
Gore y una derrota devastadora
Toda su vida estuvo signada por un objetivo: la Casa Blanca
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WASHINGTON (ANSA).- Minutos antes del discurso de renuncia a la campaña presidencial de Al Gore, periodistas y analistas norteamericanos recordaban que para esta dinastía política de Tennessee jamás ha sido fácil aceptar una derrota.
Cuando Albert Gore, padre del vicepresidente, perdió en 1970 su banca en el Congreso, después de décadas, el veterano senador dio uno de los discursos más belicosos de la historia política del país.
"Escuché el discurso, parecía una declaración de guerra", comentó su adversario republicano, William Brock. Poco antes de conocer su derrota, Gore padre había pedido a su hijo Al que preparara un borrador del discurso triunfalista. "Mi padre salió devastado de la derrota; no podía resignarse", admitió años después Gore hijo.
Ese sentimiento de devastación fue probablemente el mismo que el vicepresidente experimentó ayer. No sólo por haber seguido los pasos de su padre sino por haber fracasado en algo para lo que su familia lo había destinado.
Toda la vida de Al Gore hijo parece marcada por un esfuerzo para congraciar a su padre. "Es el hombre más grande que conocí", dijo el vicepresidente en el funeral de Gore padre, en 1998. Para ello, Gore construyó su carrera a la Casa Blanca paso a paso. Estudió en el mejor colegio de Washington, fue a Harvard y se convirtió en congresista a los 28 años, luego de haber participado en la Guerra de Vietnam y de ser periodista en un diario de Nashville, en su Estado natal de Tennessee.
Tras perder en las primarias presidenciales del Partido Demócrata en 1988, Gore accedió a la Casa Blanca como vicepresidente, de la mano de Bill Clinton, en 1992. El día que asumió, su padre dijo: "Si lo criamos para esto..."
Desde que inició su carrera política en 1977, Gore nunca creyó en su carisma, y apostó a ser el mejor de la clase, el más esforzado. "No soy un político natural, me toma cierto tiempo meterme en una campaña, es como que necesito carretear un poco más en la pista para despegar", explicó en una reciente entrevista.
Al vicepresidente más influyente de la historia de los Estados Unidos no le resultó fácil moverse con la camiseta del candidato, ni tampoco traducir en una victoria electoral sus años de trabajo en el gobierno de Clinton, artífice del mayor período de bonanza en la historia de los Estados Unidos. Para compensar la falta de carisma, y esa imagen tipo robótica que transmite a la gente, Gore apostó a una campaña basada en propuestas muy precisas.
"No les pido que se enamoren de él, eso ya lo hice yo, esto no es un concurso de belleza", dijo su mujer, Tipper Gore, una y otra vez mientras lo presentaba en los actos. Durante la campaña, Gore defendió el aborto, el control de armas y la lucha contra las compañías tabacaleras, con una agenda mucho más liberal que la que se encuentra en sus orígenes.
Esa agenda le sirvió para atraer la mayoría del voto popular en las elecciones presidenciales del 7 de noviembre, pero no para ganar la Casa Blanca. Florida se interpuso en su camino, con sus votos irregulares, sus recuentos y sus recursos judiciales. Con la misma obsesión por el detalle y el apasionamiento de sus años como vicepresidente, el demócrata planificó desde su residencia en Washington cada paso de la batalla legal.
Gore no pudo salvar el último obstáculo legal, el fallo de la Corte Suprema de Justicia, y, al igual que en 1970, tuvo que redactar otro discurso de aceptación de derrota. El suyo.
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