginas de una carilla y con diversas citaciones de otros documentos suyos y de sus predecesores, en Fratelli tutti el Papa desarrolla los grandes temas planteados en documento de Abu Dhabi sobre hermandad. Y retoma las grandes preocupaciones de su pontificado, marcado por la atención a los pobres, los refugiados y los migrantes; su denuncia del "escándalo del hambre", sus fuertes críticas a un sistema económico que mata, excluye y descarta; su rechazo de las guerras y a la pena de muerte; su llamado a tierra, techo y trabajo para todos, a una "buena política", a una cultura del diálogo y del encuentro, y a una urgente reforma de la organización de Naciones Unidas.
"Las siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras", dice Jorge Bergoglio en su prólogo. "Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad", agrega, dejando en claro que es un documento no solo para católicos, sino para todos los hermanos y hermanas del planeta.
Francisco cuenta que al escribir la encíclica irrumpió la pandemia del Covid-19, "que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades". "Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. Si alguien cree que solo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad", sentencia. Y como hizo ya en diversas oportunidades, llama a un cambio. Y a soñar como una única humanidad donde todos son hermanos.
En el primer capítulo, "Las sombras de un mundo cerrado", Francisco describe un planeta que más allá de los progresos, está herido por injusticias, racismo, una cultura de muros, la existencia de conflictos anacrónicos, nacionalismos y un modelo cultural único . "Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores", afirma. También denuncia la falta de hijos y "el descarte mundial", de los no nacidos y de ancianos. "Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados", acusa.
"Si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo realmente humano", denuncia, al hacer una cruda radiografía de la situación actual del mundo. Y vuelve a hablar de la pandemia de la cual, como dijo en su plegaria en solitario por el fin de la epidemia del 27 de marzo pasado, "nadie se salva solo" y que demostró que "todos estamos en la misma barca". "El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia", afirma.
"Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta", advierte. "Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado", clama.
En el capítulo siguiente, "Un extraño en el camino", invita a tomar la parábola del buen samaritano -el único que no mira para otro lado, sino que se detiene a ayudar a una persona que encuentra herida en el camino- como un modelo de acción. "El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se circunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede ‘a un costado de la vida’. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad", sostiene.
En el tercer capítulo, "Pensar y gestar un mundo abierto", Francisco destaca el valor del amor, de la apertura a los otros y de la solidaridad que se expresa en el servicio. También recuerda la función social de la propiedad privada, el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y el progreso, "que a veces se ve dificultado por la presión que origina la deuda externa" y subraya que "es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos".
En el cuarto capítulo, "Un corazón abierto al mundo entero", el Papa reitera la urgencia de acoger, proteger, promover a los migrantes y recuerda que una sana apertura nunca atenta contra la identidad, como ha hecho desde el comienzo de su pontificado.
En el quinto, "La mejor política", convoca a rehabilitar la política, hoy muy vapuleada pero "que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común". Reitera, además, sus fuertes críticas al neoliberalismo, que le valieron ser tachado de "papa comunista" por sus detractores, pese a que reitera conceptos de la doctrina social de la Iglesia. "El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente", dispara. "La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos", asegura.
Y como hizo en otras ocasiones, elogia a los movimientos populares, a quienes vuelve a definir "poetas sociales". "Con ellos será posible un desarrollo humano integral, que implica superar esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos. Aunque molesten, aunque algunos "pensadores" no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la valentía de reconocer que sin ellos la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino", asegura, citando su discurso a los participantes del Encuentro Mundial de Movimientos Populares, de octubre de 2014.
Como planteó en su discurso a la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, en septiembre de 2015, el Papa por otro lado renueva su llamado "a una necesaria reforma de esta organización, como de la arquitectura económica y financiera internacional para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones".
En el sexto capítulo, "Conversación y amistad social", resalta la importancia del diálogo, de la cultura del encuentro, de la gentileza y cita a una samba de Vinicius De Moraes: "La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida". "Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir ‘permiso’, ‘perdón’, ‘gracias’. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia", concede. "Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes", remarca.
En el séptimo capítulo, "Caminos de reencuentro", la reflexión de Francisco gira en torno de la importancia de la arquitectura y la artesanía de la paz y del valor y el sentido del perdón. Como había hecho en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium -el documento programático de su pontificado, también muchas veces citado-, subraya, además, el principio de que "la unidad es superior al conflicto". Al margen de asegurar que "la venganza no resuelve nada", destaca asimismo el valor de la memoria: la Shoah no debe ser olvidada, como tampoco los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki y otras persecuciones y matanzas étnicas que ocurrieron y ocurren en diversos países, así como "tantos otros hechos históricos que nos avergüenzan de ser humanos". "Deben ser recordados siempre, una y otra vez, sin cansarnos ni anestesiarnos", afirma. Habla, además, de la injusticia de la guerra, que define "una fracaso de la política y de la humanidad", del imperativo moral y humanitario de la eliminación total de las armas nucleares y de la pena de muerte, que tilda de "inadmisible".
En el último capítulo, "Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo", después de recordar que las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad, así como la importancia de la libertad religiosa, finalmente confiesa que también se sintió motivado por hermanos no católicos como Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más, para escribir esta encíclica. Y concluye evocando al beato Carlos de Foucauld (1858-1916), religioso francés famoso por haber sido explorador del desierto del Sahara y estudioso de los Tuareg. "Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «el hermano universal». Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros".
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