La influencia declinante de los imperios en el mundo
El gran desafío es crear un orden que respete a las minorías.
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NUEVA YORK (The New York Times).- A despecho de tantas contiendas, en esta aurora de un nuevo milenio quizás haya entrado en su ocaso un factor conflictivo inveterado. Al menos por ahora, los imperios del mundo -en tanto referentes del orden internacional- han desaparecido.
Algunos temen que un imperio norteamericano asfixiante imponga su cultura y unas reglas económicas implacables. Pero en el entorno global de hoy, ya no valdría la pena soportar el costo y la complejidad del esfuerzo de un pueblo por controlar la soberanía de vastas áreas del mundo.
El desafío actual es hacer que el nuevo sistema de Estados establecidos, nuevos y quebrados, aspirantes a Estados, conflictos regionales y tenues alianzas funcione mejor que el viejo.
Tal como lo señala el politicólogo Michael Mandelbaum, el siglo XX ha presenciado tres oleadas de colapsos imperiales. En primer lugar, las grandes dinastías de los Habsburgo, Hohenzollern y Romanov, y la otomana, se destruyeron mutuamente en la calamitosa Primera Guerra Mundial.
Luego, al término de la Segunda Guerra Mundial, fenecieron los imperios británico, francés, holandés y japonés.
Y hace una década, se desintegró el imperio soviético.
Nuestra era comenzó no sólo con el nacimiento de Cristo, sino también con el legado de Roma. El historiador William McNeill expresa en su libro The Rise of the West ("El surgimiento de Occidente") que la época de Jesús coincidió con un profundo cambio demográfico en la historia humana, a medida que "los pueblos sumergidos y los grupos desarraigados" que habían emigrado hacia los centros urbanos del Imperio Romano y, en el Este, hacia los de Partia, Kushán y la China de la dinastía Han, pugnaban por encontrar una guía espiritual.
La república romana
La propagación del cristianismo, el budismo y el hinduismo entre estos pueblos ayudó a responder a sus necesidades.
Durante dos milenios, los establishment políticos de Occidente se han identificado con Roma. En Europa, Carlomagno y muchos soberanos posteriores eligieron para su reino el nombre legitimador de Sacro Imperio Romano. La república romana sirvió de modelo a los revolucionarios de Francia y América del Norte; en este subcontinente, se fundó una nación en 1776, año en que Edward Gibbon publicó su "Historia de la declinación y caída del Imperio Romano".
Gibbon observó que la barbarie y la religión habían destruido un imperio donde, en su apogeo, "la raza humana fue sumamente feliz y próspera".
En su libro Empires ("Imperios"), Michael Doyle, historiador de Princeton, atribuye la actual agonía de los imperios a la difusión del nacionalismo, la democracia liberal, el capitalismo global y la facilidad con que los pueblos sometidos del mundo pueden sacudir el yugo.
¿Resurgirán los imperios? Imposible saberlo, en parte porque las naciones más pequeñas tal vez encuentren más conveniente aliarse con otras más grandes. Según Doyle, el costo del imperialismo ha alcanzado, por ahora, un nivel inaceptable.
No obstante, gran parte de Asia, Africa y América latina mantienen los límites trazados por sus antiguos señores imperiales. Países inmensos, como Indonesia e India, son Estados imperiales residuales. China ejerce un dominio coercitivo sobre sus diversos y levantiscos pueblos. Hasta los subgrupos británicos y franceses parecen cada vez más ávidos de afirmar su identidad.
El inicio del próximo milenio plantea el desafío de inventar un orden que reemplace la estabilidad artificial y, a menudo, brutal impuesta por las estructuras imperiales. Sin un nuevo respeto por los derechos de las minorías, los subgrupos étnicos, lingüísticos y religiosos del mundo (suman miles) se preguntarán cada vez más si no ha llegado el momento de presionar por su independencia como naciones.
A comienzos de este siglo, Woodrow Wilson propuso el concepto de autodeterminación como el nuevo principio organizador del mundo, terminada la era de los imperios. Pero su secretario de Estado, Robert Lansing, se preguntó desde el vamos si la autodeterminación no crearía más problemas de los que resolviese.
"Simplemente, es una frase cargada de dinamita -escribió en su diario-. Generar esperanzas irrealizables. Me temo que costará miles de vidas."
Al final del milenio, el mundo se ha formado una idea mucho más clara de lo que deja atrás que de lo que tiene por delante. Sin embargo, el desafío del futuro es, sin duda, preservar la visión de Wilson evitando, a la vez, la atomización del mundo en naciones cada vez más diminutas.
Si hay un nuevo orden mundial, sólo se estabilizará mediante una revitalización de la identidad de cada nación, se mantengan o no las fronteras actuales. Es preciso reemplazar las concepciones imperiales, que duraron más de 2000 años, por una nueva filosofía basada en el respeto por la variedad del mundo.


